domingo, 11 de julio de 2010

Juntando Miedo Para 2012

La tesis de que el mundo se acabará el 21 de diciembre de 2012, basándose en una supuesta predicción de los indígenas mayas, es el más reciente bebé mimado de los charlatanes y la prensa sensacionalista. Diversos acontecimientos internacionales han aumentado su interés por ella, como severos catástrofes naturales o graves problemas provocados por la intervención humana -desastre ecológico, calentamiento global, crisis financiera-. Aunque, si echamos una rápida ojeada a la historia, nos daremos cuenta de inmediato que estos reveses siempre nos han acompañado, y que en determinados momentos significaron consecuencias peores. Instantes en los cuales, también han proliferado los agoreros que dicen captar el conocimiento que proporciona la iluminación divina. Siempre, eso sí, basándose en una visión absolutamente particular del concepto de dios

Para disfrutar un poco con lo absurdo y ridículo que hay detrás de estas teorías -y de paso, justificar la redacción de este escrito, ya que el tema, a excepción de unos cuantos chistes de sobremesa, no requiere de un mayor análisis-, basta recordar que, hace poco más de una década, existía a nivel global el mismo temor y la misma inquietud por un colapso terminal del planeta. En aquel entonces, las miradas no estaban puestas en las elucubraciones de un viejo imperio amerindio, sino en las interpretaciones que ciertos predicadores, patéticos e ignorantes, daban de la Biblia, en especial del Apocalipsis. Calculaban dos mil años desde la supuesta creación del mundo hasta la fundación de Israel -con la gesta de Abraham-, otros dos mil desde tal acaecimiento hasta el nacimiento de Cristo, y unos dos mil más hasta la Parusía. Con ello se acumulaban seis milenios, el número de la humanidad según el texto de Juan. Como en determinados pasajes se hacía referencia al "milenio de la paz duradera, donde el Señor iba a reinar en la Tierra" (de aquí el término "milenarismo"), concluían que siete mil años equivalían al fin de un ciclo, pues ése es el número de Dios. En definitiva, la destrucción total debía tener lugar en el 2000. Pero como debido al error de Dionisio, no sabemos si el Mesías nació entre el 4 ó el 8 a.c., finalmente hubo que ajustar las ecuaciones y se dictaminó que el plazo fatal expiraba en 1997. Dicho y hecho: nos rodeamos de películas baratas y magos cabalísticos que se ponían a temblar con la sola mención de dicho año. Eso sí: los ministros paranoicos y seudo cristianos continuaron apostando por el 2000, porque las demás fechas habían sido propuestas por la hechicería.

Y bien. No se acabó el mundo y la prueba es que hoy, 11 de julio de 2010, estoy escribiendo este artículo. Y ustedes lo están leyendo en un tiempo futuro. La especulación, al final, se perdió en la noche tal como sucedió con los testigos de Jehová y sus vaticinios para 1914, o con H. H. White y sus fórmulas ocultas que no anticiparon nada, pero sí nos legaron cosas como los Adventistas del Séptimo Día. Hastiados por las descabelladas invenciones de esos falsos profetas, los ciudadanos comunes comenzaron a perder el respeto por el cristianismo y a recurrir a movimientos alternativos que cuando se trata de tales asuntos, no dejan de ser menos imbéciles. Después de que el fraude del 2000 quedó al descubierto, una buena masa de gente se empecinó en cobrarle cuentas pendientes a las iglesias convencionales por todo lo que habían hecho prácticamente desde la ascensión de Jesús, y fue así como de golpe y porrazo, se expandieron como plagas aquellas visiones que consideraban que Cristo no era sino la actualización de antiguos mitos paganos, como Osiris, Zoroastro o Mitras. Por lo tanto ya no era bien visto utilizar los oráculos fundados en -hay que insistir en el tema- erróneas interpretaciones de la Biblia. Y los cabalistas de siempre (que escasa cuando no nula relación guardan con la verdadera cábala, esa forma de teología judía surgida en el seno de los sefardíes), hallaron esta tesis y se decantaron por ella, pues era la más inmediata en términos de fechas y además, elaborada por un pueblo precolombino, los mismos a quienes occidente cristiano ha pulverizado con sus ideas y sus armas. A pesar que los mayas ya no existían como unidad política para el descubrimiento y la conquista de América.

La verdad es que simplemente no estamos capacitados para descifrar lo que los sacerdotes de Yucatán quisieron comunicar a través de sus horóscopos. Para comenzar, la cultura maya había sido absorbida por la azteca para la llegada de los españoles, y sus pronósticos de tipo místico, o habían sido completamente olvidados, o habían sido adaptados por los nuevos gobernadores a su propio sistema de creencias. Quienes estaban capacitados para dar explicaciones, sencillamente no existían. Además, lo poco que se puede entender, jamás asegura un fin del mundo catastrófico al estilo de las conclusiones antojadizas extraídas del Apocalipsis -texto que los mayas además no conocieron-. En cambio, se refiere a la "detención de una rueda", la paralización de un organismo móvil de características circulares -concepción del mundo común a los pueblos amerindios-, que al parecer supone el término de un ciclo. Pero es probable que indique que, tras dicho acabamiento, se genere una renovación y ligado a lo mismo, un nuevo ciclo, o que el mismo ciclo inicie un movimiento retrógrado, o que el ciclo se detenga por lapso breve de tiempo, para en seguida volver a girar. Tal vez, incluso no trate una destrucción planetaria, sino un mero suceso astronómico, algo que los mayas dominaban muy bien. Aunque, finalmente, no sea muy verosímil creerle a unas personas que aseveraban que el cielo era sostenido por los árboles o que la noche se producía porque el Sol era tragado por espíritus malignos.

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