domingo, 2 de junio de 2013

Qué Puedo Hacer: Todo el Mundo es Gay

La atención que los gobiernos occidentales le han venido dando a los colectivos homosexuales en los últimos años, ha significado a su vez que diversas iglesias cristianas -no la totalidad de ellas, pues hemos sido testigos de cómo algunas de ellas aceptan entre sus filas a personas que han manifestado dicha tendencia, incluso permitiendo que ocupen cargos en el organigrama de la comunidad- reaccionen de manera negativa ante lo que sus miembros consideran que es el paso decisivo hacia la disolución total de la humanidad como la conocemos. La piedra de tope la está constituyendo la constante aprobación, en distintos países, del matrimonio o en su defecto el reconocimiento de las parejas compuestas por personas del mismo género. Un fenómeno que curiosamente ha aglutinado a la alta mayoría de las confesiones en torno a una lucha que se considera imprescindible en el afán de mantener viva en el planeta la fe en Jesús.

La verdad es que la más que exagerada preocupación de los hermanos, rayana en un miedo irracional a lo desconocido o a los cambios, resulta por algunos momentos incomprensible. Es cierto que no se debe ocultar la realidad descrita en la Biblia en el sentido de que determinadas conductas son pecado por donde se las mire y que por lo tanto quienes la practiquen, a menos que se arrepientan y tomen otro tumbo, de modo irremediable se condenarán. Pero en cuanto al asunto del matrimonio igualitario y la obtención de derechos por parte de los homosexuales, muchos lo ven como la antesala del fin del mundo, o por lo menos como una señal de una pronta reducción de los espacios públicos y privados a los cristianos. Un temor que no es inédito en la historia, al contrario de lo que varios podrían concluir. De hecho, las aprehensiones que diferentes movimientos formularon respecto a los hallazgos científicos y las nuevas teorías filosóficas aparecidas en el Renacimiento son un interesante antecedente, así como las ideas progresistas del siglo XIX que tuvieron su fuente de inspiración en los avances tecnológicos experimentados en aquella época . Ni hablar de la generalizada búsqueda por lo secular que marcó el siglo XX. Todas, etapas de la civilización en las cuales se imaginó -tanto en clave negativa como positiva- que los creyentes se iban a transformar en un anacronismo. De más está decir que dichas predicciones no se cumplieron y que, si bien estos avatares en efecto se tradujeron en una merma de la fe, los mayores aportes a tal descrédito vinieron de parte de los propios discípulos del camino, que para frenar los focos de apostasía utilizaron recursos vetados por las Escrituras, como la coacción de libertades e incluso el genocidio

¿En dónde se encuentran las causas de este exacerbado temor? Una de ellas podrían los vaivenes a los que ha sido sometida la población en las últimas tres décadas,  la cual ha vivido una constante inseguridad tras las sucesivas crisis económicas. Otra es el crecimiento de grupos extremistas que se ha suscitado en diversas religiones (fenómeno del que el cristianismo no ha estado ajeno), en especial el islam, cuyos feligreses más exaltados buscan imponer su sistema de creencias en todo el mundo, aspiración para la que no trepidan en concretar mortíferos ataques terroristas como los que afectaron a Estados Unidos en 2011, equivalentes a los antiguos tribunales inquisitorios y los juicios contra brujas y herejes que en el pasado distintos credos llevaron adelante en occidente. Atentados cuya difusión -y por ende su capacidad de provocar terror- se ha visto favorecida por el enorme desarrollo de las comunicaciones en el marco de la llamada aldea global. Tales amenazas ocasionan que cualquier insinuación de un grupúsculo que divulgue postulados opuestos a los del cristianismo, aunque se trate de uno con baja capacidad de disuasión por intermedio de acciones físicas como los homosexuales, sea agrandada por los receptores a un tamaño que no corresponde a la realidad. A lo que finalmente se debe añadir el rechazo a la tendencia gay subyacente en casi todos los credos más influyentes en la actualidad, incluyendo los mismos discípulos de Cristo en sus más diversas acepciones y también los musulmanes. Existe una imagen consensuada que presenta a estas personas como los pervertidos más insaciables, con una conducta similar a la del hombre del saco.

Mi llamado para los cristianos, al menos en este tema, es a la calma. No se va a terminar la fe porque más países aprueben el matrimonio homosexual, como no sucedió con la creación de los Estados seculares ni con la deposición de las normas legales que prescribían la más estricta moralidad. En tal sentido el peor daño, como ya acaeció en el pasado, podría provenir de los propios hermanos, al manifestarse con conductas reaccionarias que rozan la violencia, ya sea verbal o física. Y si ocurre que se termina el mundo tal como lo conocemos... bueno: es preciso recordar que dicho acontecimiento no es el presagio de la aniquilación absoluta, sino todo lo contrario, se trata del antecedente directo de la Segunda Venida del Señor. Más provechoso es preocuparse por el sufrimiento que algunos creyentes están hoy experimentando en lugares dominados por religiones extremistas, pues intentar detenerlo sí que acarreará felicitaciones el día que nos hallemos en el Paraíso.

                                                                                                                       

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