domingo, 23 de junio de 2013

Los Pies A Ambos Lados del Bósforo

Desconozco el desarrollo que al momento de redactar este artículo han tomado las protestas que durante todo junio han constituido la noticia más relevante sobre Turquía, a pesar de que ese país en el mismo tiempo ha entregado otros acontecimientos igualmente dignos de mencionar en la prensa internacional. Puede que se hayan soterrado y estén dando paso a una forma de organización que busque prolongarse, ante la escasa, cuando no nula, respuesta de las autoridades gubernamentales a las demandas de los manifestantes, salvo en lo que concierne al control policial. Sin embargo, esta coyuntura constituye una prueba más de la situación de ambigüedad cultural que vive la sociedad de esa nación, que partiendo de una representación simbólica de su ubicación geográfica, parece que es incapaz de decidir entre la liviandad de costumbres que ofrece el occidente europeo secular, versus la religiosidad musulmana, en muchos casos extrema, de sus vecinos asiáticos.

Turquía es un país que ha sido calificado, en las últimas décadas, como un modelo de modernidad que las naciones donde el islam es amplia mayoría debieran seguir. No sólo porque en su territorio existe un importante nivel de libertad de cultos y además hay históricas minorías de cristianos y judíos que han sido reconocidas como parte del paisaje nacional, sino también debido al papel preponderante que en el pasado jugó en la expansión y posterior mantenimiento del discipulado de Mahoma, al sostener durante muchos siglos el imperio otomano, que rigió en casi todo el Medio Oriente y el norte de África. A modo de reforzamiento de tesis, cabe recordar que en estos lares los seguidores de Jesús se consolidaron allá por el año 100, tras las sucesivas disputas que los forzaron a abandonar Israel. Hay muchas ciudades emblemáticas al respecto, algunas incluso mencionadas en la Biblia, como Antioquía, Esmirna (Izmir), Ankara (la antigua capital de los gálatas) o Estambul, que aunque no aparece en las Escrituras su entorno fue decisivo en el avances de la iglesia primigenia y medieval. Son cuestiones que los hombres más prominentes del occidente evangelizado de seguro tienen en consideración al momento de hablar en términos positivos de este lugar. A lo cual añaden los sucesos políticos internos de 1926, que remataron en la fundación de una república multi partidista de características contemporáneas.

Sin embargo, parece que los turcos no son capaces por completo de liberarse de las trabas sociales y culturales que les impone su religión mayoritaria, incluso con varios de ellos cediendo a la tentación de plegarse a los preceptos del islam más extremista, que sucesivos acontecimientos de los últimos quince años -como el ataque a las Torres Gemelas y hasta la mal denominada primavera árabe- han reforzado en el panorama internacional, presionando a los sectores más moderados que a su vez temen ser tachados de tibios o de infieles por ciertos grupos que no trepidan en usar la violencia y el terrorismo en el afán de encauzar a sus hermanos de fe. De hecho, el actual gobierno conservador, contra quien ha sido dirigida buena parte de los reclamos, lleva diez años en el poder, el que ha retenido tras ganar sucesivas elecciones. Lo interesante es que el partido que lo sustenta, que es medianamente confesional, está basado en el modelo de las colectividades europeas de derecha, algunas de las cuales, como los populares en España, suelen ser muy observantes de las imposiciones morales del credo cristiano más fuerte en sus respectivos países. Estos alumnos, enseguida, han aprendido bien la lección y la han aplicado a una escala musulmana, con todas las variaciones exageradas que ese traspaso puede implicar. Así, notamos que en épocas recientes, la administración de Turquía -y éstas son cuestiones que han sido mencionadas en las manifestaciones- ha limitado la venta de bebidas alcohólicas, ha intentado restringir la uso del aborto -cuya práctica ya es acotada en relación a otros sitios del primer mundo-, ha buscado establecer clases de religión islámica obligatorias en las escuelas, se ha estado metiendo con la vida personal y las vestimentas de las personas y hasta ha llegado a emplear la censura audiovisual, como ocurrió meses atrás con un capítulo de The Simpsons. Normas alentadas por su lado mahometano, pero que algunas de ellas de hecho se están implantando en Europa, aunque con una intensidad bastante menor. Claro, en el viejo continente se arguye que son útiles al momento de preservar un determinado orden que debe expresar toda comunidad que se precie de civilizada. Idéntico subterfugio que presentan los encargados a ambas orillas del Bósforo, sólo que en su caso se transforma en la perfecta simbiosis que les permite pasar por modernos y a la vez acallar a las voces críticas de los clérigos más fanáticos, aunque de nuevo sea el ciudadano pedestre el exclusivo perjudicado.

A propósito de ese ejemplo de modernidad del que los propios gobernantes turcos se ufanan, es interesante señalar que estas protestas se originaron luego de que un puñado de ecologistas fueran desalojados de modo brutal por la policía de un parque de Ankara donde habían establecido una acampada, en reclamo por la intención de las autoridades de demolerlo en favor de la instalación de un centro comercial. Es decir, manifestantes "modernos", grupos de verdes que han proliferado en el primer mundo y que se han transformado casi en el único receptáculo permitido de la disidencia, luego de que las demandas obreras y sociales sean vistas en una alta cantidad de esferas como residuos del marxismo y el comunismo, corrientes de pensamiento y sistemas políticos que habrían fracasado en 1989. Una marcha de trabajadores no habría tenido el mismo efecto, aún si la represión de los agentes hubiese sido más irracional a nivel de generar un escándalo en el extranjero. Que los musulmanes más extremistas repudian y no dudan en colocar en la réproba casilla de los infieles. Quizá por eso fue que la coyuntura llamó la atención internacional, pues agredir de manera injustificada a unos defensores de la naturaleza constituía una clara señal de que el islam retrógrado estaba colmando los espacios sociales.

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