domingo, 9 de junio de 2013

Marchando Por La Familia

Ante los crecientes casos de países que aprueban legislaciones favorables a las parejas homosexuales, incluyendo el denominado matrimonio igualitario, muchas congregaciones y líderes espirituales cristianos han convocado a masivas marchas "en pro de la familia", que en algunos casos, por cierto, han cumplido con creces las expectativas que sus organizadores se plantearon, como ocurrió la semana pasada en Brasil, donde unas cincuenta mil personas se reunieron en uno de estos desfiles de protesta. La estrategia detrás de estas manifestaciones callejeras no es otra que imitar el procedimiento de las agrupaciones que tradicionalmente suelen alentarlas, como los colectivos de izquierda y reivindicativos en términos de igualdad social, aunque con una finalidad muy diferente y determinadas circunstancias opuesta. Se copia la forma para dar a conocer un distinto fondo, en la lógica de hacer uso del derecho a expresarse que tanto pregonen los defensores incondicionales de la democracia, el progresismo o las libertades individuales: aunque en el caso específico el ejercicio de la libre opinión implique un intento por frenar las conquistas de otras asociaciones.

La palabra familia ha sido tanto el cliché como el chiche de los grupos reaccionarios -ya ni siquiera conservadores- al menos desde la época en que las diversas instituciones eclesiásticas empezaron a perder sus grados de influencia en la sociedad. Se trataba de un eficaz modo de evitar ser tildado de fanático religioso al momento de insistir en los llamados "valores tradicionales" (en la hipótesis de que su desacato implicaría la disolución de la humanidad), recurriendo a un elemento que lejos de permanecer encerrado en los templos o las escuelas de teología es posible de hallar en la vida cotidiana. Que por sus características, además, encaja casi a la perfección con el sentimiento moralizador integrista, ya que rebelarse contra lo establecido necesariamente requiere ponerse en conflicto con las generaciones anteriores, por naturaleza depositarias del estatus vigente. Dicho de forma simbólica, proponer nuevos caminos es como desobedecer a los padres sólo que a gran escala. Quienes apoyan la preservación de los antiguos regímenes están conscientes de esto; pero enseguida, tanto ellos como sus detractores tienen una consideración relativamente positiva por esta ideología, debido al moldeamiento que su práctica ha generado en la especie. Entonces, los primeros aprovechan esta coyuntura para acusar a los segundos de atacar un modelo ancestral de estructuración social que ha sido clave para la supervivencia: en resumen, que buscan destruir a sus semejantes. Y los aludidos, increpados con estos argumentos, y quizá en el afán de demostrar sus niveles de tolerancia, replican que no están tratando de aniquilar nada, sino que se abren a distintos tipos de familia, entre las cuales por qué no pueden darse las encabezadas por una pareja del mismo género.

El empleo del vocablo por los reaccionarios tiene una finalidad clara y es imposible siquiera atisbar -no sólo porque sea extremista, sino además por su baja calidad expositiva- una doble lectura. La familia implica un padre varón, una madre mujer y en el peor de los casos un número medio de hijos. Aquellas parejas sin vástagos -aunque no sea por voluntad propia-, los hogares que cuentan con un sólo progenitor o las uniones de facto, más notorio si son homosexuales, quedan excluidas del concepto y por ende la humanidad debe luchar contra ellas, pues le va su existencia en eso. Lamentablemente, se trata de un razonamiento simplista hasta la exageración, que no permite observar las diferentes realidades que cohabitan incluso en el seno de los modelos que asegura resguardar. Por ejemplo, ¿qué sucede con aquellos casos de niños que han sido víctimas del abuso, incluso sexual, de sus mismos padres? Yendo a situaciones más concretas: ¿dónde queda aquí la hija del austriaco Joseph Fritzl, a quien su padre violó y mantuvo encerrada durante dieciocho años, sólo por desobedecer una orden?; ¿o las pequeñas que también durante esta semana fueron encontradas en el sótano de una casa, completamente desnutridas, dejadas ahí por sus padres, quienes así lograban dedicar más tiempo a los juegos de vídeo? Es un hecho que a los que han padecido tales aberraciones no se les puede hablar de una defensa de la familia, al menos en el sentido que los manifestantes de Brasil y otras partes del orbe lo expresan. Más aún: ese modo de actuar y pensar no sólo ignora tales anomalías, puesto que considera el sistema como infalible, sino que además con esa sola conducta las alienta, al insistir en que la tendencia es buen porque sí y por ende lo que acontezca en su interior jamás será maligno.

Cuesta admitirlo. Pero son múltiples los casos de parejas homosexuales que han mantenido niños a cargo y lo han hecho de manera elogiable. Incluso, los factores que podrían ocasionar dificultades en el desarrollo de esos menores de edad son de carácter netamente externo, como la insistencia de quienes no aceptan esta clase de hogares. Y lo interesante es que uno de los pretextos que los grupos reaccionarios utilizan para tratar de imponer su visión de los asuntos es que una familia protege de las malas influencias provenientes del exterior. Parece que ha llegado la hora de preocuparse por las irregularidades señaladas en el párrafo anterior, pues los objetados ya las han superado.

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