sábado, 25 de mayo de 2013

Islam, Neonazis y Templos Comprados

Desde hace algunas semanas, ministros católicos y evangélicos de Alemania se han estado reuniendo con el afán de analizar los cada vez más frecuentes cierres de templos pertenecientes a confesiones tradicionales cristianas en el país debido al progresivo retiro de los fieles, con lo cual mantener estos edificios no sólo es un acto superfluo sino que además poco rentable. La preocupación obedece menos al declive de asistentes -de hecho es un fenómeno común en distintas regiones de Europa- que al eventual destino que han tomado las construcciones, varias de las cuales han terminado demolidas o recicladas para actividades que algunos líderes consideran incompatibles con la fe en Jesús, como bares o locales nocturnos con diversos niveles de comercio sexual. Sin embargo, la principal motivación para efectuar estos encuentros radica en un suceso muy polémico acaecido en Hamburgo en febrero pasado, cuando un inmueble que antes de 2002 albergaba a una antigua congregación luterana, tras distintos tanteos, fue adquirido por una comunidad musulmana que decidió transformarlo en mezquita. 

La transacción desató un sinnúmero de comentarios negativos. Lo cual era hasta cierto punto esperable, dada la sensibilidad que se ha generado en occidente hacia todo aquello que provenga o sostenga una relación siquiera mínima con el islam, sobre todo después de los atentados las Torres Gemelas y de la irrupción de los musulmanes extremistas. No obstante, en el momento en que se concretó el traspaso ocurrieron hechos lamentables acerca de los cuales es preciso llamar la atención para enseguida condenar. Un grupo de cristianos llegó al sitio donde se iba a concretar el contrato físico y realizó unas cuantas acciones que demandaron la intervención de la policía. Cabe, entre paréntesis, preguntar a esos creyentes qué aportaron en todo este tiempo para evitar la pérdida de un recinto de oración en manos de una religión que muchos de ellos consideran abyecta. Pero lo más grave está en que tales discípulos del camino se dejaron acompañar por unas pandillas locales de neonazis, que sumaban alrededor de trescientas personas. Fueron esos individuos quienes alentaron los conatos de violencia, ejerciendo como una suerte de brazo armado. Por cierto que varios ministros salieron a las horas después a declarar su repudio a esta anomalía, aseverando que quien buscaba o toleraba el apoyo de estas camarillas xenófobas se encontraba en el más absoluto de los errores y estaba lo más alejado imaginable de la doctrina de Jesús. El problema es que un grueso de esos aclaradores cuando menos insinuó, aún con un nivel de resentimiento y de golpe al orgullo por la compraventa de la discordia, que si el público común desea perseguir a un credo por su innata naturaleza agresiva y peligrosa, no tienen sino que mirar a los mahometanos. 

Ya el uso de pandilleros racistas con el propósito de defender a Cristo es una cuestión repudiable. Toda vez que los musulmanes, que no pertenecían a un colectivo extremista, adquirieron el edificio valiéndose de mecanismos absolutamente legales como la transacción comercial. Una forma de relación económica prescrita casi como la única opción posible en la cultura occidental cristiana, con un particular ahínco entre las distintas iglesias evangélicas. Al menos es más decente que lo obrado por aquellas confesiones que tras una intervención militar se apoderaron de, por ejemplo, mezquitas en España o de sitios ceremoniales en América Latina o la Europa central. Basta recordar lo sucedido en la propia Alemania tras la Reforma, donde los luteranos confeccionaron sus primeras comunidades a partir de capillas, catedrales, abadías y escuelas teológicas católicas. En atención a lo asegurado por los líderes mencionados en el anterior párrafo, al final ambas propuestas quedan igualadas en sus niveles de hipocresía, fanatismo y represión. Pero los discípulos del camino terminan mucho peor parados que los de Mahoma. Pues ellos, incluso en sus variantes más nocivas, se justifican con argumentos puramente de orden religioso. Mientras que los seguidores de Jesús, en el afán de continuar mostrando una careta liberal y democrática, se valen de retorcidos recursos de índole política, étnica o seudo científica.

 Más que intentar frenar el avance del islam a cualquier precio -incluso cediendo la salvación-, los cristianos de Europa deberían auscultarse en la finalidad de buscar las causas que están detrás de la sostenida declinación en la cantidad de fieles. Hay algo que han dejado de hacer o que están ejerciendo de una forma incorrecta. Tal vez la solución esté en una cosa tan simple como retomar el propósito original de predicar el mensaje de Jesús y recuperar los aspectos esenciales de la doctrina (que no son sólo morales, por si alguno empieza con el asunto del relativismo). El inconveniente es que para volver a esa senda se precisa un reconocimiento en el sentido de que se está transitando por el camino equivocado que equivale a uno que no es el de Dios. Y parece que los hermanos del Viejo Mundo no se atreven a llevar adelante ese paso pues les significa tener que continuar horadando ese orgullo que los impulsa a reaccionar con ira irracional cuando una comunidad de musulmanes decide comprar un templo abandonado para transformarlo en mezquita. No les desagrada preservar el estatus, a pesar de que se trate de una demostración cabal de su propia decadencia, cuya prueba más palpable es la conversión en mahometanos de sujetos formados en la civilización occidental. Una lástima, porque a la par con esta evidente contracción, por otro lado sí existen congregaciones que han recuperado almas y hasta las han ganado entre quienes provienen del Medio Oriente. Se trata de las organizaciones fundadas por inmigrantes de países latinoamericanos o africanos, que no se rigen por las normativas tradicionales europeas. Quienes, por desgracia, al final terminan envueltas por el mismo saco de la xenofobia de quien sólo ve fanatismo y distorsión de sus tradiciones. Un interés desmedido de conservación -más bien conservadurismo- que sólo está ocasionando el efecto opuesto.

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