domingo, 2 de septiembre de 2012

Terapias Para Hacer Machos

El parlamento del estado norteamericano de California ha evacuado un proyecto de ley que busca la total prohibición de las terapias que intentan prevenir o corregir la homosexualidad. Dichos tratamientos son defendidos y promovidos por prominentes líderes religiosos cristianos, tanto católicos como evangélicos, así como por las congregaciones que dirigen. Sin embargo, quienes efectúan tales trabajos son sicólogos profesionales, graduados en prestigiosas universidades gringas, que han asumido de manera sutil e indirecta el papel de inquisidores que a sus propios jefes les ha sido retirado como una muestra de superación del oscurantismo.

Estas prácticas, además, contienen un sinnúmero de detalles aberrantes, más que suficientes para revelar frente al ciudadano común la auténtica naturaleza de quienes las llevan a cabo, así como el tenor de la pseudociencia que los impulsa, la cual lamentablemente ha sido puesta al lado de las ciencias verdaderas al extremo que hoy tiene un lugar en la educación superior. Por ejemplo, las mencionadas terapias les son aplicadas a niños, a veces muy pequeños, pues como ya fue señalado en el párrafo anterior, incluyen una variante de carácter preventivo. Es decir, cualquier mocoso que todavía no ingresa a la escuela primaria, y sólo en base a las sospechas de los adultos que lo rodean, corre el riesgo de caer en las garras de estos terapeutas y ser acusado de una conducta que por causas obvias es imposible de comprender para un ser de tan tierna edad. Lo cual resulta mucho más grave si se considera que la sexualidad personal no se define antes de los veinte años, y que cualquier intento por encauzar una actitud que de acuerdo al criterio de personas mayores constituye una desviación, puede acarrear consecuencias catastróficas para el afectado. En resumen, nos hallamos frente a un abuso infantil de enormes proporciones, que no requiere explicaciones ni discusiones amplias para convencer a un interlocutor de que lo condene, ya que sólo se compara con la pedofilia o el castigo físico contra los menores.

Por otra parte, no es extraño que personajes de la talla de los sicólogos se involucren en estos abyectos tratamientos y los lleven adelante con denodado gusto. Como se acotó en el párrafo introductorio, esta pseudociencia ha pasado a ocupar el puesto que la religión y las dictaduras ideológicas dejaron vacante en su momento, en lo relacionado con el control represivo de la sociedad. Es lógica la unión entre estos supuestos terapeutas y ciertos ministros de cuño conservador -más bien reaccionario-. Más aún si estos últimos buscan contrarrestar el cambio en la mentalidad de la población respecto de los homosexuales, sometidos por siglos a una constante y sistemática agresión que no es el modo correcto de abordar el problema, y por consiguiente constituye abominación ante los ojos de Dios. No obstante, a los pastores, evangelistas y feligreses que obran así, cabría formularles una pregunta: ¿qué sucede con esa advertencia de Jesús, quien apunta de que toda situación de violencia ejercida contra los niños a la larga se traduce en una ofensa contra el mismo Salvador? ¿Lo cual, para colmo, se efectúa recurriendo a una "mal llamada ciencia"? ¿Es acaso tan importante la corrección vertical, que no se debe escatimar en pedir auxilio a una práctica todavía más oscura que la astrología? En conclusión, ¿es imprescindible delegar a los más débiles, a los que se supone debemos proteger como cristianos y adultos responsables, en manos precisamente de uno de los peligros que más los acechan? O dicho de otra manera, ¿es necesario unirse en yugo desigual con un león rugiente, justamente para acercar a las nuevas generaciones a los caminos del Señor?

Antes de continuar, debo aclarar que no estoy defendiendo la teoría que afirma que se nace gay, la cual muchos científicos serios y sesudos afirman que es incorrecta. Mi intención es  recordar a quienes contratan a estos y otros sicólogos para aplicar en chicos inocentes sus bajos propósitos, que con ello cometen una serie de pecados: homofobia -tan grave como la homosexualidad-, apoyo en pseudociencias -que por su intermedio, torna a los incautos vulnerables a la hechicería- y maltrato infantil, por nombrar los más visibles. Se supone que tenemos las Escrituras y el amor cristiano como herramientas eficaces para afrontar estas situaciones, y que caer en el vicio de descansar en una alternativa a Dios es sinónimo de idolatría. Por desgracia, muchos, en su afán de eliminar la incredulidad a cualquier precio, producen daños colaterales que alcanzan a perjudicar a sus propios hermanos de fe. Y lo peor es que se enceguecen y consideran que su conducta pone otro ladrillo en la construcción del reino de los cielos.

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