lunes, 10 de septiembre de 2012

La Pelea Por Las Almas

Cuando un cristiano medio revisa datos estadísticos que dan cuenta del explosivo aumento de la cantidad de templos en un determinado lugar -en especial, si se trata de su territorio natal o en el que actualmente reside- no puede ocultar su alegría y en el acto eleva una oración de agradecimiento a Dios porque aquella región ha sido bendecida con Su palabra. Por supuesto que se trata de una reacción lógica y además completamente aceptable. Sin embargo, también es recomendable guardar una dosis de prudencia con el fin de reflexionar acerca de un peligroso vicio que se oculta detrás de las cifras, y que hasta cierto punto está relacionado en forma íntima con la explosión demográfica de iglesias evangélicas. Se trata de la mala distribución geográfica que justamente presenta el conjunto de esos recintos, y que es endémica en ciertas zonas de América Latina.

En varias ocasiones, cuando un pastor, predicador o hermano equis se siente tocado por la luminosidad divina y decide instalar un templo, no halla nada mejor que construirlo al lado, al frente, en la calle de atrás o en la esquina contigua de otro que lleva algún tiempo establecido. Tal actitud no obedece a un interés por convertir la mayor cantidad de almas. Al menos, no como principal o única prioridad. Aquí sólo cabe descubrir a una persona que tantea diversas opciones a fin de escoger aquella que garantice el éxito de su empresa, y quien en ese sentido, imagina que en un barrio donde ya existen comunidades de reformados hay más disposición a escuchar la palabra de salvación, teniendo en mente la posibilidad de prosperar -en todos los sentidos que tanto la RAE como los cristianos le dan al término- en un lapso breve. El inconveniente de semejante determinación es que el nuevo inquilino es incapaz de, cuando simplemente no quiere vislumbrar el hecho de que en ese sector sea probable que ya se hayan convertido todos los ciudadanos posibles, un universo no necesariamente relacionado con la absoluta totalidad de habitantes. Entonces, al darse cuenta de que los métodos más tradicionales no funcionan, empieza, en muchos casos de forma inconsciente, motivado por la desesperación frente a un eventual fracaso, y por lo mismo a la pérdida de la gracia del Señor, a promover su ministerio de modo comercial pensando en los miembros de las comunidades vecinas. Y comienza a meter aspectos novedosos en la alabanza e incluso en la difusión de la palabra (cada vez más emocional y liviana), que resultan atractivos primero para los más neófitos (que por su situación son vulnerables a transformarse en trotaconventos), luego para quienes se encuentran desencantados y finalmente para una parte de los fieles más incondicionales, ocasionando discusiones del tipo "acá somos más espirituales", "nosotros estamos mejor preparados" o "en mi iglesia se canta de manera más fuerte y sincera que en la tuya". De ahí a las agresiones, tanto verbales como físicas, faltan unos pasos.

Dicha situación acontece en pequeña y gran escala. En muchas ciudades es posible ubicar un alto número de templos en ciertos barrios, mientras en otros, relativamente voluminosos, las comunidades evangélicas brillan por su ausencia. También es posible extrapolar este fenómeno a un país completo. Por ejemplo, en Chile hay algunas urbes del sur en las cuales se funda una congregación prácticamente cada trimestre, a pesar de encontrarse saturadas en este aspecto, mientras localidades y hasta comunas enteras, en especial hacia el norte, carecen por completo de una edificación donde adorar a Dios. Más aún, parece que ciertos hermanos han decidido abandonar el mandato de predicar el evangelio incluso en los parajes más recónditos, y se limitan a ofrecer técnicas novedosas de alabanza con el propósito de captar a los feligreses de las iglesias más antiguas, palabra que suelen confundir o simplemente asociar con "anticuado". Es cierto que existen determinadas congregaciones y hasta denominaciones que han extraviado el entusiasmo inicial y requieren de un renovado impulso espiritual, puesto que a veces se visualizan claras señales de que su supervivencia está en peligro.Sin embargo esto se halla lejos de ser un problema general, mucho menos al extremo de defender la tesis de que cada época tiene su propio sistema de predicación (adaptación de estilos sí, pero no más allá).

Por supuesto que el crecimiento de las iglesias evangélicas debe ser bien recibido. Pero así como no se puede poner el sol sobre nuestro enojo, tampoco debe colocarse encima de nuestra satisfacción. El aumento de los templos es una demostración del avance de las conversiones, no obstante de igual modo representa un cierto nivel de desorden y desmesura que precisa ser corregido. Ya hay determinados lugares en donde la excesiva instalación de comunidades reformadas está provocando molestia y rechazo entre las personas seculares, precisamente quienes son la principal motivación que impulsa a inaugurar estos recintos. Muchos se quejan de que sólo ven reyertas entre los hermanos a causa de los incidentes citados en el segundo párrafo, y que suben los altavoces e intentan cantar -más bien chillar- de manera más ruidosa para tapar a sus competidores, convencidos de que oye al que grita de modo más escandaloso. Si uno posee la capacidad de discernir dada por el espíritu de Dios, también puede caer en la cuenta de que agregar un templo más en algún barrio puede llegar a ser, si se cumples algunas circunstancias, negativo en términos de testimonio, y por ende seguir la voluntad divina podría ser equivalente a desistir.

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