domingo, 23 de septiembre de 2012

La Atajada de los Pro Animal

Se sucede otro aniversario de fiestas patrias y con él, una polémica que están obligados a escuchar hasta quienes buscan desconectarse del mundo disolviéndose en medio de las celebraciones. No; no se trata de algún pastor exaltado que hace una intervención más apasionada de lo recomendable en el tedeum evangélico, ni de los integrantes de ese credo que cada año, en la víspera de estos feriados, efectúan un llamado vehemente a dejar de lado el alcohol y los bailes exagerados. Por lo demás tales recomendaciones las venimos oyendo desde épocas ignotas y jamás han derivado en restricciones aguafiestas, salvo el intento de prohibir el uso del hilo de competencia en el encumbramiento de volatines -que no forma parte de las inquietudes de los hermanos reformados- y la norma que aumenta las sanciones para los conductores ebrios -absolutamente necesaria, y por cierto más débil de lo que debería-. Los problemas ahora son provocados por los defensores de los derechos de los animales, que aparte de pedir a los ciudadanos que se abstengan de consumir carne, han puesto un especial énfasis en el deporte folclórico por excelencia de Chile, el rodeo, llegando a irrumpir en medio de los espectáculos con sus pancartas que advierten del supuesto maltrato que sufren las bestias que se utilizan para esta práctica.

La principal aprehensión de estos activistas es el procedimiento conocido como la atajada, aquel ejercicio en el cual la pareja de jinetes acorrala a un novillo contra las paredes del escenario, y que por cierto constituye el atractivo principal y el núcleo del desarrollo de este deporte. Desde luego, para personas con determinada sensibilidad, el impacto visual que ocasiona observar cómo una enjuta cría de toro es arrinconada contra una pared, valiéndose además de otro animal como es el caballo, no resulta muy tolerable. Y más todavía cuando dichos manifestantes han sido criados y educados en un ambiente alejado del circuito campesino y folclórico dentro del cual se practica el rodeo. Sin embargo, llegando a este punto, la legítima preocupación por los seres inferiores se mezcla con la ignorancia supina. Pues lo que se pretende con este acto, que reproduce una costumbre imprescindible en los ambientes rurales -actividad que justamente dio vida a este juego-, precisamente lo que busca es hacer retornar a la bestia a su corral sin producir daño, cuestión que además se confirma al observar el reglamento y el sistema de calificación, que incluye descuentos para quienes cometen errores en su intento por domar a la supuesta víctima. Es una técnica comparable al acto de obligar a volver a la casa a una mascota, perro o gato, que tras un pequeño descuido se ha fugado a la calle. 

En ese sentido, los pro animal deberían revisar la historia y captar las circunstancias que dieron origen a este deporte, cuya motivación principal era exhibir la reciedumbre del ganado criado durante la temporada. Por lo que, lejos de abusar de las bestias, lo que se pretende es transformarlas en las niñas bonitas y en la principal atracción de la feria. Esto se condice con una cultura ancestral, la del campo central chileno, cuya principal expresión era el fundo, donde un patrón controlaba todos los aspectos de sus peones y podría ejercer sobre ellos su más despótica autoridad. Bajo este contexto, el dueño de la hacienda le otorgaba más importancia a una cría de corral, que era el sustento económico del recinto, por encima del campesino de quien podía prescindir cuando lo estimaba conveniente, valiéndose incluso de su eliminación. De ahí se deriva uno de los aspectos más odiosos que caracterizan a la idiosincrasia del rodeo , cual es su reproducción de las castas sociales tradicionales de la geografía rural chilena. Mientras los inquilinos y simples campesinos están restringidos a competencias menores de domadura y encierro, en las que no cabe ningún atisbo de maltrato -si así ocurriera tales pruebas ni siquiera serían imaginadas- y aparte de ello es la integridad del humano la que corre un cierto peligro, las actividades más vistosas, como las atajadas, son reservadas para los hijos de los hacendados. Ellos demuestran que son más importantes que el ganado, pero éste a su vez se encuentra por encima del huaso pobre. Y en resumen, se puede concluir que la bestia no es agredida sino protegida, en cuanto justificación monetaria de un predio determinado.

De ahí la ignorancia supina que se hacía referencia respecto de los pro animal. Ellos han sido educados en un ambiente urbano y por ende alejados del medio rural y de sus costumbres. Pero además, han recibido una instrucción considerable que en este país sólo pueden recibir sectores de clase media y alta, lo cual permite una asimilación de temas menos conocidos y que requieren de una formación especial para ser asimilados, como es la cuestión de los derechos de los animales. Eso los impulsa a mirar a la gente del campo, incluso los más acaudalados, con desdén, tildándolos de brutos primitivos, que es una acusación que las personas oriundas de las ciudades les suelen levantar a quienes provienen de los vergeles. Lo que en definitiva, llega a afirmar que el ímpetu de los adoradores de bestias es sobre todo clasista, y que esta agresión a veces va dirigida contra sus propios familiares, pues no olvidemos que por la forma que tiene la geografía humana en Chile, los apellidos de la oligarquía están todos cruzados entre sí. La finalidad de tal actuación sería ganar una cuota de prestigio, puesto que la cultura del rodeo es la que está más arraigada en el país, se busca armar un contrapunto a través de la cultura pro animal con el propósito de ganar espacios mostrado una imagen alternativa con el propósito de obtener un beneficio individual.

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