lunes, 30 de abril de 2012

Sectas Con Piel de Iglesia

Días atrás el arzobispo de Santiago anunció la disolución de la llamada Unión Sacerdotal del Sagrado Corazón de Jesús, entidad que circulaba en torno a la parroquia de El Bosque y que era encabezada por Fernando Karadima. No se trataba de un nombre de fantasía creado por ese cura con el propósito de hacer pasar sus fechorías -las sexuales y las financieras- como parte de sus obligaciones religiosas. Muy por el contrario, dicha organización había sido fundada en 1928, y fue el prestigio que había ganado, además de la estructura de sus estatutos, lo que le permitió al monstruo con sotana, una vez asumido el control, transformarla en su secta personal y en el mecanismo que le proveía de elementos para satisfacer sus deseos más ruines.

 Es un dato curioso. El papismo, en su afán de presentarse como una iglesia universal y por ende la única alternativa concebible de salvación, ha buscado, al menos en teoría, ser vista por el ciudadano pedestre como una institución lo más impersonal posible, en una manera un tanto peculiar de practicar la doctrina del "cuerpo de Cristo". Sin embargo, sus integrantes a poco andar caen en la cuenta de que los fieles, por una cosa que incluye aspectos emocionales y racionales a la vez, siempre acaban inclinándose por figuras que les parecen más cercanas o palpables. Por ello, entre otras causas, es que la imagen del papa de turno, que en cuanto primera autoridad siempre va a quedar expuesto a dar la cara, suele ser objeto de una veneración exagerada, incluso dentro de las particularidades de la fe católica. De igual modo, esta forma de actuar da origen a fenómenos como aquellos santuarios o congregaciones dedicados a supuestos santos -Expedito, el padre Pío- que en realidad no constituyen más que eslóganes publicitarios. También el germen de la denominada religiosidad popular se puede encontrar aquí, alimentado por un aspecto esencial de la teología romanista como es el culto a las imágenes. Y en medio de esta amalgama, están los líderes carismáticos al estilo de Karadima, que cuentan con la ventaja de que son seres de carne y hueso semejantes a uno, aunque rodeados de un aura extraordinaria, lo cual a la larga se torna un doble punto a favor.

Es este mismo principio de la universalidad el que ha impulsado a muchos curas a tratar de sectas a, por ejemplo, las iglesias evangélicas. Calificativo matizado, a veces, por el eufemismo de "grupos particulares", en alusión a que atenderían a los intereses de una persona determinada y no de Cristo. Los mismos sacerdotes, en seguida, advierten del peligro que puede significar la adscripción a estas entidades, que no están sujetas a control, producto justamente de su independencia, por lo que el desorientado feligrés queda muy propenso a toparse con un líder negativo o destructivo. A lo cual añaden el hecho de que este máximo dirigente, al ser siempre la principal cabeza del movimiento, cuenta con la facultad de modificar la doctrina a su regalado arbitrio, con lo cual aparecerían un sinnúmero de corrientes heterodoxas que incluso podrían llegar a pelearse entre sí, con nefastas consecuencias. Sin embargo, ¿no son precisamente ésas las situaciones que han rodeado el asunto Karadima? ¿No fueron acaso causas muy parecidas, las que permitieron el crecimiento de ese ogro conocido como Marcial Maciel? Y ambos y muchos otros, estaban al mando de organizaciones que caen en el ya citado términos de los grupos particulares, coyuntura en la cual se sintieron en la más absoluta impunidad, no porque nadie los gobernara, sino todo lo contrario: ellos formaban parte del cuerpo romanista al que jamás dejaron de proclamarle lealtad. Entre otras cosas, porque dicho paraguas constituía la garantía de que podrían continuar adelante con sus conductas abyectas sin que la justicia secular les cayese encima. Tenían amparo, no como el desarrapado jefe de un grupúsculo no ligado quien cuando es descubierto no encuentra respaldo que lo libere de la cárcel.

Desde luego que es erróneo llamar secta a la iglesia católica -más por un tecnicismo y un asunto semántico que otra cosa, es preciso aclarar-. No obstante, en su interior podemos apreciar una amalgama incontable de situaciones donde se puede apreciar el comportamiento sectario. Partiendo por las veneraciones a las imágenes y el culto mariano  (no vengan con definiciones rebuscadas que pretenden pasar por teológicas: los seguidores de la Virgen de Guadalupe, del Carmen, Fátima o Aparecida, por supuesto que consideran que veneran a un ente con vida propia y que es parecido pero distinto a la madre de Jesús), pasando por los templos consagrados a ídolos propios del kitsch religioso como los mencionados Expedito o el Padre Pío, y acabando en estructuras como los Legionarios de Cristo o el Opus Dei (y las órdenes más clásicas tampoco se salvan, pues fueron concebidas justamente con el afán de formar grupos exclusivos alejados del contacto con las demás personas, incluyendo los fieles). Una serie de cuestiones raras que han venido a suplir, de la peor manera posible, necesidades esenciales de la espiritualidad de las personas, que producto de los propios dogmas romanistas y de las ambiciones poco cristianas de algunos de sus integrantes, son incapaces de suplir de la forma correcta. Y que arrastran a uno a formularse la misma pregunta que le planteó Pablo a los corintios: ¿acaso está dividido Cristo?

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