lunes, 23 de abril de 2012

Sociedades Puramente Corruptas

 Para muchos es un hecho prácticamente comprobado que frente a grandes desastres -naturales o económicos- las personas se vuelcan a las instituciones religiosas mientras en paralelo se tornan más conservadoras. En realidad no siempre es así. El huracán Katrina, por ejemplo, motivó al grueso de los estadounidenses a distanciarse de la figura del entonces presidente George W. Bush y de todo lo que representaba; y pocos años antes, la crisis que los gobiernos tecnócratas latinoamericanos experimentaron hacia 1999 dio pie a la elección de líderes izquierdistas como Hugo Chávez o Evo Morales. Sin embargo no faltan los interesados que quieren sacar partido de determinadas coyunturas y valiéndose de supuestas conclusiones científicas intentan vender la idea de que si las sociedades retornaran a los "valores tradicionales cristianos" (léase integrismo moral y eclesiástico en sus más diversas acepciones y formas de aplicación) entonces los problemas que las aquejan desaparecerían de la noche a la mañana, puesto que los dioses (Jah, Alá, Gamesh, Odín...) observarían el auténtico arrepentimiento de los humanos y apaciguarían sus arranques de ira. La situación provocada por la actual crisis financiera internacional no ha sido la excepción y es así como estamos viendo pulular por los más diversos espacios públicos a predicadores, políticos y empresarios ya no con la sola iluminación, sino acompañados de estadísticas -al fin y al cabo hemos superado la superstición y el oscurantismo- que advierten sobre la tolerancia hacia los homosexuales, las drogas consideradas ilícitas o al aumento del sexo no matrimonial. 

La premisa de aquella alarma es el supuesto de que si la gente regresa a una época de control moral, no importa si sacrificando la democracia o las libertades individuales entremedio, entonces las cosas regresarán a un cauce normal y tendremos una nueva era de paz y prosperidad. Sin embargo, la historia se encuentra plagada de casos de sociedades en donde se ha intentado aplicar a rajatabla es compendio de "valores tradicionales" y los resultados no han sido, por decirlo de una manera suave, los más óptimos. Centrándose en el cristianismo, en sus distintas acepciones, ya tenemos lo acontecido durante la Edad Media o en las colonias españolas, del lado del catolicismo. Pero también se pueden hallar reveses bien pronunciados en los países que de temprano abrazaron los principios de la Reforma. Así nos tropezamos con la Inglaterra victoriana del siglo diecinueve (no por nada el término se ha venido utilizando como sinónimo de la represión moral y cultural más extrema), donde la desigualdad social, la criminalidad desenfrenada o la suciedad de las calles superan con gran amplitud lo descrito en las novelas de Charles Dickens. Avanzando en el tiempo, descubrimos al Estados Unidos de la llamada ley seca, en el cual la prohibición de fabricación y venta de alcohol (una cuestión siempre simbólica para los mojigatos, en especial si son de cuño evangélico) generó un poderoso negocio ilícito que disparó la delincuencia a niveles insospechados, fuera de que la población de borrachos aumentó de manera significativa. En ambos casos, se trató de "purificar" a las personas obedeciendo la voz de los claustros que aseveraban estar basados en versículos bíblicos y por ende en un mandato divino. Y las consecuencias fueron desastrosas, aparte de que se perdieron muchas más almas de las que podrían haber sucumbido en una época más "corrompida".

Si uno ausculta el mundo actual, en escasos minutos notará que en la actualidad abundan los casos de sociedades que tienden a buscar la pureza moral y sin embargo ofrecen resultados más que decepcionantes. A primera vista no suelen ser asociadas con los "valores tradicionales " porque en esos lugares la presencia de seguidores de Jesús es casi nula, ya que se trata de países musulmanes o cuyo pueblo en su mayoría profesa alguna otra religión -hinduismo, budismo- defendida por dirigentes a la par poderosos y agresivos. Pero si nos damos cuenta, descubrimos que buscan subyugar a las personas con las mismas premisas morales que ciertos cristianos occidentales consideran imprescindibles. Claro: es fácil decir que sus líderes están desviados porque desconocen a Cristo al punto de perseguir a quienes declaran su fidelidad con el Mesías. No obstante, se podría dar por sentado que si un hijo del camino que manifiesta su homofobia, recomienda el castigo físico como mecanismo de educación, exige la censura artística o rechaza determinados hallazgos científicos por considerar que contradicen a la Biblia: de caer en un territorio islámico, a poco andar se adaptaría al ambiente y se transformaría en uno más. La única exigencia extra que debería hacer, en realidad, es orar cinco veces al día. 

No hay que dejarse engañar. Ya en el pasado reciente tuvimos ejemplos de sociedades que buscaron en el recato intransigente la manera de superar sus problemas, como la Italia fascista y la Alemania nazi (esta última apoyada en principio por la iglesia luterana germana) y no es necesario mencionar en lo que terminaron. El apego a la represión moral no soluciona los problemas: sólo los esconde en una olla a presión que en cualquier instante y producto de una provocación completamente ajena o superflua, puede estallar. Y entonces la descomposición del cristianismo puede llegar a transformarse en un proceso inminente. Si queremos convencer con nuestro discurso a los descarriados, Jesús nos ha entregado las armas. Entre las cuales, no se cuenta culparlos de los males que a veces generamos nosotros mismos.

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