domingo, 15 de abril de 2012

Cómo Entrenar a Tu Monstruo

Entre la serie interminable de acontecimientos internacionales que versan sobre política o economía, de vez en cuando se filtra una información que producto de su morbo lleva implícita la facultad de llamar la atención de la opinión pública. Y eso puede llegar a ocurrir desde dos ángulos completamente opuestos y antagónicos. Si la noticia es risible, significará una especie de bálsamo. Si por el contrario es trágica, servirá para colocar en primera plana temas de relevancia secundaria al menos frente a la coyuntura del momento. En ambos casos, la inclusión de estos sucesos en la agenda de prensa servirá para un idéntico propósito: provocar una conducta evasiva en los consumidores que los distraiga de cuestiones que ciertos grupos de interesados no desean que se discutan, porque siente que la sola insinuación al debate pone en riesgo su estatus de privilegio.

En los últimos días, esta evasión inducida ha venido de parte de un acaecimiento dramático y honestamente preocupante. Es un caso, en el Reino Unido, de un chico de quince años que asesinó a su madre a martillazos, inspirado en una serie de televisión a la cual seguía con especial fascinación. A lo cual, se ha agregado el hecho de que el joven era un fanático de las películas de terror, detalle que los informativos se han dedicado a señalar con denodado énfasis. Una mescolanza de relaciones que no acaba ahí, pues el canal que emitía el programa inspirador lo había calificado para todo espectador, supuestamente basado -es una especulación de los mismos que han divulgado este suceso en formato de escándalo- precisamente en el dato empírico de que son los adolescentes los más asiduos a soportar filmes con escenas violentas. Raya para la suma: todo este cóctel se ha convertido en la pólvora que cada cierto tiempo necesitan las asociaciones conservadoras y de padres para insistir en el peligro que implica la exhibición de determinadas producciones audiovisuales, y no sólo las llamadas "de género". Que para colmo, ahora son capaces de contaminar un sitio que otrora era un bastión de los valores cristianos como las islas británicas.

No reparan estas personas en la incontable cantidad de adolescentes e incluso niños que a diario devoran con avidez esta clase de realizaciones, además de otros elementos como los juegos de vídeo, y sin embargo siquiera se les pasa por la mente la idea de imitar los cientos de asesinatos que ven. Además de que el muchacho de marras está inmerso en la cultura inglesa, que es especialmente represiva con los menores de edad, incluso admitiendo el castigo físico como parte de la formación. También sería preciso recordar acontecimientos recientes, como los desórdenes acontecidos en Londres y otras ciudades británicas a mediados del 2011, producto justamente de la delicada coyuntura económica, que en ese país, al igual que en otros, ha disparado el desempleo juvenil a cifras estratosféricas. Al respecto, resulta inexplicable que los medios se centren en las declaraciones del chico, donde manifestó haberse inspirado en la mentada serie -que al fin y al cabo, constituyen nada más que la excusa de un criminal que busca zafar una condena que podría ser muy alta- y no indaguen en su entorno, puesto que esta clase de conductas se debe a una combinación de antecedentes entre los cuales la influencia de la televisión es sólo uno de varios engranajes. Eso, sin contar que la manera en que se ha abordado un asunto tan grave como éste, parece tener implícita una actitud de sospecha hacia la adolescencia y a las inquietudes de las nuevas generaciones, que ya fuere del punto de vista de la religión o la sicología, siempre acaban tildadas de peligroso desenfreno y descontrol.

Cuando se produjo la masacre de la secundaria de Columbine en Estados Unidos, por casualidad alguien descubrió que uno de los adolescentes asesinos tenía discos de Marilyn Manson en sus anaqueles, con lo cual este músico en particular y el rock más duro en general fueron víctimas de un reguero de prejuicios que por poco no derivaron hacia una abierta persecución. No se reparó en que se trataba de alumnos que eran sujeto de constante acoso y abuso de parte de los bravucones de la escuela, ni en la facilidad con la cual en el país gringo se puede obtener un arma de fuego, que allá siempre se le ha visto como una eficaz solución a los problemas. Además de que ciertas expresiones de arte pop no son las únicas que han inspirado reacciones homicidas. En el ya mencionado Estados Unidos son comunes los casos -no sólo porque los victimarios así lo declaran- de jóvenes que salen a matar homosexuales o a médicos que han practicado abortos tras escuchar el discurso incendiario de algún evangelista pasado de rosca. Y luego los predicadores aseguran que fueron mal interpretados, que ellos sólo comunicaban un mensaje para toda la familia, o que ese muchacho acarreaba problemas mentales que el diablo se encargó de afianzar. La misma defensa que tanto le objetan a los realizadores de filmes violentos o a los creadores de determinados juegos de vídeo. Y sin recurrir al gasto de enormes sumas de dinero en publicidad, sino motivados únicamente por la fe que mueve montañas.

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