lunes, 7 de mayo de 2012

Cifras Más Cifras Menos

Se han divulgado los resultados del último censo efectuado en Estados Unidos (2010) en lo que se refiere a la religión. Éstos han vuelto a confirmar la predominancia de las variaciones cristianas más tradicionales, aunque durante la más reciente década experimentaron un retroceso poco notorio pero de todas formas a tener en cuenta, en favor de los musulmanes y los mormones, creencias que aumentaron en un treinta por ciento su adhesión, en contraste con la brusca caída de los católicos y evangélicos, si bien en el caso de los reformados amortiguado por un leve auge de las congregaciones emergentes.

Voy, a título exclusivamente personal, a enumerar una serie de factores que podrían explicar los motivos de este comportamiento de los números, que los propios evaluadores han reconocido como inédito. Partamos por el descenso -relativo- de las denominaciones cristianas más ancestrales. Éste puede deberse a causas de orden más abstracto o sociológico, como la abulia natural que las generaciones suelen expresar por lo más antiguo, la transformación cultural que el mundo ha experimentado durante los últimos cincuenta años o la mayor oferta religiosa que hace a ciertas propuestas más atractivas ya sea por su condición de novedad o ciertos antecedentes históricos. Pero también podemos recurrir a hechos puramente contingentes, circunscritos más que nada al devenir actual del país norteamericano.  Así por ejemplo, los arzobispados católicos estadounidenses se encuentran entre los más afectados por los innumerables casos de curas pedófilos descubiertos en todo el mundo al interior de ese credo, menos por la cantidad que por las consecuencias que han significado, ya que el romanismo ha debido experimentar el rigor de la ley en un territorio donde nunca ha sido es mayoría y en el que sus hombres han tenido escasa por no decir nula influencia al momento de construir la idiosincrasia nacional, viéndose obligado a desembolsar enormes cantidades de dinero por concepto de indemnizaciones, algunas de las cuales han dejado a determinadas diócesis al borde la quiebra. Mientras que los evangélicos están pagando las cuentas por apoyar a un presidente, George W. Bush, absolutamente inepto que condujo a Estados Unidos a una guerra interminable en Irak, al divorcio diplomático subsecuente y como perfecto remate a una de las crisis económicas más profundas que haya conocido el gigante del norte. Eso además del fallo de muchas profecías basadas en falsas conclusiones respecto de la Biblia y alentadas por algunos pastores, que auguraban el fin del universo para el año 2000.

Ante este panorama adverso, surgen dos alternativas cada una con su peculiar historial. Primero el islam, cuyas corrientes más extremistas fueron capaces de asestarle un golpe muy duro al impenetrable imperio del "in God we trust" allá por el 2001; y que después y pese a toda la parafernalia bélica continúa más vigente que nunca: recogiendo además los frutos de la conmiseración (pues aunque jamás se reconozca, la guerra contra el terrorismo y la cruzada por expandir la democracia siempre tuvo a los musulmanes en la mira, y así lo expresaban esos seudo intelectuales que acuñaban eufemismos tales como el "choque de civilizaciones). Y luego los defensores de Joseph Smith, despreciados durante un buen tiempo por su poco convencional interpretación del cristianismo y la sociedad, pero que gracias a la inversión en negocios de alto impacto como Hollywood y el escultismo obtuvieron un espacio en donde poder difundir sus ideas entre las cuales, vaya curiosidad, está una que coloca a Estados Unidos como la luz del mundo. Y que puede ser calzada con ese predicamento que reza que en épocas de crisis las personas se suelen tornar más conservadoras: pues en este caso, se allegan a un culto que profesa un nacionalismo muy particular, pero nacionalismo al fin, y eso es mejor que nada, sobre todo quienes creen se hijos del país más poderoso del mundo y por ende elegidos de los dioses. Fuera de que el factor abstracción mencionado en el párrafo anterior hace acto de presencia igualmente aquí: si lo que siempre nos inculcaron está demostrando sus fracasos, entonces poco se pierde con intentar a través de estas novedades, las cuales a lo mejor fueron rechazadas en su momento porque eran demasiado buenas y dejaban en pésimo pie a quienes regentaban las estructuras tradicionales obteniendo beneficios por eso.

En la década de 1990 se aseveraba que el siglo XXI iba a tener entre sus características el renacimiento del sentimiento religioso. Parece que las estadísticas están corroborando dicha tesis. Sin embargo, tal resurgimiento se está produciendo gracias a las variantes simples y al mismo tiempo integristas y extremistas de cada credo, donde no importa tanto el asidero teológico propio como el de quien está al lado. Una actitud que permite acomodarse a todos aquellos descubrimientos que han echado por tierra ciertas supersticiones entre las que se encuentran algunas defendidas por determinados cultos. ¿Quién de estos nuevos musulmanes norteamericanos, sabrá una media frase de algún pensador integrante de ese credo, que contrario a lo que se cree, los hay y en altas cantidades? ¿O qué mormón recientemente convertido, se ha esmerado en siquiera conocer la cosmogonía de esa iglesia, que por cierto merece un trato aparte? Pero el problema no es sólo de ellos, sino que también de quienes, con su conducta errática, no sólo los desilusionaron, sino que además los impulsaron a cambiarse de bando.



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