domingo, 1 de enero de 2012

El Último Año del Mundo

Hace dos décadas atrás, empezó a circular una hipótesis basada en interpretaciones antojadizas de la Biblia, que auguraba el fin del mundo para el año 2000. El asunto era más o menos así: desde la supuesta fecha del inicio de la creación que estaría señalada en las Escrituras, hasta el llamamiento de Abraham -primera oportunidad en que Dios se da a conocer tras los bochornos descritos al comienzo del Génesis-, habrían acontecido exactos dos mil años. Luego, a partir de ese evento y hasta el nacimiento de Cristo, habrían acaecido otros veinte siglos. Por último, tras el alumbramiento en Belén, hasta la segunda venida del salvador, debían sucederse dos mil años más, llegando a la cifra de seis mil, y recordando que el seis es el número de la humanidad y del cuasi perfecto. Entonces, se vendría el Milenio, una época que de acuerdo a determinadas conclusiones extraídas del Apocalipsis, iba a ser un periodo de paz donde el universo sería gobernado por Jesús, previo a la decisiva batalla de Armagedón (de aquí, milenarismo). Con ello, se citaba el hecho de que el siete representa al Señor, fuera de que estos cálculos se hacían calzar con otra sentencia de carácter profético: la de las tres semanas y media.

Muchos astrólogos se creyeron el cuento y empezaron a vaticinar el fin del mundo para el año 2000. Bueno: también estaba la tentación de una cantidad cerrada, que a la vez representaba el cambio de siglo como de milenio (pese a que en realidad, esas perogrulladas realmente se suscitaron el 2001, ya que nuestro calendario cuenta a partir del año 1, no del cero). Sin embargo, grupos considerables de cristianos igualmente se dejaron arrastrar por el vicio, al extremo de que fueron ellos los que finalmente se colocaron a la vanguardia de la necedad. Esto, pese a que desde siempre se les había advertido que sólo Dios conoce la fecha exacta de la Parusía, y que ninguna tentativa humana al respecto podría descubrir el secreto. Además, de que en parte alguna de la Biblia se asevera, siquiera se insinúa, que el cosmos existe desde hace seis mil años. Pero del mismo modo, ignoraron anécdotas históricas que vuelven todavía más improbable una tesis de tal magnitud, por ejemplo el error matemático que cometió el monje Dionisio al establecer la fecha del nacimiento de Cristo, que hoy lo sabemos (y lo sabíamos ya antes de 1990) debe correrse entre tres y ocho años más atrás. Quizá la reticencia de algunos a guiarse por el conocimiento secular -esos sabios engreídos que andan cuestionando todo- los impulsó a desechar estas consideraciones, si bien nadie es capaz de asegurar que propia la teoría que aquí tratamos tiene un origen entre los seguidores de Jesús. Por eso, aquellos que respiraron aliviados tras notar que pisaban el mismo planeta tras los primeros días del 2000, nunca se percataron de los motivos de su angustia ya habían expirado entre 1992 y 1997.

¿Y que pasó tras el cambio de siglo? Pues bastante; y de eso, muy poco bueno para los cristianos. Se produjo un menosprecio masivo hacia el mensaje, sin parangón con lo ocurrido incluso en las épocas más recientes. Ante el vacío dejado por la tesis fracasada, empezaron a circular otro tipo de especulaciones, que dejaban pésimamente mal parados a los seguidores de Jesús. Comenzaron a aparecer los escépticos que ya no se contentaban con cuestionar la influencia de las iglesias y los valores religiosos en las distintas sociedades, sino que ponían en duda el mismo origen de Cristo, aseverando que sólo se trataba de una conjunción de mitos sucesivos a través del tiempo, que iniciaban con Osiris, y pasaban por Zoroastro, Mitras e incluso Buda. Proliferaron los ateos con pretensiones científicas como Richard Dawkins, quien al igual que los inquisidores medievales, o los gobernantes totalitarios, exigía que la fe fuese erradicada del pensamiento humano, o por lo menos que se subordine hasta empequeñecerse a su más mínima expresión. En otro flanco, el islam, sobre todo tras los atentados a las Torres Gemelas, ha experimentado un sostenido avance, al punto que hoy constituye una variante que se debe considerar cada vez que se discute de geopolítica internacional. Inútil añadir que las huestes de Mahoma están conquistando los territorios que hasta ahora eran patrimonio casi exclusivo de los hijos del camino. Como también ha acontecido con las propuestas orientales y los movimientos de carácter sincrético que justamente se basan en semejantes alternativas, las cuales han sido favorecidas con un interés renovado, luego de irrumpir en las culturas occidentales junto a toda la avalancha de la década de 1960.

En este ambiente en el cual los sistemas de creencias están revueltos, y donde muchas certezas -económicas, políticas- parecen derribarse, es que ha aflorado una nueva tesis que, esta vez, vaticina el fin del mundo para el veintiuno de diciembre de 2012. Por supuesto que no está basada en interpretaciones de la Biblia, que ya los cristianos tuvieron su oportunidad. Sino en códices mayas, algo que se emparenta con este intento, de reciente aparición, de rescatar antiguas culturas. Personalmente, no me interesa el hecho en sí de la hipotética destrucción del planeta, en el sentido de que no tengo cuentas pendientes que serían muy extensas de saldar. La preocupación, muy por el contrario, debería centrarse en lo que ocurrirá a partir del día siguiente, cuando las personas se miren unas a otras y noten que aún están vivas en una tierra que no se desintegró (y que es la opción más probable, sea dicho de paso). ¿Qué tendencias intelectuales, lógicas, religiosas o políticas tomarán? ¿Reaccionarán con una nueva ola de escepticismo, en este caso contra las alternativas más exóticas o menos conocidas? Este último factor sería interesante de considerar admitiendo, producto de la recesión mundial, se han producido giros bruscos en las administraciones de algunos países y que en una mayoría de ellos -no significativa, en cualquier caso- los electores se han inclinado por partidos conservadores y en determinados casos, de extrema derecha. ¿Cómo actuarán los cristianos e incluso los musulmanes ante tal panorama? ¿Permitirán finalmente que esta profecía, desde un sentido nunca imaginado, se transforme en auto cumplida y efectivamente se produzca la destrucción del mundo?



                                                                                                                                               

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