domingo, 15 de enero de 2012

Islam o el Ateísmo Perfecto

Cuando un creyente lee o escucha a aquellos ateos recalcitrantes que afirman que la fe es un acto que se justifica, dada la interminable cantidad de adelantos científicos y tecnológicos de las últimas décadas, sólo desde la ingenuidad, la estulticia cognitiva o la irracionalidad: al ofendido receptor le dan ganas de tener enfrente a estos osados insolentes para desafiarlos a decir tales bravatas en un país de mayoría musulmana. Y la verdad es que dicho reto, al menos hasta cierto punto, es legítimo, pues el ateísmo es una actitud que se da de manera casi exclusiva dentro de los territorios de tradición cristiana. Incluso, y aunque afirman que su rechazo abarca todos los credos imaginables, sus referencias y ejemplos siempre acaban limitándose a las distintas corrientes profesadas por los seguidores de Jesús, ya se trate de católicos, evangélicos u ortodoxos. Se puede alegar un desconocimiento de los paradigmas islámicos o de la cultura de los pueblos que se identifican con la medialuna, situación que a estas personas las torna muy cautelosas, a fin de no caer en prejuicios propios, precisamente, del sesgo ideológico religioso. Sin embargo, cabe añadir que se trata de sujetos con una excelente oportunidad de acceder a las más completas fuentes bibliográficas, fuera de que en la actualidad basta meterse a internet para conseguir una que otra respuesta.

No obstante la validez de estas acotaciones, es necesario recordar una cuestión que fue discutida un tiempo atrás. El ateísmo, más que la negación de la existencia de algún dios, es el rechazo a la estructura religiosa imperante. En tal sentido, cabe señalar que los grandes movimientos espirituales universales que dominan el orbe en la actualidad -islam, budismo, judaísmo, cristianismo en sus diferentes acepciones- en su momento se plantearon como una alternativa de ruptura radical en contra de los clásicos credos politeístas y paganos, donde las divinidades estaban claramente representadas en figuras de piedra, en una gran cantidad de casos con formas antropomorfas: siendo las excepciones ciertas especies animales consideradas sagradas o elementos de la naturaleza como el sol, la luna o los volcanes. Eran dioses concretos y palpables. Ante lo cual, las nuevas teorías optaron por seres superiores de alto alcance que eran tan inconmesurables a los cuales no se les podía siquiera concebir una forma, dado que ésta era inimaginable para el raciocinio humano. Así por ejemplo, a los budistas se los suele considerar una religión atea -o ateísta, término que de todas maneras guarda similitudes con el anterior-; mientras que los cristianos fueron llamados "ateos" por los romanos -y perseguidos en base a los diversos sentidos que tiene ese vocablo-, por defender la tesis de un Dios abstracto, "no conocido" (cf. Hebreos 17:23), que no requería de un lugar físico en la tierra para habitar, y sobre el cual se prohibía edificar imagen. Incluso, cuando estas nuevas tendencias empezaron a solidificarse y a caer en el mismo vicio que se prometieron erradicar, a su vez emergieron de su seno otras posturas que trataron de retornar a los orígenes. Acaeció con la Reforma luterana cuando el catolicismo ya se estaba saturando con la veneración a los iconos, y hasta con el comunismo, cuando todas las ofertas de fe se habían aburguesado.

Y desde luego que este fenómeno aconteció también con el islam. Al respecto, cabe consignar que el rechazo de los musulmanes a las "falsas imágenes" es de lo más radical que se puede concebir. Los tipos no sólo no aceptan estatuas con las teóricas formas de Alá -aunque por ahí circulen dibujos que lo representan como un anciano de barba blanca, al estilo de la caricatura sobre Yavé, cuyo origen es cananeo-, sino que además repudian cualquier recreación física del profeta Mahoma -si bien de todos los fundadores de las grandes religiones, es del que se tiene más certeza de su existencia, y sobre el cual existe la mayor cantidad de datos biográficos fidedignos-, y entre los feligreses más extremistas, se llega a proscribir el dibujo de figuras humanas -por eso es que en los países islámicos más integristas, como Arabia Saudita, no hay producción pictórica ni cinematográfica-. En definitiva, se precisa un nivel muy elevado de fe -o de ingenuidad, de acuerdo con la postura que se tome- para aceptar aceptar a una divinidad que no sólo no se puede tocar, sino que además no arroja pistas de sí mismo ni siquiera en sus criaturas. Los musulmanes, por ende, marchan en medio de un vacío donde todo lo que se puede observar o palpar es engañoso y no corresponde a la verdad. Un halo de conciencia que también rodea al escéptico, y que se puede describir como el abandono de todo lo conocido con la finalidad de perseguir una fe, una idea o una certeza científica. Y que en cualquiera de esos casos, consistirá en un eterno deambular que sólo acabará con la muerte.

Es sintomático que,  después del islam, la religión que más fuerza ha cobrado en el último tiempo sea el budismo, que como ya vimos, constituye el paradigma de un credo ateo. Y mientras la primera se ha transformado lentamente en el consuelo de enormes masas oprimidas y poco desarrolladas, la segunda ha arraigado entre sectores de clase media, de preferencia intelectuales y personas ligadas al ambiente universitario.Pero en ambos casos, se encuentra la expresión de una idéntica inquietud: el hombre de fe que debe soportar un valle de lágrimas, sólo porque unos libros le han prometido un paraíso el cual sólo podrá comprobar después de haber fallecido; o el empirista que sustenta su discurso en los hallazgos científicos, sabiendo que en el futuro la misma ciencia puede refutarlos en base a nuevos descubrimientos o convenciones (un notable ejemplo de lo último es la variación en el número de planetas que componen el Sistema Solar). El islam no precisa de ateos, quizá porque su misma estructura está orientada hacia tal tendencia, o tal vez el ateísmo sea una conducta posible sólo en el marco de la idiosincrasia cristiana (bueno: en el judaísmo existen sinagogas para ateos). Tampoco requiere de científicos o pensadores liberales porque no creen en ellos. Y por eso es que a veces los devotos de Alá resultan ser tan fanáticos. Sencillamente porque, al igual que quienes investigan con tubos de ensayo, suponen que nada es imposible.

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