lunes, 23 de enero de 2012

El Blanqueo de Rommey

Son patéticas algunas actitudes de los conservadores norteamericanos. Y cuando están ligados a una iglesia del llamado cinturón bíblico, es aún peor. Hace cuatro años, cuando empezaba la carrera presidencial con vistas a las elecciones de 2008, acusaban a los cristianos que apoyaban al partido demócrata de intentar "blanquear" la imagen de Barack Obama (así como está escrito, con toda la carga de sarcasmo racista que ese concepto puede tener), al supuestamente presentarlo como un devoto seguidor de los mandamientos de Dios -léase una amalgama de sentencias moralinas- en circunstancias que representaba a las congregaciones progresistas negras, y por ende, se trataba de un apóstata (sí, por todo eso junto: moderado, de color y proveniente de la colectividad política que se opone a los valores tradicionales de la patria y la sociedad estadounidenses. Si por algo lo tachan de anticristo).

Ahora, son ellos los que buscan ganar votantes mediante el atractivo de la novedad y por lo mismo han concentrado sus esperanzas en Mitt Rommey, un conservador que se opone al aborto y al matrimonio entre personas del mismo género; pero que acto seguido se muestra favorable a distender las normas contra la inmigración y rechaza la política belicista de Estados Unidos, al extremo de atacar las intervenciones militares de su país en, por ejemplo, Afganistán e Irak. Sin embargo, el factor que más llama la atención en el hombre estrella de los republicanos, y que en tal sentido se torna equivalente al color cutáneo de Obama, es su filiación religiosa: puesto que no es evangélico como casi todos los presidentes norteamericanos ni católico como John Kennedy o varios gobernadores de los estados más renombrados de la unión. Sino que es un mormón, esa delirante comunidad fundada por Joseph Smith durante en el siglo XIX en el Medio Oeste gringo, cuando los habitantes de aquella zona constituían una suerte de jamón de emparedado, entre los coletazos del famoso avivamiento que sacudió esa época y las interminables batallas de los pistoleros.

Y no es que pertenecer a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (nombre tan rimbombante como rebuscado: algo tan común en esta clase de religiones) sea motivo de sospecha por sí mismo. Sino que, si los conservadores que hoy ven en Rommey el salvavidas de su concepción de sociedad ideal, lo midieran con la misma vara conque hasta la actualidad lo hacen con Obama y sus asesores, entonces lo considerarían menos un anticristo que lisa y llanamente un demonio encarnado (de acuerdo: eso último no existe en los preceptos cristianos, pero es que estos tipos suelen salir con cada cosa...). Pues la doctrina de los mormones incluye una curiosa cosmogonía que mezcla elementos del panteísmo al estilo de Empédocles -según el cual los primeros dioses eran en realidad humanos y que por lo tanto toda persona puede llegar a transformarse en dios-; admite una segunda biblia: el llamado Libro de Mormón -algo que cae en la advertencia de los "otros evangelios", recalcada en la misma Escritura-, y considera el absurdo de que los matrimonios continúan vigentes tras el fallecimiento de los cónyuges -duda que el mismos Jesús aclaró- incluso engendrando hijos en el más allá. Fuera de que sostiene un racismo solapado -que es de suponer, le gusta a una relativa mayoría de republicanos- en el cual se asevera que los negros y los indígenas no son de piel blanca porque descienden de los pecadores primigenios.

¿Cuál, entonces, es el factor que les reporta una mirada positiva? Bueno: los tipos se han erigido como uno de los tantos símbolos del sueño americano. Tras huir con lo puesto de sus tierras de origen producto del desprecio de sus coterráneos -algo que se enlaza con la epopeya de Abraham-, llegaron a una zona desértica e instalaron una colonia que a base de puro esfuerzo y trabajo duro y constante, se ensanchó y se tornó un éxito, como es Utah. Además, ese mismo empuje les ha permitido facturar millones de dólares y gestionar empresas que justamente representan el mencionado sueño americano (junto con los judíos constituyen el mayor aporte de capitales de Hollywood). Y a quienes han contribuido a prevalecer el sistema económico se les debe admirar puesto que, como rezan los billetes verdes, "in God we trust". Es cierto que alguna vez se fueron a las armas con parroquianos decentes que les espetaban su tolerancia a la poligamia. Pero el asunto quedó superado luego de que los hombres de bien se cargaron al calenturiento de Smith, que como todo fundador viene saliendo y por ende le cuesta desprenderse de ciertos errores (recordemos que Lutero propuso la consubstanciación), y los mismos mormones abandonaran sus prácticas indecorosas y reconocieran que Utah se encontraba mejor bajo el alero de Estados Unidos, pues fuera de él podía ser objeto de un ataque y una anexión forzada de parte del propio país de Washington. Y ahora, nada tiene de negativo que uno de los suyos preste un auxilio decisivo llegando a la Casa Blanca. Es símbolo de tolerancia, pues los valores conservadores tienen otros enemigos; no las personas que portan el dinero.

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