domingo, 1 de mayo de 2011

Permitido Prohibir

Hace algunas semanas, cuando el gobierno de Nicolás Sarkozy anunciaba que iba a impedirles a las mujeres musulmanas el uso del velo total -el que cubre por completo la cara- en las calles francesas, además de obligarles a quitarse esa prenda, en cualquiera de sus versiones, en los edificios públicos: cristianos de los más diversos lugares aplaudieron la medida, viéndola como una muestra de coraje de la civilización occidental frente a una religión irracional, represiva y sexista cuya sola existencia constituía un atentado contra la libertad, la tolerancia y la democracia. Hoy, cuando el mismo presidente anuncia que ya no se permitirá orar ni predicar en las arterias de París y Marsella, dichos creyentes abuchean la decisión y acto seguido denuncian que la temida persecución final contra los hijos del camino, anunciada en el Apocalipsis, ha comenzado. Una agresión de la que, curiosamente, son tan víctimas como los odiados islamistas.

Sarkozy es un conservador a ultranza al igual que George W. Bush, y en base a su ideología, ambos tienden a proveer de mecanismos que garanticen la mantención de los "valores tradicionales" en sus respectivas naciones. Y cuando sienten que tales condiciones están seriamente amenazadas -lo que ocurre en casi todos los casos- no les tiembla la mano para establecer restricciones que pueden resultar absurdas o extemporáneas. La diferencia se produce en la orientación o en el objetivo final que se pretende. Así, en el caso de Estados Unidos, tal finalidad está sustentada por aspiraciones de tipo religioso, definidas por el puritanismo reformado del siglo XVI. En ese contexto, las consecuencias de una política reaccionaria se traducen en, por ejemplo, disminuir el campo de acción para la práctica del aborto y las campañas de control de la natalidad o impedir a cualquier precio, incluso pasando por sobre la soberanía de las entidades estaduales, la aprobación de legislaciones que permitan o regulen ya no el matrimonio sino la unión civil homosexual. Si se recuerda bien, ésas fueron las mayores preocupaciones paradigmáticas durante la administración del mencionado Bush. Además de la guerra en Irak, claro está; que en su presentación como una cruzada del mundo libre y escogido por mandato divino para esparcir la democracia a punta de bombardeos y falsas acusaciones, por cierto apenas esconde bastantes elementos de integrismo cristiano.

Francia, en cambio, descansa en sus propios valores tradicionales, que consisten en el laicismo y la secularización, así como en la fidelidad invariable a una suerte de "dios-razón", supuestamente implantado en la Revolución de 1789. En dicho marco, lo que los gobernantes galos de tendencia conservadora están llamados a hacer prevalecer, es un ordenamiento social en donde las instituciones eclesiásticas tengan el menor peso posible. No el establecimiento de comunidades ateas, porque de todas maneras se le reconoce a la religión un papel importante dentro de la población. Pero sí, la sanción de un cuerpo jurídico que, a diferencia de lo que pueda señalar su par norteamericano, disminuya el grado de visibilidad de los credos, pues aquí son estas entidades las que atentan contra el modelo que se desea implementar. Entonces, dos propuestas reaccionarias, con idéntico nivel de severidad, que generan consecuencias similares en distintos países: empero afectan a grupos opuestos de acuerdo a lo que se intenta conservar. Queda claro que la prohibición es muy buena mientras le caiga sólo al vecino.

Existen cristianos que ven con beneplácito cuestiones como la censura artística, y que están dispuestos a votar por un candidato que les garantice que determinados colectivos sociales y hasta ciertas religiones verán reducidos sus espacios si lo eligen, pues con él la nación sólo estará dispuesta "a servirle a Dios". Sin embargo, nada asegura que, a futuro, ya una vez instalado en el poder, el ayer postulante se incline por una determinada visión del cristianismo y excluya a las demás del mismo modo que lo hace con los restantes credos. De nuevo, puede traerse a colación eso de "no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan" Es decir, si colocarle restricciones al ejercicio de la fe resulta inaceptable, también debe serlo despotricar contra cuestiones como el matrimonio homosexual o la tolerancia a la diversidad. Quizá, si el hecho más demostrativo a la hora de mirar con suspicacia esto de las proscripciones, se la gran cantidad de veces que Sarkozy ha proclamado que Francia "es amiga de los americanos" para dejar en evidencia su acercamiento, no sólo a las intenciones de Bush, que al fin y al cabo ya no está en la Casa Blanca, sino a la idiosincrasia estadounidense en general, pese a que en ella, y a despecho de sus virtudes, hay aspectos que hasta los franceses más liberales detestarían. Los creyentes que tratan de frenar algunas manifestaciones de conciencia que les disgustan, se ponen a la altura de los Estados musulmanes que no permiten la existencia de otras religiones, o de la teocracia budista de Bhután, donde sólo caben los monjes naranjas. O de los laicicistas racionalistas que aseguran que cualquiera que proclama su fe en las calles es un hipócrita como los que denunció Jesús en su momento. No soy un admirador de los rebeldes de mayo -en especial porque muchos de ellos han alentado estas políticas restrictivas-; pero sería bueno recordarles que alguna vez dijeron "prohibido prohibir" en esas mismas avenidas que hoy cierran a la predicación. Y eso es equivalente a la ya citada sentencia del sermón del monte.

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