domingo, 8 de mayo de 2011

Hosanna Bin Laden

Ningún cristiano debiera alegrarse por la muerte de un inconverso. Menos si tal deceso se produjo de manera violenta y en circunstancias poco claras. Por lo mismo, quienes se congregaron en las distintas plazas y parques tanto de New York como de otras ciudades del mundo, a celebrar el ajusticiamiento de Osama Bin Laden por un grupo de comandos norteamericanos, si es que asisten con regularidad a algún templo, es el momento de que empiecen a pedir perdón a Dios por sus pecados. No sólo porque tal hecho constituya una violación a los derechos humanos o un acto de injusticia; o porque con dispararle sin más, al líder de Al Qaeda se le haya negado la opción de arrepentirse de sus equivocaciones. Sino, a causa de que el fallecimiento de un musulmán, un ateo o un hindú, en cualquier situación que se produzca, nos exige una explicación acerca de nuestra labor evangelizadora, que debemos ejecutar por mandato bíblico. Que una persona decida irse a la tumba sin el Señor en su corazón, y que no muestre señal alguna de preocupación por ello, en una época en que el mensaje salvífico debiera estar difundido y más o menos asimilado en todo el mundo, significa que algo estamos haciendo mal.

Y una consecuencia de ese denuesto, tal vez, sea lo que ha venido sucediendo en los días posteriores al deceso de Bin Laden. En lugar de asistir al culto y expresar la felicidad que les provoca tamaño acontecimiento, muchos cristianos han preferido quedarse en sus casas e incluso restarse de las reuniones dominicales por algunas semanas. El motivo no es la resaca que sigue a toda celebración -y que también afecta a los hermanos, aunque se declaren abstemios, ya que ese concepto va más allá del consumo de alcohol-, sino el miedo. La capacidad de Al Qaeda de realizar atentados, y las represalias que han jurado sus miembros a fin de vengar la sangre del cabecilla caído, lo ha impulsado a temblar en vez de aplaudir, y los ha hecho pasar del jolgorio momentáneo al temor constante. Pasando por alto, además, unas cuantas exigencias que Dios le hace a quienes pretenden alabarlo, como reunirse de manera periódica con sus semejantes y plantarse frente a la adversidad con valentía y confianza en que el mismo Señor ayudará a la superación del mal rato sin que el fiel sufra algún rasguño. Hablar de castigos divinos es inaceptable y aprovecho de aclarar que en ningún caso es la conclusión a la cual pretendo llegar con este artículo. Pero en varios pasajes del Nuevo Testamento se aclara que lo más importante no es la obra en sí sino sus frutos, y que si éstos son negativos, su iniciativa de origen debe terminar siendo mal evaluada, por muy buenas intenciones que aquélla haya tenido.

Sin embargo no se trata de un camino que el cristiano está obligado a recorrer a tientas. Pues la misma Biblia establece que, si una acción arroja resultados contraproducentes, significa que sus ejecutantes en determinado momento se apartaron de la correcta doctrina, o simplemente se dejaron llevar por su propia vanagloria. Y en relación con los recientes sucesos en torno a la persona de Bin Laden, el hecho de que algunos cristianos hayan esbozado una sonrisa cuando se dio a conocer la noticia, es un gesto que por su propia naturaleza indica que esos hermanos estaban deseando la muerte del líder de Al Qaeda, lo cual constituye una falta a los preceptos del camino, pues un seguidor de Jesús está llamado a orar por sus enemigos y perseguidores, y en caso alguno esperar su fenecimiento en circunstancias penosas o indignas. Es cierto que existe la legítima defensa, pero en esta ocasión no correspondía, pues se acribilló a un ciudadano que vivía lejos de nuestro hogar y que no había enviado emisarios a agredirnos (ni siquiera en el contexto de los ataques del 11-S, pues no fueron dirigidos hacia el cristianismo, ni siquiera al pueblo norteamericano, sino contra el imperialismo de Estados Unidos y lo que dicha ideología representa en determinados sectores de la población del Medio Oriente). Y esa ansia de asesinar fue, entre otras causas, la que gatilló el desenlace fatal de hace algunos días. Cuyas consecuencias (que no es lo mismo que un castigo divino) ya se están manifestando en el miedo que han comenzado a sentir ciertos creyentes, el cual les ha motivado hasta desobedecer una que otra prescripción bíblica.

Lo ocurrido con Bin Laden es un triunfo militar de Estados Unidos en el contexto de su soporífera y nunca bien definida guerra contra el terrorismo, y en el marco del intento de este país por establecer su supremacía dentro del mundo aún pasando a llevar los intereses de los demás. Los altos mandos de las fuerzas armadas norteamericanas, en especial quienes participaron en este operativo, son los únicos que tienen argumentos para festejar. Aunque sea como soldados de un determinado Estado y no de Cristo. Pues si asisten a algún templo, es menester recalcarles que en este caso actuaron como mercenarios de una fuerza que buscaba su propia satisfacción antes que implementar un aparato misionero. Y las consecuencias de sus actos las sentirán en poco tiempo más, cuando denoten que su lucha está lejos de acabarse, y que algunos de los suyos, a su vez, terminen abatidos en uno que otro enfrentamiento. Entretanto, una masa de cristianos acoquinados sucumbirá lentamente ante un islam que se muestra avasallador y que ahora tendrá la justificación de un mártir para convencer a los incautos. Puesto a la altura de Ernesto Guevara, aunque las diferencias entre ambos sean abismales. Porque Estados Unidos, un país que asegura confiar en Dios mientras distribuye las armas y los dólares, ha conseguido lo que ni el diablo fue capaz de lograr.

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