domingo, 29 de mayo de 2011

Fondo Monetario de Semen

La espectacular detención de Dominique Strauss-Kahn, el otrora hombre fuerte del FMI, acusado de un intento de violación contra una dependiente de raza negra en el hotel neoyorquino donde se hospedaba, ha motivado que numerosos comentaristas de los más diversos países formulen su opinión acerca del hecho. Algunos aplauden la decisión de los tribunales norteamericanos, mientras otros la rechazan. Pero como suele suceder en la camarilla de analistas internacionales de los medios masivos de comunicación (que dicho sea de paso, son tan de güisqui y caviar como este conspicuo militante socialdemócrata francés ahora caído en desgracia, una cualidad que le recalcan de manera burlesca y a la vez maliciosa, con el principal propósito de rellenar sus siempre plagiarias e insípidas intervenciones), al final de la jornada, todas las explicaciones coinciden en unos pocos puntos; en este caso específico, en dos: una versión del aún más manido concepto del "choque de civilizaciones" (en esta ocasión, no entre el Occidente racional y el Oriente místico y religioso -se trate del islam o los movimientos asiáticos-, sino entre dos componentes de aquél: Europa continental y un  Estados Unidos exhibido como un ejemplar típico de la cultura anglosajona), y una sensación de avance respecto del trato que se le da a la agresión sexual y a la desigualdad de géneros.

En el primer acápite, bastante sorpresa me ha provocado el hecho de que se hable de la mencionada "cultura anglosajona" en términos genéricos, para describir los sucesos acaecidos en New York; y al mismo tiempo se pase por alto el factor que resulta determinante para entender la actitud del poder judicial norteamericano: la moral evangélica puritana, muy observante de lo que precisamente en esos círculos se conoce como "aberraciones sexuales", y que puede tener efectos positivos (sería éste el caso) pero también negativos (la homofobia y la oposición al control de la natalidad, pensamientos expresados en ciertas ocasiones con acciones violentas). Dicho motor, además, ha impulsado la ya mencionada edición a escala del choque de civilizaciones, donde la Europa racional -más bien racionalista- y ceñida a los plantemientos científicos se enfrenta a un Estados Unidos pacato que cree a pies juntillas en relato bíblico sobre el origen del mundo y considera a Darwin como un agente de Satanás. Incluso, este asunto en el Viejo Mundo ha motivado una serie de comportamientos tan inherentes al racismo engreído y colonialista que caracteriza a los habitantes de esa parte del globo. Algunos, es preciso reconocerlo, basadas en la realidad del sistema judicial y penitenciario estadounidense, donde se privilegia el castigo tanto legal como social y no caben las instancias de rehabilitación, tratándose al recluso como un paria, y recurriendo en los casos más graves -los que el código penal y los magistrados consideran más graves, mejor dicho- a una especie de solución final a través de la pena de muerte.

Mientras que la decisión de favorecer a la demandante antes que al acusado independiente de la investidura de éste, es un fenómeno que se deriva del anterior: la cultura anglosajona que en realidad es el puritanismo evangélico. Y que no trasciende el marco de las aberraciones sexuales. Pues, si miramos los últimos diez años, y perseguimos las distintas situaciones criminales en que personas influyentes han estado involucradas, como los reiterados fraudes empresariales en tiempos de George W. Bush, vemos que hay un guante blanco para tales sujetos, o al menos el rigor de la ley no ha sido tan severo con ellos que con inculpados de otras clases sociales. De más está decir que las prisiones norteamericanas, aparte de ser las más abarrotadas del planeta, están repletas de delincuentes de estratos bajos, y muy pocos son representantes de las etnias blancas o caucásicas. Además, todavía un negro, un indio o un hispanoamericano recibe una sanción más dura que un descendiente de arios. Incluso, casi hasta fines del siglo XX era común que ricos terratenientes o blancos de clase media violaran a mujeres de color y a pesar de las evidencias terminasen absueltos. Tampoco se solían investigar este tipo de atentados, sino cuando había pruebas de que el sospechoso cometía numerosos ataques o se le pasaba la mano y se transformaba en homicida (el caso de Ted Bundy, que permaneció activo por veinte años y consiguió fugarse tres veces de distintos recintos carcelarios, es emblemático en tal sentido). Ni hablar de las denuncias por incesto -abundantes hasta la actualidad- o cuando estas aberraciones eran efectuadas por sicópatas no compulsivos -que atacan una sola vez, más que nada amparados algún poder, justamente el tipo de hampón que sería Strauss-Kahn-.

La prestancia con que los tribunales de New York detuvieron a Dominique Strauss-Kahn (no olvidemos que lo bajaron del avión cuando éste se preparaba para despegar con rumbo a París; y ya en tierra lo expusieron a la prensa como un delincuente más), es digna de aplausos pues todas las pruebas apuntan al ahora ex director del FMI como culpable. Pero cabría preguntarse si los norteamericanos actuarían del mismo modo con un connacional que se encontrase en idéntica situación. Sucesos recientes hacen pensar que sí, como los incontables procesos contra curas pedófilos que se están llevando a cabo en el país de Washington. Pero cabe recordar que el catolicismo no es la principal religión que se profesa allá, y cuando un lugar se guía por su credo mayoritario sus componentes tienden a ser más drásticos con los vecinos que proponen alternativas en tal sentido; y ya no es necesario acotar que la principal creencia en Estados Unidos es el evangelismo. Aparte de que varios sacerdotes encartados son extranjeros y algunos llevaban años cometiendo sus atrocidades, ante la mirada pasiva de los organismos competentes. Y otrosí, se han suscitado momentos en que evidencias concluyentes mediante sin embargo se ha optado por creerle al acusado, como pasó hace menos de dos décadas con las mujeres que eran violadas por sus sicólogos tratantes en las propias consultas, mientras dormían producto de sedantes inoculados por los mismos tratantes. Supongo que los "terapeutas", como son bien vistos hoy en el Primer Mundo en general, "gozaban" de ciertos privilegios. Ahora, también podríamos preguntarnos qué acontecería en la nación de América del Norte, si un siquiatra o un político norteamericano, fuese detenido en cualquier otra parte por los mismos cargos y en idénticas circunstancias. ¿Respetarían los gringos la soberana determinación de un tribunal foráneo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario