domingo, 5 de junio de 2011

Elizabeth Eindenbenz y el Nazismo Luterano

Tal vez a muchos lectores el nombre de Elizabeth Eindenbenz no les suene a nada. Pero esta enfermera suiza de filiación evangélica, fallecida el pasado 23 de mayo a los novena y siete años, salvó la vida de mil doscientos mujeres y niños tanto españoles como judíos durante la Segunda Guerra Mundial. En una maternidad que ella misma fundó en la pequeña ciudad francesa de Elne, acogía a las refugiadas cuando estaban cerca del alumbramiento; para más tarde, mediante la elaboración de documentos falsos, conseguir que escapasen hacia lugares más seguros. Un esfuerzo que le pudo costar la vida, ya que llegó a ser detenida por la Gestapo, aunque fue dejada en libertad al poco tiempo debido a la falta de pruebas concluyentes y además, por su condición de integrante de la Cruz Roja. Y que durante un buen tiempo fue recompensado por la indiferencia, quizá porque actuó en base a convicciones personales y sin una gran institución eclesiástica detrás.

El ejemplo de Elizabeth Eindenbenz debiera hacer reflexionar a quienes suelen limpiarse la boca destacando que la Iglesia Luterana alemana fue un pilar fundamental en el apoyo al nazismo, y que encuentran una relación indisoluble entre las opiniones expresadas por el iniciador de la Reforma en cuanto al respeto a las autoridades, la propia estructura interna de la congregación y la concepción del Estado propugnada por Hitler -llegando a añadir el tema del antisemitismo, a pesar de que por la misma lógica de este argumento, no corresponde-. En especial, porque las personas que han levantado tal tesis, varias de ellas muy ligadas al catolicismo, tratan de dejar la imagen de que la fe evangélica en su conjunto esconde tendencias nacionalsocialistas, cuando no de sus ideologías asociadas, a saber el racismo o el fascismo en el sentido amplio del término. Quienes insisten en la existencia de esta simbiosis, encuentran un argumento muy recurrente en la actitud de ciertas comunidades de Estados Unidos que son conservadoras a niveles enfermizos, y que han logrado instalar representantes en las altas esferas del aparato público, como el ex presidente George W. Bush, quien resaltaba su condición de metodista y de creyente como un modo apuntalar su "cruzada por la libertad" contra Afganistán e Irak, así como para justificar sus diatribas hacia el matrimonio homosexual o el aborto. En síntesis, una muestra cabal de que, a partir del propio Lutero, el entramado doctrinario del credo evangélico sintoniza a la perfección con el pensamiento más autoritario, retrógrada e ignorante. A esto se le puede añadir la testaruda defensa que los hermanos reformados hacen del Génesis como relato válido sobre el origen del mundo, rechazando la evolución de Darwin.

 Por cierto, cualquiera con un mínimo de cultura general notará de inmediato que las teorías expuestas en el párrafo anterior son por decir lo menos peregrinas y antojadizas. Pero aparte de ello, ocurre que tampoco corresponden a la realidad. Es cierto que Lutero era bastante antisemita y que la congregación luterana alemana, al menos a nivel de altos directivos, respaldó a Hitler. Sin embargo, cualquier torpeza que hayan cometido los hermanos durante la Segunda Guerra Mundial, independiente de la denominación a la cual pertenecieron, es la nada misma frente a los crímenes y las barbaridades surgidas del seno de la iglesia católica, donde muchos sacerdotes y hasta obispos delataron a judíos u opositores al nazismo, además de colaborar en su captura. Se dieron situaciones aberrantes, como que en todas las catedrales y parroquias de Austria se dio la orden de golpear las campanas cuando se concretó la anexión de ese país a Alemania. Y si queremos datos históricos puntuales, ahí está el tratado de Letrán, por el que el papa y Mussolini acordaron la creación del Estado del Vaticano. Un papado que por cierto, al menos calló o dejó pasar muchos delitos teniendo la posibilidad de impedirlos -era la cabeza de una organización muy poderosa, que contaba con la deferencia del poder de entonces. Por otro lado, si hablamos del odio contra los hebreos, no es necesario aquí elaborar una interminable lista de declaraciones en ese tono que se dieron tanto en los concilios o sínodos como en las bulas pontificias.

El asunto radica en aceptar como único sustento lo que aparece a simple vista. En el caso de los luteranos, los documentos oficiales están, y pertenecen a la época en que ocurrieron los hechos. Pero los curas, cual viejos zorros, supieron actuar de manera más ladina y ambigua. A esto se debe agregar el hecho de que la congregación germana no constituía una estructura federal y además, como iglesia nacional, dependía demasiado de la autoridad de turno. No era una transnacional, como el papismo, que incluso ya contaba con Estado propio, y por ende en determinadas circunstancias podía colocarse encima de quienes tomaban las decisiones. Por ello es quizá, que los sacerdotes han sido capaces de limpiar sus nombres ante la opinión pública, y han ejercido el caradurismo acusando a otros de sus fechorías. Pero allí están Elizabeth Eindenbenz y los centenares de teólogos, ministros y fieles luteranos que perecieron en los campos de concentración de Hitler, mientras los "descendientes de San Pedro" oficiaban misas rogando por el bienestar del Führer y su régimen del terror.
                               
 

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