domingo, 30 de enero de 2011

Egipto o La Rebelión Sin Religión

Si existe una característica común entre los gobiernos de países árabes y musulmanes como Túnez, Egipto, Marruecos, Jordania o el Líbano, es que todos están encabezados por mandatarios que, o llevan mucho tiempo atornillados en el poder, o en el mejor de los casos no se hacen a la idea de dejarlo. Y para mantener una soberanía que no se asemeja a una democracia, pese a todos los disfraces con que sus responsables la intentan vestir, recurren a los mecanismos de siempre: una violenta represión que descansa en una abultada y a la vez eficiente policía política, que incluye desde informantes inmersos en la población civil, hasta un número jamás determinado, pero que se supone alto, de cárceles clandestinas a donde los sospechosos son arrastrados sin juicio previo, y ya encerrados en esos recintos, torturados y abusados con la más absoluta impunidad por parte de sus captores.

Sin embargo, tales factores no explican por sí solos cosas tan anómalas para la mentalidad occidental, como que el presidente egipcio sea el mismo durante tres décadas, llegando a desafiar una época como la actual, donde estas situaciones obligan a las grandes potencias a ejercer su labor de guardia moral internacional sobre naciones menos "civilizadas". Tampoco lo es el hecho que nos enfrentemos a Estados tercermundistas y subdesarrollados (sin ir más lejos, Paraguay y España, en fechas recientes, soportaron dictaduras militares por más de treinticinco años, y en ambos casos, regentadas de principio a fin por un solo hombre). Ni que en esta parte del globo la religión mayoritaria -en varios casos, la única posible- sea el islam, de quienes los no musulmanes solemos citar sólo su variante más intolerante y extremista, quizá porque tendemos a conformarnos con la información que nos ofrecen los medios masivos de comunicación. Muy por el contrario, la causa de tales aberraciones políticas está en los propios países que condenan dichas conductas y acto seguido se jactan de ser más desarrollados, también en términos de cultura social; y en la misma diplomacia a la que se suele acudir para frenar este tipo de atrocidades, ora mediante una forma de presión "pacífica" -bloqueo comercial, resoluciones perjudiciales en la ONU- o directamente a través de una operación bélica. Pues estas legislaturas de duración indefinida se ubican en zonas de importancia estratégica y por lo mismo sus dirigentes son proclives a aliarse con sus pares de Estados Unidos o Europa. Lo cual implica un paquete de exigencias ideológicas impuesto por las nuevas amistades, que en cualquier caso, apenas esconde las reales intenciones de carácter económico que tienen éstas.

En tal sentido, hay un elemento común que atraviesa a estos jerarcas, y es el hecho de que todos manifiestan un tendencia laica y secular -aunque no laicista y secularizante, que eso a la larga les puede significar el rechazo definitivo de su propio pueblo- frente a una masa que profesa el islamismo de manera unánime, religión que además no le hace asco a las posturas integristas y radicales. Y en un mundo jalonado por los terroristas suicidas, la presencia cada vez más pronunciada -y amenazante- de musulmanes en países occidentales, la intifada palestina, los atentados de Al Qaeda y otras organizaciones islámicas, y la teoría, bastante alarmista, maniquea y malintencionada, del choque de civilizaciones: ese aspecto es muy valorado, aunque acabe contradiciendo los principios de la democracia que tanto predican sus defensores. No es de extrañar, que en el hoy por hoy convulsionado Egipto, la oposición más estructurada al régimen de turno corra por cuenta de los Hermanos Musulmanes, entidad fundamentalista por donde las hay, si bien ellos han sido los grandes ausentes en la actual rebelión civil, que irrumpió de la mano de los estudiantes universitarios y las mutuales laborales. Y en las regiones adyacentes, los clérigos que representan a este credo cuentan con la más absoluta libertad cuando se trata de atacar a los escasos fieles de otras creencias, o incluso a los mismos correligionarios si no siguen las normas más estrictas descritas en el Corán o la charia -que en estos lugares, suele no ser oficial-; pero corren el riesgo de ser secuestrados y sometidos a apremios ilegítimos si critican a la administración pública. Sin ir más lejos, en el mismo Egipto, para la víspera de Navidad, una célula islamista atacó una iglesia copta -rama cristiana autónoma que data de los años del imperio romano- matando a varios fieles. Dicha disidencia, es el equivalente a lo que los ortodoxos rusos, los curas católicos polacos o los luteranos de la RDA llevaron a cabo contra los sistemas comunistas tras la cortina de hierro. O lo que oficinas eclesiásticas chilenas procedentes del romanismo, como la sobrevalorada Vicaría de la Solidaridad, hicieron contra la tiranía de Pinochet.

Es de esperar que estos alzamientos que parecen esparcirse por el Medio Oriente, no deriven en repúblicas islámicas integristas, como pasó en Irán (que con todos sus defectos, aún así puede exponer más muestras de democracia que estos países). O como lo que ahora está sucediendo en Irak, donde los radicales chiítas actualmente llenan los vacíos dejados por la dictadura de Saddam Hussein, que por cierto fue apoyado por Estados Unidos, debido a algunos planteamientos laicistas y de contención que propuso. Un temor bastante fundado, si se considera que las protestas son espontáneas, motivadas por hechos puntuales y comunes a estos eventos-el alza en el precio de los alimentos y los servicios básicos, el aumento del desempleo- y por su naturaleza no concluyen en el ascenso de un líder sobresaliente. Tampoco es deseable que todo decante en la segunda opción posible: que el cuestionado jerarca realice algunas modificaciones cosméticas pero que la esencia de su régimen se mantenga -como parece suceder en la misma tierra de los faraones, donde el presidente remplazó a todo el gabinete, pero no da indicios de dejar la adminstración-. Ya en Chile o en Europa del Este se han conocido malas experiencias, tanto por agradecerle a una iglesia determinada más de lo que se merece, como por buscar la superación de la extinta tiranía mediante el consenso. Ojalá -"lo que quiera Alá"- esto no termine siendo aprovechado por los fanáticos y oportunistas de costumbre.

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