domingo, 23 de enero de 2011

El Demonio Fuma

Parlamentarios izquierdistas ubicados dentro de la Concertación acaban de presentar un proyecto de ley con la finalidad de prohibir toda opción de fumar en los recintos cerrados, incluyendo restaurantes y locales nocturnos. Más que nada, buscan imitar el ejemplo de su símil español, el PSOE, que amparándose en los alarmistas de siempre, decidió aprobar esa medida tan drástica, sólo cuatro años después de sancionar una anterior iniciativa de tono aparentemente definitivo y conciliador, como era segregar estos establecimientos en áreas para fumadores y no fumadores, algo que también sucedió en Chile por esas mismas fechas. Aunque hoy, a diferencia de sus pares ibéricos, los socialdemócratas criollos se encuentran en la oposición, eso no reviste un mayor inconveniente, pues el gobierno conservador, o al menos su ministro de salud, resolvió respaldar la iniciativa, con lo cual los progresistas son coronados como un adversario constructivo proclive a las propuestas y no a las protestas, pues esto último sólo divide a la población e impide que el ejecutivo se preocupe de las "reales necesidades de la gente". Entonces, para no ser señalados como aguafiestas o molestosos, presentan una propuesta inédita en el territorio nacional, en vez de levantar la voz contra la paupérrima situación de los hospitales públicos, que va de mal en peor, en especial en las zonas afectadas por el terremoto del veintisiete de febrero de 2010, donde los nosocomios sufrieron graves daños, forzando la demolición de varios de ellos, que aún no tienen calendario de reconstrucción.

Parece que todo político que busca acomodarse en el sistema, requiere de una reserva moral que lo respalde, tanto para ascender como para después mantenerse. Y los socialdemócratas no constituyen una excepción. Más aún, su pliego de proscripciones es fácil de distinguir de otras listas porque presenta una serie de elementos originales y exclusivos: los chistes o comentarios sospechosos de sexismo o racismo, los eventos deportivos que intentan censurar porque implicarían maltrato animal -como sucede en la mencionada España con la tauromaquia, también resistida por colectivos de izquierda-, o la adicción al tabaco. El consumo de cigarrillos, además, ha sido alentado por una imagen publicitaria que lo asocia con el machismo el triunfo social en el sentido del capitalismo liberal estadounidense y posturas económicas, religiosas y morales de cuño conservador. Si consideramos que las mayores, o al menos más conocidas, tabacaleras del mundo surgieron en suelo norteamericano, justo en la época en que ese país empezaba a consolidarse como potencia internacional merced a sus victorias militares y la imposición, muchas veces forzada, de su despiadado e insensible modelo financiero, tenemos un cóctel explosivo que puede detonar en la cabeza caliente de cualquiera que alguna vez se haya manifestado en contra del imperialismo y en favor de los más desposeídos. Pero no en quienes han abrazados los ideales revolucionarios o siquiera reformistas con honestidad: después de todo, las fotografías de guerrilleros barbudos, melenudos o con amplios bigotes, o bien de los intelectuales que los secundan, con el pucho metido en la boca son abundantes y se puede asegurar que constituyen un rasgo identitario. Sino en los izquierdistas de güisqui, ropas costosas y reuniones en clubes exclusivos, que no se atreven a criticar en lo más mínimo el sistema monetario, aún en época de crisis, so pena de que sus nuevos amigos -a su vez hijos de los amigos de sus padres y antiguos compañeros de escuela- los califiquen de comunistas añejos e irracionales, además de negarles el saludo y expulsarlos de sus asociaciones.

En todos los rincones por donde han pasado estos socialdemócrtas, su huella se deja sentir. A la par que se muestran partidarios de la legalización del aborto, del matrimonio homosexual y de la eutanasia, o de combatir el sida con el uso del preservativo en lugar de "anacrónica" abstinencia, pretenden instaurar sus propias prohibiciones, que suelen afectar al control de plagas -por el mencionado asunto del maltrato animal- o a los fumadores. O de manera indirecta, a las personas vinculadas a los locales de esparcimiento, entre quienes se cuentan propietarios, trabajadores y también clientes y comensales. Como forma de demotrar que, al contrario de la inquisición, ellos se basan en supuestas verdades científicas, colocan sobre la mesa infomes que aseveran que el uso sostenido del tabaco provoca enfermedades tan dañinas como cáncer -que por su gravedad es equivalente al citado sida-, no sólo en quienes lo consumen, sino al entorno que lo rodea. Sin embargo, es preciso señalar que si bien los cigarrillos pueden ser la causa directa de tumores malignos en el organismo, la relación con el efecto no es absoluta, pues no todos los adictos, incluso entre los más compulsivos, desarrollan la enfermedad, mientras abstemios absolutos sí han incubado afecciones en la laringe o el pulmón. Y con respecto a los denominados "fumadores pasivos", ciertos expertos han tachado ese alegato como llana y pura seudociencia. Así, los progresistas se sitúan a la altura de esos reaccionarios que se oponían a la llamada "píldora del día después" arguyendo que era cancerígena. Como siempre, la moralina trae aparejada la campaña del terror.

El problema es que los "avances" anotados al inicio del párrafo anterior, es probable que jamás se den en Chile. Y no porque hoy sean los conservadores quienes ostentan el gobierno. Sino a causa de los mismos socialdemócratas criollos, que precisan mantenerse callados y quietos si pretenden ser invitados a fiestas exclusivas para ricos y famosos. No es difícil obrar así cuando se tienen los mismos apellidos de los adversarios políticos, y en definitiva, la inclinación ideológica no surge por un convencimiento sincero, sino porque se vislumbra que en tal o cual bando existe una mínima opción de agarrar poder. La prioridad en este país no es derribar a un mandato de izquierdas o de derechas, sino desbancar a esas familias que desde la colonia han ejercido el dominio sobre estos territorios. De otra manera, continuaremos siendo meros espectadores de un teatro barato y de pésima calidad al cual estamos obligados a asistir. Un juego de canasta emitido en todo momento a través de la televisión. Y que cuando se desborda, trae consecuencias nefastas para la población común o los pequeños y esforzados propietarios -como podría sucederle ahora a los dueños de restaurantes y locales nocturnos-, pero que jamás los afecta a ellos, menos aún a sus negocios.

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