domingo, 9 de enero de 2011

Ratas Sagradas

Por ahí, un programa de televisión, con ínfulas documentales pero más cercano al folletín turístico, está emitiendo una serie de capítulos grabados en la India, en los cuales se muestran los diversos templos y dioses que pululan por este país (y que salvo contadas excepciones, pertenecen a la misma religión: el hinduismo, practicado por tres de cada cuatro habitantes de las tierras de Gandhi). En una de esas entregas, los responsables del espacio en cuestión mostraron un recinto consagrado a las ratas, pues en la concepción hindú todas las especies animales son sagradas y cada una debe contar con un lugar donde adorarle. Y en la edificación de marras, las personas comen y beben junto a los roedores, sin importarles las enfermedades que éstos les puedan transmitir a través de sus deposiciones. Aunque, cabe señalar, los comensales están impedidos no sólo de matar, sino incluso de espantar o corretear a lauchas y guarenes.

De acuerdo: formarse prejuicios acerca de credos tan desconocidos o distintos en relación con aquél que uno practica, no es una actitud recomendable. Más aún: yo mismo he pedido comprensión con aspectos del hinduismo que pueden resultar absurdos para la mentalidad occidental, como la desmedida adoración a las vacas (que admitámoslo, es una conducta bastante cuerda, si se considera la sobrepoblación y la consiguientes escasez de alimentos). Al final, como sugiere Pablo, siempre hay que examinarlo todo y retener lo bueno. Por ello, con igual energía se debe apartar y aborrecer lo que se traduce en perjuicios y limitaciones para el ciudadano medio. Un mandato repetido en la Biblia una gran cantidad de veces, y cuya vehemencia jamás disminuye, aunque se trate de tradiciones ancestrales de un determinado pueblo, estén o no sustentadas por su religión particular. Del mismo modo, si analizamos la mentada situación de los fieles hinduistas y sus ratones consagrados, al instante nos damos cuenta que su sistema de creencias no es provechoso para su existencia por los problemas de salud que les puede acarrear. Y por ende, lo que corresponde, no a un cristiano, sino a cualquier agente externo que en algún momento tenga que enfrentarse a este tipo de penitentes, es indicarles que su comportamiento es equivocado y disuadirles de que lo abandonen.

No se trata de una actitud racista o supremacista, subterfugio que por lo demás siempre invocan quienes, independiente de su orientación política, al final acaban admitiendo la teoría del buen salvaje. Por otro lado, aquellos que en ciertas circunstancias se maravillan de peculiaridades doctrinales de las religiones del Lejano Oriente o de pueblos indígenas o aborígenes (que llaman la atención justamente por eso, la curiosidad exótica, que el obnubilado ya sabe que nunca imitará), en paralelo manifiestan su desprecio por algunos dogmas pertenecientes a los credos cristianos o afines, que califican de cavernarios porque se muestran como incompatibles con el avance científico. Así, atacan a los testigos de Jehová y su idea de que el alma está en la sangre, que proscribe las transfusiones. También se burlan de los mormones y su abstención de café. O despotrican contra el rechazo de la iglesia católica al uso del condón como mecanismo para frenar el sida. O se lanzan en picada contra los predicadores evangélicos que llaman a no aceptar la evolución de las especies. Por supuesto que algunos de esos ejemplos son igualmente despreciables e incluso risibles, y en ningún caso dignos de imitar. Pero la condena debe ser pareja hacia todo movimiento que con irracional testarudez se opone a una verdad descubierta por el más elemental de los ejercicios cognitivos. Además de que sólo basta formularse una pregunta: si negar que el preservativo evita las enfermedades venéreas es un acto estúpido, ¿cuanto más puede llegar a ser convivir con vectores de las peores plagas que han contagiado a la humanidad?

La India llama la atención por una serie de cosas. Su rica y variada cultura -aún poco conocida en Occidente-, su historia y sus prohombres más destacables, como Buda y el ya mencionado Gandhi. A estos factores, en los últimos años se ha agregado un nuevo elemento: el pujante crecimiento económico que está experimentando el país, que lo está conviertiendo en una potencia de características muy similares a las de China. Sin embargo, la acumulación de aspectos admirables, incluso los que provienen de su religión mayoritaria, no debe cegarnos ni mucho menos dejarnos indiferentes, al menos, al debate. Que esta nación también es un abanico de aspectos negativos, como su ominoso sistema de castas, la ignorancia en la cual está sumida buena parte de la masa popular o la poco agradable situación de la mujer. Cuestiones que son vistas como un retroceso cuando las adoptan esos conservadores cristianos y musulmanes que se aparecen de tarde en tarde. Y que sólo constituyen grupos aislados, no un conjunto tan cohesionado y masivo.

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