domingo, 2 de enero de 2011

La Reforma y la Cuestión Social

No comprendo a quienes aseguran que la "ética protestante del trabajo", consiste en un sistema capitalista liberal aplicado a rajatabla, donde la iniciativa privada es el único motor válido para el desarrollo económico, el Estado apenas asoma la cabeza para asegurar la libre circulación de las transacciones monetarias, y la denominada red de protección social brilla por su ausencia, despreciada porque supuestamente incentiva la pereza. Una interpretación liviana y superficial que proviene de la exageración de ciertos aspectos de la doctrina reformada, relacionados con la conducta del individuo consigo mismo, con sus semejantes y con Dios. Que han sido citados o agrandados por personas que desconocen la dinámica de las iglesias evangélicas -tanto las tradicionales como las revivalistas- o que se aprovechan de la ignorancia de aquellos que los escuchan para propagar prejuicios que favorecen sus propios intereses. Convencionalismos que, en el transcurso de este artículo, descubriremos que son falsos.

Empezando por la idea de que en los países europeos de tradición evangélica no existe la intervención pública en el marco del contrato social, al menos, de una manera que ciertos polemistas puedan calificar de socialista -en el sentido más extremista de esa palabra-. Si analizamos por algunos minutos aquellos lugares europeos donde la Reforma arraigó con mayor fuerza -Dinamarca, Suecia, Islandia- además de otros que aún manteniendo un alto número de población católica fueron regidos en determinados momentos por los llamados protestantes -Suiza, Holanda-, caemos en la cuenta de que son los mejores ejemplos del denominado Estado de bienestar. Lo que en la práctica, se traduce en salud y educación gratuita para todos sus habitantes sin distinción, incluidos los extranjeros residentes y los inmigrantes legales o indocumentados. En consecuencia, un beneficio social. Que se ha podido establecer gracias al elevado costo de impuestos -que a los empresarios más acaudalados, a veces, les significa desprenderse del cuarenta por cien de sus ganancias- y a la mantención de empresas estatales, pese a que en el último tiempo algunas se hayan privatizado. Esto es, gracias a un elemento que los capitalistas más radicales consideran nocivo, y que de acuerdo a la lógica que elogia la mentalidad económica de los reformados, nunca está presente en dicha concepción de la movilidad fiduiciaria. Y cabe acotar que ni con la crisis financiera internacional en estos sitios se ha modificado tal proceder, al contrario de lo que hoy está sucediendo en las naciones del viejo mundo más proclives al romanismo.

Ahora, ¿de dónde pudo haber surgido ese mito? Lo más probable es que haya sido incentivado por la cultura anglosajona, donde efectivamente se ha practicado un capitalismo poco interesado en los más desposeídos. Pero, para colocar ejemplos, Inglaterra conoció sus periodos de mayor esplendor, incluso económico, en las épocas en las cuales los monarcas intervinieron en el tejido social, como el reinado de Elizabeth I. Entonces se produjo una expansión en todos los sentidos, también el credo evangélico conoció una etapa de auge. El desprecio de los británicos hacia las clases más bajas se comenzó a suscitar a mediados del siglo XVIII, cuando Adam Smith introdujo el capitalismo liberal, que no provenía de la Reforma sino de las teorías de la Ilustración, movimiento iniciado en la católica Francia, cuyos representantes siempre se mostraron en abierta confrontación con la doctrina cristiana. Estos planteamientos económicos, a poco andar, llegaron a Estados Unidos, que entonces aún no era una entidad independiente. Toda vez que el gigante norteamericano, si bien formó su identidad nacional al alero del presbiterianismo, es muy extenso y posee una enorme diversidad étnica y cultural como para considerar que ha sido moldeado en forma exclusiva por una sola comunidad eclesiástica.

Pese a ello, los sacerdotes siempre nos han acusado de ser mezquinos en asuntos de dinero y de constituir una suerte de antítesis de propuestas como la teología de la liberación. En realidad, si vemos el modo en que en los países católicos se protege a las grandes fortunas, al menos da para cuestionarse la sentencia recién expuesta. Pues las peores masacres contra las movilizaciones sociales se han dado en territorios romanistas, tando en América como Europa. A eso, agréguese el dato muy objetivo y comprobable, de que en esos lugares se pagan salarios más bajos e incluso la cacareada red social es más precaria, ya que al fin y al cabo se basa sólo en la entrega de limosnas. Producto de estas curiosidades, algunos han visto en el ensalzamiento del supuesto proceder económico de los evangélicos, una estratagema de los ricos papistas para evadir sus responsabilidades sociales. Podría tratarse de eso y mucho más: de una campaña orquestada por los curas para esparcir un nuevo prejuicio, que establezca que los reformados son insensibles a la temática de los pobres. Decía el fabulista -español y por lo tanto católico- que "si el sabio reprueba, malo; si el necio aplaude, peor". Sin embargo, mucho antes la Biblia ya había advertido de la astucia del enemigo.

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