domingo, 29 de noviembre de 2009

La Condena a la Embriaguez

Cuando una persona de carácter secular se nos acerca, y de manera capciosa, nos reprocha la supuesta tirria que los cristianos le tenemos a las bebidas alcohólicas, en circunstancias que el propio Cristo se valió de una durante la Última Cena; casi siempre le respondemos con esa sentencia establecida por Pablo en su carta a los Efesios 5:18, donde el apóstol exhorta a "no embriagarse con vino, en lo cual hay disolución", y a renglón seguido, como contrapropuesta, indica " ante todo, ser llenos del Espíritu Santo". Con ello, dejamos en claro en la Biblia no existe condena alguna a los mostos ni a ningún otro tipo de bebestible, sino sólo a la borrachera, lo cual desde luego es cierto. Pero aún así, la aplicación de este texto no es completamente correcta: si bien, para llegar a la perfecta interpretación, falta un minúsculo y a simple vista insignificante tramo, defecto en caso alguno atribuible a cierta falta de voluntad del hermano, sino a su poco acceso a conocimientos de índole exegético-histórica que, en cualquier caso, son esenciales para entender determinados detalles y luego presentarse con una preparación más sólida ante las almas a convertir.

En primer lugar, hay que dejar en claro que esta condena no contiene implicancias morales, aunque muchos quieran abordarla desde esa perspectiva. Ya hemos acotado que la Biblia no es un tratado de ética y quien la ausculte buscando normas de buena conducta, lo más probable es que salga más escéptico y confundido que cuando entró. Muy por el contrario, la proscripción de la embriaguez debe ser analizada en el marco de la competencia que el cristianismo primitivo tenía con las religiones contemporáneas, en el ejercicio de captar almas en pro de la salvación de la humanidad. En el mundo antiguo, eran muy comunes los llamados "cultos de la disolución", como el de Osiris en Egipto o Dionisios en Grecia y su equivalente Baco en Roma. Tales profesiones, instaban a sus miembros a llegar a estados de pérdida de conciencia, entendida como la disociación o desconexión con el mundo real. La idea era despejar la mente de las preocupaciones propias de este "valle de lágrimas", para que a su vez, los individuos pudieran comunicarse con los dioses. Las ceremonias eran colectivas, y se asemejaban bastante, por ejemplo, al uso ritual de la coca por parte de los indígenas americanos, o a nuestras modernas terapias de relajación, que por cierto, también provienen de una raíz religiosa, que en este caso se ubica en el Lejano Oriente. La diferencia, que existe entre estos eventos y los de la Antigüedad clásica, es que aquellos constituían una suerte de respuesta, o incluso, de protesta frente al determinados aspectos de las viejas creencias mitológicas, que hoy podríamos tachar de clasistas y discriminatorios. Más aún: las deidades veneradas en estos casos, o habían sido drásticamente castigadas por rebelarse contra el orden establecido ( Osiris fue conminado a permanecer como el dios de la morada de los muertos, por sus propios pares, tras desafiar a los mandamases del panteón egipcio), o eran despreciadas dentro del mismo círculo divino ( caso de Dionisios, evitado constantemente, por tratarse de un ebrio). Lo cual explica que grupos etáreos con un rol menor dentro de su respectiva sociedad, fueran los protagonistas y a veces los directores de estos cultos. En tal sentido, el caso de las dionisiadas es emblemático, puesto que las organizaban unas sacerdotisas, las ménades, en una cultura, la griega, de ideología abiertamente misógina.

El cristianismo, y basta hojear durante un momento los evangelios para darse por enterado, desde sus inicios, siempre insistió en un afán de búsqueda de la igualdad social, resumida en la correcta superación, por parte de los pobres, y la sincera comprensión, del lado de los ricos. En consecuencia, ya se producía un factor de competencia entre estos rituales y la doctrina de Jesús. Frente a una posible confusión, Pablo aclara que la disolución no es el camino correcto, pues es una conducta que, cuando no es irracional por sí sola, persigue la obtención de ese estado mental. Y al contrario, la fe debe ante todo contar con el concurso de las facultades intelectuales en su total nitidez, pues, como dice el mismo apóstol " el sacrificio vivo ante Dios, es nuestro culto racional". Sin embargo, la Biblia no se cierra ante probables experiencias de éxtasis, las cuales, de hecho, son intrínsecas a la práctica de las enseñanzas del Mesías. Incluso, uno de esos acontecimientos es el que les permite a los discípulos predicar sin miedo y con una buena dosis de carisma durante Pentecostés, según relata el libro de Hechos, empleando muy bien el fenómeno de la glosolalia. Pero, ¿ cómo se debe proceder al respecto? Con el método que es propio e identitario de los cristianos: la "llenura del Espíritu Santo". Que no proviene de vulgares demiurgos sino del único y más grande, que respeta la volición humana y cuyos resultados son provechosos y duraderos, nunca incoherencias pasajeras que se olvidarán cuando pase el efecto del mosto. Finalmente, si estamos seguros con el Espíritu Santo, ya no hace falta la embriaguez.

Muchos de estos cultos se convirtieron en fiestas populares y nacionales en las culturas que los vieron nacer, y de hecho, algunas celebraciones han sobrevivido hasta nuestros días, como el año nuevo, relacionado con los ciclos de siembra y cosecha, muy importantes en las sociedades antiguas, que eran exclusivamente agrarias. El Israel veterotestamentario no fue la excepción y en su calendario podemos toparnos con varias conmemoraciones de toda índole, que además eran muy regadas. En esa época, se consideraba un orgullo que el hijo llevara a su padre ebrio hasta la casa, misión que, por ese calibre, le encomendaban casi siempre al primogénito. Recién el profeta Isaías ( 5:11), por el siglo VIII a.c., pronuncia ayes contra los que "se levantan de mañana para ir tras los licores"; pero porque estos sujetos se preocupaban de organizar apoteósicas comilonas semanales, y luego debían ocupar el horario que debían estar en el templo, en pasar la resaca; o bien, no les quedaba tiempo para dedicarlo a Yavé. En definitiva, porque se esmeraban en ofrecerles banquetes a sus amigos y descuidaban al Adonay. Como en todo orden de cosas, el alcohol no es mano; y la embriaguez no es un acto inmoral, pero sí de apostasía.

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