lunes, 2 de noviembre de 2009

La Solidez de Canterbury

Producto de la serie de medidas de corte éticamente liberal que está tomando la Iglesia Anglicana, como ordenar mujeres y homosexuales confesos - en una congregación que por ejemplo, hasta comienzos del siglo XX no permitía que los zurdos ocupasen cargos dirigenciales-, un sector minoritario de sacerdotes ha protestado de manera enérgica, amenazando con renunciar a la institución. La iglesia católica, con esa avidez y sagacidad propias de los oportunistas que muestran una careta de bondad y correcta moralidad, pero a quienes en realidad sólo les interesa la posición social y el dinero, se ha pretendido cuadrar con los disidentes y les ha ofrecido predicar dentro de su propio seno, como forma de consolidar una alianza de conservadores puros y beatos, pero jamás santos, para hacerle frente al pecaminoso mundo posmoderno, cuyo comportamiento está infectando también a los templos. Incluso, han propuesto pasar por alto el hecho de que los purpurados anglicanos son casados, ya que sólo el romanismo defiende la idea del celibato obligatorio. Aunque, en sentido estricto, hacer una salvedad o incluso un ajuste dogmático no sería necesario, porque en el papismo sí existe un puñado de curas que tienen esposas o que son viudos, que son reservados para aquellos lugares donde hay más laicos que vocaciones religiosas.

Cuando uno escucha el término anglicanismo, se le vienen a la mente dos estereotipos reduccionistas acerca de esta iglesia, que en todo caso, no están tan alejados de la realidad. El primero, que se trataría de un catolicismo sin pontífice - si aplicamos el sentido estricto de tal definición, que sólo le da cabida al prelado de Roma- y el siguiente, que surgió de un capricho de un rey británico, Enrique VIII, que buscaba divorciarse de su esposa para casarse con su amante. Es efectivo que los fieles de Canterbury son católicos de cara, pero enseguida son evangélicos de corazón, que es lo que definitivamente importa. Y si le deben la vida a un incidente protagonizado por un monarca celópata y, empleando términos actuales, machista ( no olvidemos que Enriquillo tuvo seis esposas y mandó ejecutar sumariamente a cuatro de ellas por supuestas infidelidades, entre ellas a la propia Ana Bolena, causa de la separación matrimonial y eclesiática), cabe señalar que en estos años los soberanos tenían poder absoluto y podían manejar a sus súbditos como les pluguiera. Hubo nobles en esa misma época, que producto de las tensiones políticas ocasionadas a partir de la Reforma, llevaron a cabo matanzas mucho más numerosas y crueles, y como muestra, sólo se requiere mencionar, en la misma Inglaterra, a la ultracatólica María Tudor ( Mary Bloody), que llenó el país de hogueras, o al "protector" Oliver Cromnwell, que en nombre de los puritanos masacró a los católicos irlandeses, e incluso trató de arremeter contra los propios anglicanos, debido justamente a esa idea de que son católicos con sede propia, expresada más arriba.

Un pensamiento que también invade a los romanistas, aunque ellos se manejan en clave despectiva, al considerar a Canterbury como un templo marginal y muestra del no-deber-ser, aún guardando, supuestamente pues estamos considerando la visión católica, los dogmas teológicos esenciales. Es la misma actitud que se desprende de llamar protestantes a los evangélicos, u orientales a los ortodoxos, así como de la indiscriminada utilización que hacen del término secta. En la práctica, además, se traduce en concebir a los anglicanos como una congregación que, tras un mero movimiento de caderas, dejará atrás sus años cismáticos y volverá al redil del Vaticano, para acto seguido, valerse de su testimonio para iniciar la absorción de todas las demás iglesias cristianas independientes. Creen que la organización británica está cimentada exclusivamente en un reyezuelo sediento de sangre y agresor de mujeres -como si los papistas las hubiesen tratado con un mínimo de respeto- que aceptó algunas normas de los hermanos separados - como la eliminación del culto a las imágenes- sólo para alardear de que era ducho en cuestiones doctrinales. De hecho, así es como se enseña en las escuelas y universidades regidas por curas.

Más allá de su discutible fundación, y de una expansión deudora del nacionalismo británico, la iglesia anglicana tiene hoy identidad propia y eso es algo que no podrán permear ni los intereses más abyectos del romanismo, ni unos reaccionarios que creen que el cristianismo es otra religión esclavizante y represiva. Más que católicos sin papa, son evangélicos con contados tintes católicos. Ha sido una congregación que se ha mantenido el tiempo, al contrario de lo sucedido con otras organizaciones nacionales, como la galicana, que nunca se atrevió a dar el salto, o las de los países nórdicos, que acabaron volviéndose luteranas. Es cierto que con las actuales modificaciones a sus estatutos, están buscando una diferenciación más clara y plausible de las demás instituciones, y que en tal sentido, la ordenación de homosexuales resulta inaceptable si se leen y comprenden correctamente la Biblia y el mensaje de Jesús. Pero aún es más peligroso que un cártel que por milenios ha demostrado ser mucho más ruin y repugnante, venga a promover una supuesta salvación, tratando de desarticular su estructura. Al menos los anglicanos no parecen haber mordido el anzuelo, porque sólo unos cuantos han aceptado un llamamiento que huele más a canto de sirenas, y los que han permanecido en el tronco, ven este éxodo en clave positiva, al limpiarse de elementos nocivos para el futuro de Canterbury.

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