lunes, 23 de noviembre de 2009

De la Mano con el León Rugiente

Felizmente, Karol Godzilla no estará en Bellavista. Al menos por el momento. El Consejo de Monumentos Nacionales, en un acto de cordura, decidió detener su erección, argumentando que la estatua de trece metros rompía el entorno arquitectónico del sitio donde iba a ser instalada, además de que, una vez puesta en su base, generaría una notoria contaminación visual y por consiguiente un importante daño ambiental. En resumen, que era fea e inmoral desde el punto de vista estético, conclusión que podía sacarse con una pizca de sentido común. De paso, los reclamos de miles de ciudadanos, quienes justificadamente se sintieron atropellados en sus derechos por un grupúsculo de empresarios que siempre recurre a la iglesia católica cuando todo se le viene encima, encontraron oídos limpios, lo cual les permitió rendir frutos.

Dichas protestas fueron lideradas por artistas, arquitectos, intelectuales y académicos de la hace rato venida a menos Universidad de Chile, en este último caso, más que nada porque el mastodóntico homenaje a Wojtyla atentaba contra sus intereses, pues los impulsores del proyecto pensaban instalarlo frente a una de sus dependencias. De las personas comunes y corrientes que participaron en las medidas de presión, en su mayoría no profesaban religión alguna, salvo un puñado de católicos hastiados del camino que está tomando su curia, y que hace un buen rato han concebido la idea de la fe como un acto absolutamente personal. Sin embargo, en este debate hubo un importante grupo que estuvo ausente, o al menos, no levantó la voz de manera que fuese atendida por los medios de comunicación. Se trata de las iglesias evangélicas. Siempre, los pastores y los demás hermanos han buscado diferenciarse del romanismo dejando en claro que ellos no permiten la idolatría, entendida como la veneración a las imágenes. Tal disidencia, se expresa de manera más plausible, aunque estableciendo una asociación indirecta, en el rechazo público a las masivas fiestas folclóricas de religiosidad popular, como La Tirana, Todos los Santos, la Inmaculada Conncepción o San Sebastián de Yumbel. Uno puede estar o no de acuerdo en que estas manifestaciones sólo sirven para mantener cautiva a una masa amorfa que no cuenta con los recursos suficientes para acceder al más mínimo conocimiento teológico, el que por otra parte a los curas no les interesa impartir. Pero en el caso que motiva este artículo, se trataba a todas luces de un ídolo gigante, que intencionalmente iba a ser visible desde varios rincones de Santiago, la capital y ciudad más poblada del país. Propuesto, además, por sujetos adinerados y luego sumamente poderosos, lo cual, hacía que fuese varias veces más peligroso que una columna de míseros penitentes que caminan de rodillas.

Y esto es lo curioso. Porque al interior de los templos, se insiste en que el papismo está permeado por fuerzas malignas y por lo tanto, lo más recomendable es huir de ellas como de la peste. En muchas congregaciones, se busca recalcar que cualquier intento de ecumenismo, incluso de diálogo, significa tomarle la mano al león rugiente, y que este acto, significará para el cristiano evangélico, su inmediata perdición, porque si no termina devorado por la fiera, transmutará su fe hacia un híbrido que bien puede considerarse apostasía. Más aún: quien así obra es un débil de corazón, incapaz de declarar a los cuatro vientos que es una persona renovada y por ende distinta a todo lo demás. Sin embargo, hemos visto en el último tiempo, a los mismos pastores y predicadores que dentro de las comunidades perseveran en este discurso radical, a veces, atribuyéndose la facultad de auscultar la vida privada de sus dirigidos, marchando al lado o detrás de obispos y sacerdotes rasos cuando éstos estampan su no rotundo en aspectos que en la actualidad están generando un debate nacional, como la anticoncepción, la píldora de emergencia o el aborto en situaciones urgentes. La pronunciación altisonante que tienen los curas, que casi siempre hablan como padrinos de una temible mafia, al parecer es capaz de acallar hasta a quienes dentro de su casa ejercen la más absoluta autoridad. Y no vengan a decir que las prácticas en cuestión son rechazadas por la Biblia, porque no ocurre así. Simplemente, se han genuflectado ante el enemigo - de ellos y de Dios-, al que no se atreven a combatir pues ahora se encuentra respaldado por tipos con nombre y apellido: los magnates que ostentan un alto poder económico.

La plaza donde se planea, todavía, colocar la apoteósica estatua, se llamaba José Domingo Gómez Rojas. Era un poeta de tendencia anarquista -al estilo clásico-, estudiante de la Universidad de Chile, que producto de las torturas a las que fue sometido tras una detención, enloqueció y acabó sus días en un manicomio. Gestiones políticas y eclesiásticas consiguieron que hace algunos años, se la rebautizara como Juan Pablo II. Pero retomando el tema del vate Gómez Rojas, muy pocos saben que fue evangélico. Personalmente, me enteré de esta condición a través de los foros abiertos en internet para oponerse al monumento a Wojtyla, los cuales, por cierto, fueron creados no precisamente por hermanos reformados. Es uno de los tantos casos de desconocimiento de la historia y de falta de respeto por aquellos que han hecho posible que la bella gesta iniciada por Lutero persista hasta nuestros días, y quienes, además, han aportado sus conocimientos y habilidades a la mejora del mundo, como la Biblia precisamente lo prescribe. ¿ Cuántos cristianos evangélicos saben de Luther King, Desmond Tutu, Johan Sebastian Bach o los cuáqueros? Pues todos ellos compartirán el paraíso el día de la resurrección, porque no se quedaron enclaustrados en su propio celo y salieron a acoger y a ayudar al pecador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario