domingo, 8 de noviembre de 2009

Lamiendo Las Antenas de los Marcianos

La creencia de que los extraterrestres vienen a traernos paz y amor, o en su defecto, a destruir una civilización que no pasó la prueba, está basada en una cosmovisión que puede rastrearse en el tiempo hasta la más remota de las religiones, pasando luego por los relatos míticos, las concepciones orientales, la Biblia y el islam. En todos los casos antes mencionados, subyace la idea de que la tierra replica a escala lo que acontece en los cielos, en una relación donde aquélla aparece subordinada a éste. No existe, de hecho, cosmogonía que a renglón seguido no asegure que, en caso de que los hombres sean superados por sus propios problemas, ya fuesen éstos de índole social, política, económica o moral, los dioses estarán prestos a solucionarlo todo directamente o enviando un emisario, bajo la condición, eso sí, de que los mortales se genuflecten ante sus seres superiores y reconozcan su incompetente inferioridad. El sistema ya mencionado, el que garantiza la intervención de supuestos mesías alienígenas, es una curiosa, aunque al mismo tiempo burda, adaptación de una humanidad influenciada por los hallazgos científicos y tecnológicos, así como por la velocidad que han venido ganando las comunicaciones, a la perenne necesidad de aceptar que hay algo más allá de una vida, que pese a todos los avances, sigue percibiéndose como desgraciada e impredecible.

Lo curioso, es por la forma en que los modernos terrícolas, desencantados ( en el sentido de la magia) por la serie de eventos y decubrimientos que han echado por el suelo una serie de supersticiones que hasta hace muy poco eran consideradas verdades absolutas, y han hecho tambalear de paso a las expresiones religiosas más fuertes, se valen de estas especulaciones para recobrar una espiritualidad que de otro modo no obtendrían, pues su orientación empirista y pretendidamente objetiva, choca contra los sistemas de creencias clásicos, o al menos eso es lo que ellos mismos afirman. Lo burdo, es porque su actitud tiene una intención ejemplarizadora y luego pedagógica, de llamar al resto de la población a sacudirse de vulgares supercherías en aras del progreso y el bienestar común. Y entre esos odiosos prejuicios, se encontarían, muchas veces en una posición claramente visible, los credos surgidos en torno a la Biblia, el Corán o los Vedas. En tal sentido, los alienígenas pacificadores o inquisidores, dependiendo de la situación, acuden al auxilio cuando la ciencia es incapaz de cubrir ciertos vacíos que se suponía, debía sortear con relativa tranquilidad. Por ejemplo, ciertas culturas antiguas que escapan a la visión del desarrollo social que se desprende de la teoría evolucionista de Darwin, como los egipcios o los indoamericanos. En cuántas ocasiones hemos escuchado decir, incluyendo a conspicuos intelectuales, que las pirámides faraónicas fueron construidas por seres inefables del espacio exterior, porque no se puede entender de buenas a primera, que simples humanos hayan apilado un bloque de piedra sobre otro en un ángulo de cuarenticinco grados, sin estuco o cemento de por medio. No prestan atención a esa explicación, muy asertiva por lo demás, que reza que ese pueblo conoció un cálculo matemático que lamentablemente no se conservó para la posteridad ( las matemáticas, primer paso si se quieren obtener logros científicos, siempre han estado vinculadas de manera interdependiente con las religiones), simplemente, porque es inconcebible que una nación ubicada en los albores de la historia haya elaborado complejos mecanismos numéricos, como tampoco es aceptable que los amerindios, que caminaron en forma paralela al tronco europeo occidental, sin nunca enlazarse con él, hubiesen sido capaces en esas condiciones de desplegar una organización política que los motivó a construir tan impresionantes monumentos.

Incluso, nos podemos encontrar con situaciones que rozan lo risible, o que constituyen una mezcla de ridiculez y publicidad proselitista, como esa perogrullada de J. J. Benítez, acerca de la condición extraterreste de Jesucristo. Lo interesante de la perorata de este escritor ( o seudo escritor, ya que es un declarado bestselerista), es que con simples retruécanos y juegos de palabras, consigue pasar por un autor sesudo, un erudito informado o un investigador riguroso, con una supuesta tesis filosófica digna de comentar, cuando menos en el ámbito del café. En este caso, la ridiculez corre por cuenta de sus eventuales destinatarios, a quienes todos los supuestos atributos antes mencionados, les caen de golpe y a una, y los empujan a concluir que se hallan frente a un sabio iluminado. Y para abrochar de forma concluyente la venta de algún libro, lo remata todo con unas gotas de falsa teología, aseverando que antiguamente no se tenían datos acabados acerca del universo, por lo cual en esas épocas se estaba más dispuesto a admitir que los ovnis podían ser dioses o sus hijos. De nuevo aflora el planteamiento evolucionista de Darwin, aunque esta vez deformado en su intención original, para acomodarlo a un precario sistema de creencias que no tiene asidero en ninguna rama del conocimiento, tal como antes lo hacían los sacerdotes y brujos con las sequías y las inundaciones, y más tarde los obispos y papas para mantener al común de la gente en el oscurantismo. En resumen, se recurre a la seudociencia, para manipular la realidad apoyado en el poder, que aunque en este caso no implica una subordinación legal, no por eso deja de ser menos dañino.

Si no se han hallado pruebas científicas, al menos en el sentido estricto del término, acerca de la existencia de Dios, tampoco las hay de vida extraterrestre. Por consiguiente, si acusamos a las religiones tradicionales de estar atrasadas y ser contraproducentes en la materia, con igual energía debemos llamar la atención sobre estos movimientos cuya raíz claramente no es empírica. Y si algún intelectual acaba rindiéndose ante propuestas que resultan novedosas y diferentes, al menos, en relación con todo aquello contra lo cual ha luchado, sólo se le pide que reconozca que estas elucubraciones siguen el camino de la fe y por ende son equivalente a esos credos anquilosados que tantos dolores de cabeza le han causado y por lo mismo desprecia. Son como esa entidad pequeña que emplea un nombre parecido a la mayor, pero que se mantiene independiente, por lo que a veces genera confusión. Nadie está negando la posibilidad de vida en otros mundos, incluso inteligente. La Biblia no rechaza esa posibilidad, aunque algunos aseveran lo contrario, porque creen que de ser así, habría que reinterpretar la doctrina de la salvación. Pero sí, se hace imprescindible advertir acerca del surgimiento de nuevos integrismos, que merced al uso de un lenguaje novedoso o sacado de una convincente locución comercial, cazan incautos para después cauterizarles el cerebro, y a través de un discurso liviano y descafeinado, escupen diatribas intolerantes contra quienes no piensan como ellos, en un trabajo de hormigas, por tratar de voltear la balanza de la verdad absoluta a su favor.

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