domingo, 6 de diciembre de 2009

Los Ruidos Molestos

Si bien el rechazo que en varias iglesias evangélicas se promueve contra los bailes, tiene, como todas las proscripciones ancestrales, una connotación relacionada con la potencial competencia del cristianismo con otras religiones; los hermanos, con el transcurso de los siglos, y en especial a partir de la era victoriana, le han asignado una significación evidentemente moral. Se considera que la conducta escandalosa, propia de quienes asisten a tales eventos, mezclada con ciertas actitudes propias de este ambiente - exceso de alcohol, sexo con una pareja ocasional-, contradice los principios de templanza y austeridad sostenidos por los patriarcas de la Reforma. Además de dejar al cristiano con una situación impresentable ante el resto de las personas, la llamada "nube de testigos", pozo donde se encuentran todas las almas a convertir.

Pese a ello, los pastores y evangelistas, al menos una buena parte de ellos, han insistido en que el cristianismo no es un albergue para amargados, sino que, muy por el contrario, el redimido cuenta con una inmesurable alegría de corazón, lo cual le permite hallarse en permanente fiesta. Sin embargo, las únicas ocasiones adecuadas para expresar ese apoteósico gozo son las reuniones dentro del templo, que incluyen la escuela dominical, el culto de los domingos por la tarde, las celebraciones a mitad de semana - al menos dos-, los encuentros de las instituciones internas -sociedad femenina, unión de caballeros, grupo juvenil-y, cuando la comunidad así lo decide, la prédica callejera. A este abanico de subdivisiones se pueden agregar los encuentros entre congregaciones y las campañas que incluyen un predicador visitiante. En todos ellos, existe espacio libre para que cada hermano demuestre su nivel de efusividad y su compromismo con la causa de Cristo, ya sea cantando, llorando, danzando o simplemente gritando: cuando se opta por semejantes muestras de fe, la idea central es meter la mayor bulla posible. Y en ciertas iglesias, estas manifestaciones se presentan de manera indiscriminada en todos y cada uno de los servicios antes mencionados.

Para demostrar aún más fidelidad, algunas comunidades se han valido de instrumentos electrónicos y altoparlantes. Con ello, fuera de aumentar los decibeles, fuerzan a que el resto del barrio escuche sus alabanzas y se entere de sus experiencias de éxtasis, abriéndose la posibilidad de un arrepentimiento. No obstante, en la mayoría de los casos, sólo generan malestar y luego repudio entre los vecinos, que se sienten atacados por ruidos bastante difíciles de soportar. Se trata de iglesias sitas en sectores residenciales, que no han invertido en la compra de aislantes acústicos, cuyo entorno es preferentemente popular, donde debido al ingreso económico de los pobladores, las casas están más cerca unas de otras, escasez de distancia que el mismo templo tiene con respecto a las viviendas. Lo peor, es que en determinados casos, el ruido de megáfonos, panderos y tambores de batería, se expande por varias cuadras a la redonda, igualando a ese puñado de hermanos, que desde luego tienen las mejores intenciones, con el bullicio de una discoteca o un concierto de música rock. Todo esto, además, en una ubicación de la ciudad donde no se lleva a cabo dicha clase de espectáculos, y por lo tanto, no está preparada para recibirlos. Todavía más, efectuados a veces por más de tres horas, en un día domingo por la tarde, cuando las personas se recogen, agotadas por el trajín del fin de semana y juntando energías para la jornada laboral del lunes. Es entendible que, por diversos factores - condición de culto central, alta presencia de fieles, santificación del día de descanso-, ése culto despierte una mayor atracción. Pero si se reflexiona un minuto, hasta el menos espabilado cae en la cuenta de que se está dando una imagen negativa hacia varones y mujeres que no conocen a los evangélicos, y lo más probable, tengan una noción parcial, supersticiosa o equivocada del cristianismo. En palabras simples, se ahuyenta a quienes se debiera permitir acercarse a Dios.

Si se piensa tan sólo un poco, se notará que de nada sirve prohibir los bailes seculares ni condenar toda su amalgama de excesos. Aquí se produce una cuestión de moral, incluso en la moralina más básica. Pero también, una inconsecuencia que se puede analizar en el ámbito de la ética más profunda, al dañar, sobre encima con la palabra de Jesús, al resto de los mortales. Lo peor de todo, es que cuando algunas iglesias son víctimas de un justo reclamo por parte de los vecinos, y reciben alguna reprimenda de la autoridad por eso, sus hermanos contratacan aseverando que no se debe hacer caso a la "ley humana" porque supuestamente, se opone a la de Dios. Curioso, porque ellos mismos insisten en las reuniones, que la Biblia ordena obedecer las normas terrenales como un modo de prepararse para las prerrogativas celestiales. Ya han aparecido ciertas voces alarmistas, señalando que estos llamados de atención son indicios de una persecución apocalíptica contra los cristianos, la cual estaría a la vuelta de la esquina. Si continúan así, el único desastre calamitoso que verán será el de su propia soledad, en medio de una membresía que disminuirá paulatina pero sostenidamente, en aras de resolver la contaminación acústica.

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