domingo, 2 de agosto de 2009

Alá es Él

Por respeto, los israelitas del Antiguo Testamento evitaban pronunciar el nombre de pila de Dios, Yavé o -traducido al griego- Jehová. En su defecto, acudían a nominaciones de tipo calificativo, como Adonay ( el Señor), o Shadday ( el Altísimo), cuando no a curiosas sutilezas, como Ángel de Yavé o Jah. Otro nombre alternativo fue aportado por una divinidad cananea: Él, el mismo que ha dado origen a nuestro moderno pronombre, y que además, nos ha legado esa representación caricaturesca de Dios como un anciano de barba blanca ( así se dibujaba al alusivo original). Dicha identificación, por otra parte, está presente a su vez, en varios nombres humanos: Elizabeth ( " juramento de Dios", y cuyo equivalente en español es Isabel), Elías o Eliel. Y también, como dato anecdótico, en una frase pronunciada por Cristo en la cruz ( "Eli, Eli lama sabactani").

Quiero analizar este calificativo, porque implica algunos aspectos de carácter histórico, teológico y de estudio de las religiones. Como ya se señaló, su uso devino en la costmbre de denominar a Dios como Él ( y por extensión, a emplearlo en otras posiciones gramaticales, como Su o Mí). Su significado al final se fundió con el de Yavé, pasando los dos a ser sinónimos de Ser o Existencia ( " El Que Es", para quienes gustan de las oraciones definitorias). De paso, delineó la estructura de los pronombres tanto en las lenguas semíticas como las indoeuropeas, y así tenemos que, por ejemplo, el árabe cuenta con su propio derivado que es "Al", que aparece en muchos topónimos ( Al-Kuwait, Al-Arabiyah), y vocablos que pasaron de ese idioma a Occidente a través del español ( alpiste, alcalde, alcohol). Y que incluso, está en el nombre de Alá, que también quiere decir " El Que Es". Él, Alá y Yavé tienen finalmente el mismo sentido.

Saco a colación esto, porque, a la hora que enfrentamos a un musulmán, lo tratamos como un sujeto que adora a un dios distinto al de nosotros, cuando, en realidad, alaba al mismo Dios cristiano, independientemente de que su propuesta sea la correcta o no. El Islam, nunca debemos pasarlo por alto, se planteó en sus inicios como una reforma al evangelio adaptada para el pueblo árabe y, por consiguiente, para todos los pueblos que habitaban la zona del Medio Oriente en el siglo VI. Lo cual, por cierto, implica no sólo su cultura ancestral, sino también su condición social, de etnia secundaria y empobrecida que buscaba una integridad y un mayor protagonismo en su región. Cabe anotar que, según los islamistas, el mensaje salvífico ha sido difundido en determinadas épocas por cinco profetas diferentes, los cuatro primeros, hallables en la Biblia ( Adán, Noé, Abraham y Jesús, que ellos, por motivaciones obvias, no consideran el " hijo de Yavé"); el quinto, Mahoma, es el fundador de la religión, y enseguida -cae de cajón- el más perfecto de todos, en un orden progresivo que remata en la revelación total. De igual forma, al tratar este credo, debemos considerar que Alá no es otro que Jehová, jamás un ídolo autónomo o un demonio maligno.

En conclusión, cuando estemos discutiendo con un musulmán, o incluso cuando estemos dando a conocer las concepciones del Islam, tenemos que considerarlo de igual modo que a un católico, un ortodoxo o un mormón. Esto es, como alguien que ensalza a Dios de una manera, al menos desde nuestra perspectiva teológica, equivocada. Nunca al nivel de un budista, confuciano o hinduista. Un error que, por desgracia, cometen los cristianos a menudo, y que ha alimentado la intolerancia respecto de la contraparte. Hasta cierto punto, esto ocurre por la poca información que manejamos respecto del Islam, casi siempre circunscrita a los atentados suicidas. Pero nadie se detiene a indagar en sus causas fundacionales, ni en su aporte a las ciencias ( en especial a las matemáticas, con la invención del álgebra), ni en el hecho de que sus primeros cultores fueron denodadamente dialogantes con sus contemporáneos que seguían a Cristo. Tal vez, porque dentro del cristianismo occidental, también existen personajes a los cuales les conviene esta constante e interminable lucha, y sacan provechos políticos y económicos de ello.

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