sábado, 28 de febrero de 2009

El Eje de Jerusalén

En todos estos movimientos que se han propuesto ayudar a la humanidad a abandonar la religión, se da una constante: el ataque es generalizado, pero los ejemplos siempre se reducen a los credos cristianos, más concretamente, a dos, católicos y evangélicos, y casi al mismo tiempo, a los musulmanes y a los judaístas. Casi, por no decir nunca, se hace mención a la ortodoxia, aunque ésta tiene una historia de bochornos tan extensa como la de romanistas y reformados. Y menos aún, alguien se acuerda que existen las religiones orientales, y que las masacres en nombre del Nirvana fueron han sido tan masivas y abundantes como las ofrendadas a Alá o Yavé.

Richard Dawkins ni siquiera se acuerda que existen estas confesiones, y Paul Joseph y Fernando Vallejo las presentan como una excepción a la regla. Algo que contradice todo su discurso previo, donde no hay cabida para ideas, según ellos y sus discípulos, irracionales y que han causado bastante más mal que bien. Aparentemente, el grueso de sus aprehensiones se centra en los credos que partieron o tienen su punto de referencia en Jerusalén, y que son el cimiento del pensamiento religioso occidental. No se les culpa: ellos nacieron en esta parte del mundo y fueron educados por la cultura ambiente, la misma que luego encontraron llena de incongruencias. Es normal que un elemento nuevo, exótico y estructural y paradigmáticamente diferente, les provoque cierto interés. Incluso, a pesar que a simple vista esta actitud traiciona sus motivaciones iniciales, tiene una determinada lógica. Al final de la jornada, no se lucha contra un determinado dios, sino que se pretende derribar un edificio milenario creado por individuos semejantes a ellos, que desde luego, deben haber construido esa mole para afianzar y consolidar sus propios privilegios, y guardaban poca relación con lo que podía descubrirse más allá de las nubes.

Lo grave de toda esta suerte de ejemplarización tan específica, es la reducción y el consiguiente reduccionismo que conlleva. Un gobernante, de los peores que ha conocido la historia, y por desgracia, cristiano empedernido, acuñó el término "eje del mal", y lo definió con conceptos tan básicos y elementales que no viene al caso analizarlos excepto para repudiar su actuación. Sin embargo, el estúpido y mentalmente poco agraciado George W. Bush era presidente de la nación más poderosa del mundo, primera potencia militar global. Y como tal, no podía dejar de llevar sus seudo teorías a la práctica, además de darle un rostro visible a ese eje tan peligroso. Y dicho rostro, eran países y pueblos hostiles a los cuales era necesario destruir en nombre de la libertad, entendida en los cánones del cristianismo evangelista más recalcitrante y reaccionario, que eran los que profesaba este líder político. Pues bien: de ese mismo modo, los críticos más mediáticos de la religión han creado lo que yo denomino el " eje de Jerusalén", una mancha maligna que es preciso limpiar sin distinguir los componentes, aniquilándolos sin dejar la más remota señal de vida. El problema es que ambos bandos muerden el anzuelo: les ofrecen pelea y sólo atinan a parapetarse en la acera del frente, dispuesto a demostrar que tienen el mismo o incluso un mejor poder de golpe. Y eso, lo hemos dejado en claro muchas veces, ocasiona todo menos diálogo. Sin contar que no genera ninguna propuesta eficiente, ni qué esperar de una solución.

Bien: hoy, buena parte de las decisiones políticas las toman fanáticos religiosos o dirigentes que confunden la conciliación con miedo. Pero tengan por seguro que si los ateos y agnósticos radicales dominaran el mundo, las cosas no serían para nada distintas. Sólo cambiaría el objeto de censura, pero hasta los métodos de disuasión serían idénticos. Ni por mucho que hagan excepciones -que al final, nada más pretenden un lavado de imagen- ejercerían sus atribuciones de la manera moderada que esperan los que creen en ellos. El extremista dispuesto a exterminar lo que le parece execrable, y el inescrupuloso dispuesto a abusar de su poder, se dan en todos los ámbitos sociales, profesionales e ideológicos. De todo hay en la viña del Señor: en los otros parronales, también.

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