domingo, 1 de febrero de 2009

Antisemitas Por Vocación

Hace unos días, y como un gesto en favor de recuperar a la Comunidad Religiosa San Pío X, fundada en 1987 por el preconciliarista Marcel Lefebvre, Joseph Ratzinger rehabilitó a los cuatro sacerdotes que dicho obispo ordenó sin la previa y obligatoria autorización papal, gesto que le valió la excomunión a él y a sus mencionados pupilos, en un acto que fue premeditado y consciente, pues sabían de antemano cuáles iban a ser las consecuencias, y buscaban las dráticas e inevitables sanciones. No obstante, el centro del debate, que supuestamente derivaría en una buena imagen para la iglesia católica, al reconciliarse con un grupúsculo intransigente y por ende difícil, y más aún, siendo el mismo papa quien toma la iniciativa, al contrario de lo que sucede tradicionalmente, fue empañado porque, en esta singular " pandilla de los cuatro" se contaba un cura inglés, Richard Williamson, famoso por negar el Holocausto judío a manos de los nazis y por afirmar, valiéndose en libros tales como los Protocolos de los Sabios de Sion y el mismo Mein Kampf, que realmente existe una conspiración hebrea cuyo fin es apoderarse del mundo. Para colmo, esta reincorporación se hace en paralelo a un nuevo conflicto entre Israel y los independentistas palestinos, y aunque ambas cosas coincidan de manera totalmente accidental, su sólo encuentro es capaz de dar lugar a las más diversas y exageradas conjeturas.

En primer lugar, tanta alharaca -necesaria de todas maneras- no es más que una muestra del desconocimiento de la historia del catolicismo. La iglesia de Roma es y siempre ha sido, y por lo mismo siempre será, profunda, entrañable y vocacionalmente antisemita, entendido ese concepto como el odio a los judíos por el sólo hecho de no renegar éstos de su raza y religión. Si retrocedemos, por ejemplo, nada más hasta el siglo XIV - y casos más antiguos sobran-, tenemos que durante la Peste Negra, el Papado acusó de la propagación de dicha epidemia a un conjuro lanzado por los hebreos, lo que significó que más de la mitad de los que vivían en Europa, murieran en la hoguera, en una cacería que deja a Hitler como un abuelito indulgente. Son incontables las bulas pontificias donde se exhorta a los gobiernos a replegar a los judíos a barrios cerrados, y a despojarlos de todos sus bienes y pertenencias cuando muestran el más mínimo atisbo de enriquecimiento. Más aún: si hay una institución que colaboró de manera eficaz con la Alemania nazi, delatando y ayudando a encarcelar a indeseables, ésa fue la iglesia católica. De hecho al nacionalsocialismo le fue fácil propagar su teoría supremacista, entre otras causas, por la ancestral superstición que entre los europeos existía en torno a esta comunidad, la única no cristiana hasta entonces, y que tenía una identidad propia tan distinta como inasequible. Y mucho de esa mentalidad se construyó gracias al aporte de los romanistas, con actitudes muy puntuales: en la Edad Media, cuando el catolicismo era, con la excepción de los propios judíos, el único credo profesado en Europa, el en aquel entonces poderoso pontificado impidió que este pueblo formara parte de las actividades económicas, pues equivalía a hacer contacto con sucios inconversos, y se corría el riesgo de ser infectado por el mal. Eso impulsó a muchos hebreos a dedicarse al bandolerismo y al pillaje, lo que aumentó aún más su mala fama.

Sesenta millones de víctimas, entre los que se cuentan seis millones de judíos muertos en campos de concentración, dejadas por la Segunda Guerra Mundial, no han sido suficientes para que el Papado enmende el rumbo. Incluso, hasta 1993, existía un calificativo de validez teológica y magisterial, para denominar a los hebreos: el de "deicidas", literalmente asesinos de Dios, por haber sido supuestamente los responsables de clavar a Cristo en la cruz. Cuando eso, y esto es algo que se comprende mediante la misma verdad revelada, lo hacemos todos los hombres, a causa de nuestros pecados. Dicho mote, desde luego, permitía, al menos teóricamente hablando, forzar a un macabeo a abjurar de su fe, utilizando todos los métodos que se tuviera a la mano, desde luego también la tortura y la amenaza de muerte. Y si el buen católico fracasaba en su intento, aún le quedaba, como premio de consuelo y forma de presentarse ante su Señor, la exterminación, que la iglesia romanista siempre ha recomendado como recurso contra aquellos que no comparten sus planteamientos, y empero disfrutan de bendiciones terrenales y una codiciable cantidad de bienes. Incluso, en el marco del conflicto árabe- israelí, su apoyo a la causa palestina, que en algunos pasajes del siglo XX fue notoriamente manifiesto, está relacionado con este antisemitismo visceral, lo que ha intoxicado fuertemente las legítimas aspiraciones de aquel pueblo.

Ahora, los seguidores del ya fallecido obispo Lefebvre son conservadores a ultranza quienes, de hecho, tuvieron como motivación fundacional las críticas a las cosméticas e insignificantes reformas que la iglesia romana se permitió en el sobrevalorado concilio Vaticano II. Claro que, a diferencia de los Legionarios de Cristo o del Opus Dei, mostraron valentía al expresar sus opiniones y atenerse a las consecuencias. Pero lo medular, es constatar que en los genes tradicionales del catolicismo, están cosas como el deseo de fulminar a brujas, herejes, librepensasdores y judíos. También, es posible hallar actitudes que pretenden un lavado de imagen, como su oposición al aborto o al divorcio, o la cacareada y cantinflesca "opción por los pobres". Aunque no es necesario ser un experto para concluir que los resultados de estas posturas son vergonzosamente contraproducentes. Y por eso, los más recalcitrantes entre los recalcitrantes, están llamados a mantener los principios básicos sobre los cuales se sustenta el resto del edificio. Todo ello, porque se promueve a un dios que no cambia, aunque la misma iglesia sea finalmente una institución puramente humana, que requiere de fundamentos sólidos, pero también de la capacidad de reconocer sus errores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario