sábado, 7 de febrero de 2009

Hija de la Legión

Dicen que los males nunca andan solos, y que uno nunca termina de sorprenderse. Esos dos dichos populares son perfectamente aplicables a la persona del fallecido secerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo: ahora nos enteramos que, además de fascista y pedófilo, era fornicario. No le bastó con los efebos a quienes medianamente sedujo, medianamente obligó, a que satisficieran las pulsiones sexuales que nunca pudo contener bajo la sotana, sino que, más encima, se involucró con una mujer adulta de cuya relación nació una niña, a la cual sus discípulos han mantenido escondida todos estos años.

Escribo lo anterior en ese tono burlesco, porque el escándalo que ha desatado este último descubrimiento tiene un marcado olor a ironía. Lo más probable es que Maciel ahora sí decepcione a un buen número de Legionarios, y que, dentro del círculo eclesiástico, sea condenado de manera más severa por este desliz que por sus abusos sexuales en contra de adolescentes. Pero no porque con esto se produzca una acumulación o sobresaturación de hechos turbios, sino debido a que, en el seno del catolicismo, se tiende a rechazar mayormente el amancebamiento con una mujer que el amancillamiento de un niño. Hablemos las cosas como son: el sacerdocio es una instancia accesible sólo para varones, pues se supone que son más puros y más parecidos a Dios. Las féminas, en cambio, son fuente de la tentación y el pecado, y el mancebo devoto está obligado a evitarlas y aislarse cuanto sea necesario de ellas. Y si lleva una vida consagrada, debe incluso renunciar al matrimonio, y con ello a toda opción de acceso carnal, ya que, por motivos obvios, el sexo premarital no le está permitido. La lucha de los curas, concluyendo, se transforma en un ejercicio constante de supresión del erotismo heterosexual, como condición imprescindible para llegar a una meta que se supone le da sentido a su vocación: acarrear la mayor cantidad de almas y con esto ganarse un sitio privilegiado en el cielo.

Por otro lado, el niño o el adolescente aún no es una persona hecha y derecha, en todos las acepciones y cargas emocionales que puedan tener esas palabras. Sí, la homosexualidad es condenada; pero en el entendido que, cuando el otro tiene el mismo género, también cuenta con una edad más o menos similar a la de uno. En cambio, el yacer con un menor recibe otro nombre: pedofilia; y debido a lo que señalé al comienzo de este párrafo, para la mentalidad católica más integrista, y en parte también para las demás, no es condenable al menos de modo réprobo. En el caso de los efebos con los que se acostó Maciel, se trataba de un rito iniciático, informal, clandestino si se quiere, pero que la conciencia torcida del sacerdote y la impunidad conque actuaba, esto último aceptado por el hecho de ser él la ley y la autoridad en su congregación, al final volvía legítimo. Además, como todo acto de bautizo en un determinado grupo, sólo podía ser realizado por un puñado selecto de participantes, que de inmediato adquirían el carácter de privilegiados. Eso, alentado por la comprobación empírica de que los homosexuales y los pedófilos constituyen minorías dentro de la población, y que todavía más escasos son los pedófilos homosexuales.

Muy por el contrario, el grueso de la población masculina tiene sexo con alguna mujer, esté o no comprometido maritalmente con ella. Entonces, no hay nada místico que agregar ahí. Si uno desea apartarse para servir mejor a un ideal -y la religión es una clara muestra de esto-, lo primero que debe hacer es dejar de repetir lo que hacen las demás personas y elegir una opción más personal, o más característica de un conjunto reducido. Un parámetro que en definitiva no obedeció Maciel, quien acabó imitando "lo que hace todo mundo", y peor, dejando descendencia. Entonces, el sacerdote pierde una cualidad "divina" que lo había convertido en objeto de admiración, quedando reducido a un simple mortal, al más común y despreciable de todos: el libidinoso irresponsable que, una vez enfrentado a las consecuencias, se niega a asumir su paternidad. Es decir, como reza el último refrán al que echo mano, porque " es humano después de todo".

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