domingo, 22 de febrero de 2009

El Tele Predicador del Ateísmo

Al ver el documental " La Raíz de Todos los Males", donde Richard Dawkins despotrica contra la religión y llama a abandonar la absurda superstición de los dioses, para entregarse a los descubrimientos indesmentibles de la ciencia, no se puede dejar de retrotraer la memoria a los años ochenta, específicamente a los sábados por la mañana, cuando Televisión Nacional exhibía los a estas alturas legendarios ministerios electrónicos de Jimmy Swaggart, Yiye Ávila, la PTL o el Club 700. Es que, más allá de la caricatura intencionada, la comparación resulta irresistible y, junto con ello, bastante apegada a la realidad. Porque, a fin de cuentas, Dawkins actúa del mismo modo que esos, para él, odiosos y charlatanes predicadores: se instala frente al espectador, mantiene una narración omnisciente sobre los hechos que muestra, y con frases simples, elementales y punzantes, da a conocer su punto de vista, buscando que los demás se adhieran a él, pues están todos ciegos y claman por su liberación como los prisioneros de la caverna platónica.

Ya hemos quedado de acuerdo en que la historia de las religiones está plagada de sucesos sangrientos los cuales es necesario recordar para seguir condenándolos. También, hemos hecho hincapié en que muchas de estas situaciones indeseables, por desgracia, se están repitiendo en el presente, pese a los horrorosas y, se suponía, aleccionadoras experiencias vividas. Sin embargo, y aunque Dawkins no pueda creerlo, o aceptarlo, no todo ha sido oscuridad ni oscurantismo. Algunas ramas del conocimieto esenciales para el desarrollo de la ciencia, como la física o la matemática, le deben su desarrollo a movimientos religiosos. El descubrimiento de América, hallazago determinante en el curso de la humanidad, se habría tardado de manera considerable de no ser porque algunos europeos imaginaban que por estos lares se encontraba el paraíso terrenal. Por otro lado, los científicos jamás han caminado solos: muchas de sus conclusiones fueron elaboradas a partir de, por ejemplo, la filosofía, que no era otra cosa que una religión alternativa en plena Antigüedad, que además no se vale de la comprobación empírica, sino de la especulación abstracta, para llegar a plantearse hipótesis. Pero incluso, muchos adelantos actuales se los debemos a la literatura y al arte: Leonardo da Vinci, ante todo un pintor, confeccionó los mejores retratos de anatomía humana de que se tiene registro; e hitos como la invención del submarino nuclear y la llegada del hombre a la Luna, habrían resultado inconcebibles sin la pluma y la imaginación de Julio Verne. Más aún: no falta el que, para llevar adelante sus investigaciones, se inspiró en canciones de la música popular o películas de matiné. No vaya a decir Dawkins o su caterva de ateos militantes que todo eso es resultado de la idealización, el romanticismo o el suspiro adolescente, en definitiva, producto de un mecanismo incompatible con la razón.

Además, quién puede asegurar que en nombre de la ciencia no se han cometido atrocidades. El grueso de los intelectuales nazis, por ejemplo, eran miembros de la comunidad científica, quienes gustosamente emplearon a judíos y gitanos donados por Hitler para llevar a cabo experimentos genéticos altamente deformantes, cuando no simplemente mortíferos. El Fürer, además, compartía aquella convicción positivista que afirmaba que la religión iba a ser sustituida por la ciencia, y en base a este principio, prestigiosos profesores y genios crearon eficaces métodos de tortura y genocidio, como una forma de darle asidero a la ideología de la raza superior. La bomba atómica, por citar otro caso, se arrojó como prueba empírica de su poder destructivo, incluso en términos sicológicos, ya que se quería demostrar que era un arma con altas capacidades de disuasión. Sí, también estaba la motivación de acabar la guerra y de la victoria estadounidense, pero en ese entonces, no se invocó ningún dogma religioso para justificar un procedimiento.

Hay en Dawkins un rasgo que caracteriza a todos los ateos, se declaren o no enemigos de las religiones. Sacan con violencia a los dioses del trono, pero no se resisten a ver la silla vacía. Así sucedió con el comunismo, que terminó poniendo al Estado en el Olimpo. Mao Tse-Tung fue más astuto y promovió el culto a la personalidad, la suya desde luego, algo fácil para él, si consideramos los cultos folclóricos chinos. Nuestra lumbrera contemporánea sienta a la ciencia en la gloria, y se muestra a sí mismo como su gran profeta o hijo predilecto. Honestamente, espero que no lo crucifiquen, ni que sus seguidores enciendan hogueras.

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