domingo, 5 de mayo de 2013

Ramón Castillo o La Oscuridad de La Luz

Mucho se ha opinado y escrito durante los últimos días acerca de las motivaciones que tuvo Ramón Castillo, alias Antares de la Luz, para liderar una secta que acabó asesinando a un recién nacido, que además era su propio hijo. Aunque, siendo honestos, la mayoría de los comentarios vertidos se reducen a frases cliché emitidas de manera rápida en algún medio de comunicación con el afán de pasar por entendido en un determinado tema, con el agregado de que, al tratarse de un asunto con un trasfondo de misticismo religioso,  se puede de manera adicional ofrecer una imagen de sabio y de maestro en cuestiones que, por relacionarse con la espiritualidad, el común de las personas las considera de orden más elevado. En casi todos los paneles que se han improvisado con el supuesto propósito de discutir esta lamentable coyuntura, se repiten los conceptos de fanatismo y de delirio, adornados con las palabras de costumbre para que parezca que sus emisores cuentan con más información que la que en realidad manejan.

Personalmente no le veo el sentido a darle tantas vueltas a un acontecimiento que a la verdad puede ser explicado de modo bastante más simple. Salvo que producto de su impacto, algunos busquen exprimir su contingencia con propósitos de carácter monetario, aprovechando la enorme cantidad de morbo y tinta amarilla que puede desplegarse en torno a él. Porque en efecto, las causas que hay detrás del deleznable acto encabezado por Castillo son bastante más prosaicas, terrenales y banales -entendiendo esos términos en un significado que constituye una oposición a lo espiritual- de lo que se ha intentado presentar, siendo finalmente comparables ni más ni menos que con la misma ligereza que caracteriza a quienes lo citan en los medios de prensa, pudiéndose establecer una relación de perfecta concatenación. Aquí no hay un misticismo llevado al extremo, ni en el modo en que Söeren Kierkegaard empleaba el concepto ni en el marco del delirio que proclaman los sicólogos (dos factores que de forma inconsciente utilizan los convocados a estos seudo debates, que además, justamente a causa del desconocimiento general que tienen de ellos, mezclan con un compulsiva y luego insulsa arbitrariedad) Es muy difícil que un viaje como el que efectuó Antares a la India, que a la larga es un mero estilo peculiar de hacer turismo, lo haya impregnado del conocimiento siquiera mínimo de la religiosidad oriental, cuya base especulativa por cierto es menor a la de sus pares occidentales. Sólo se trata de la conducta criminal de un sujeto que tenía claro dónde quería ir, y que se valió de los mecanismos que estaban a su alcance, incluyendo la obediencia incondicional de sus embaucados y a la vez embobados seguidores, para concretar sus abyectos propósitos.

Si analizamos los credos más significativos de la historia, observamos que en todos ellos existen prerrogativas de orden sagrado que esconden aspectos de carácter puramente práctico. Por ejemplo, y ya que hemos mencionado al país de Gandhi, en la propia India existe la adoración a las vacas, y el impedimento de matarlas incluso para el alimento, proscripción que garantiza que la sustancia más importante para la supervivencia humana generada por estos animales, la leche, sea abundante en el segundo territorio más poblado de la tierra y donde un grueso considerable de sus habitantes son niños. Parecido proceder hallamos en los antiguos egipcios y su veneración por los gatos, en una cultura muy agrícola y que en consecuencia contaba con una vasta cantidad de graneros, construcciones que suelen ser visitadas por los ratones. Algo de ello cabía en el Antiguo Testamento con la prohibición de comer bestias con pezuñas expuesta en el Deuteronomio. En una época en que se desconocía la esterilización médica, una imposición con aires religiosos era el método más eficaz para conseguir que la ciudadanía la acatara. Pues bien. Una motivación idéntica, aunque en su versión corrompida, es la que usan líderes sectarios del talante de Ramón Castillo. El tipo se proclamó dios a fin de conseguir un total y libre acceso carnal a las mujeres de su grupo, y denominó a su hijo biológico como el Anticristo, porque quería eludir las responsabilidades paternas y así continuar con su desenfado sexual. Lo del apocalipsis y la salvación de la humanidad sólo fue otro pretexto, aprovechando de manera muy oportunista una situación de histeria colectiva acaecida el año pasado. Dado que quemar vivo a un bebé y follar a todas las discípulas son conductas condenadas por la mayoría de los ciudadanos, entre quienes se cuentan los regentes de las grandes congregaciones, llevarlas a cabo con una envoltura espiritual amortiza la indignación del espectador. De acuerdo: rechazamos el asesinato de un lactante, pero siempre caben excepciones y en este caso fueron siete: las personas que acompañaron a Antares en el instante de la incineración, las que además se involucraron en la organización del ritual.

Es en definitiva, la conjunción de dos clases de voluntades que cuajaron de la manera propicia para un fin horrendo. Por un lado, muchachos con estudios universitarios que en base a su formación habían descartado la propuesta de las religiones tradicionales pero que no obstante aún conservaban esa inefable necesidad de creer. Por el otro, un sujeto carismático que usó todas las armas disponibles en un deseo que está lo más alejado posible de esa entrega desinteresada con la cual se suele describir a un líder espiritual. Lo de Antares no fue un asunto de fe. Cuando este individuo notó que la cópula desenfrenada e irreflexiva embarazó a una de sus seguidoras, no trepidó en idear el cuento del Anticristo con el afán de deshacerse de un problema que le impedía continuar con sus propósitos, que no eran el misticismo, sino saciar sus apetitos sexuales. Y después, cuando no halló qué inventar, y viendo la magnitud de sus decisiones, huyó buscando salvar sólo su pellejo sin importarle quienes mantenía a cargo. Hasta que acabó tomando la última resolución posible para liberarse de los inconvenientes, como fue el suicidio. Me preguntó que hará para evitar la rendición de cuentas en el juicio final.

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