domingo, 19 de mayo de 2013

Escrituras Con Contenido Explícito

En incontables ocasiones hemos sido testigos de la polémica en torno a ciertos grupos con determinadas ideas que no es necesario mencionar aquí, los cuales proponen editar las versiones de la Biblia con el afán de alterar o simplemente excluir esos pasajes en donde se describen situaciones que se hallan reñidas con las directrices de la sociedad moderna, en especial cuando son narradas en sentido positivo. Por ejemplo, la condena a los homosexuales o cualquier expresión de la sexualidad externa al matrimonio -con incitaciones a la pena de muerte o al ajusticiamiento popular en algunos casos-, los acontecimientos históricos en los que se insta a Israel a exterminar a los pueblos vecinos con los cuales se encuentra en situación de conflicto, las ordenanzas que prescriben con denuedo el patriarcado y dejan a la mujer en inferioridad de condiciones o los detalles de los múltiples hechos de estafa, engaño, homicidios e incluso genocidios que además son sentenciados como una conducta correcta e incluso agradable ante los ojos del Señor.

Antes que nada, es importante recalcar que todo intento de censura constituye una acción deleznable. Ya se trate de una prohibición completa, una mutilación o una modificación antojadiza de algún texto antiguo con el propósito de hacerlo más aceptable para los habitantes contemporáneos. Sin embargo, detengámonos en una realidad histórica. ¿Quienes, desde hace varios siglos, han llevado el estandarte de los proscripciones? Pues ni más ni menos que aquellos utilizan la Biblia como libro de cabecera y guía espiritual; y en más de una ocasión, recurriendo a acciones que buscaban acabar de manera definitiva con el emisor de una opinión o el creador de una obra de arte, las cuales incluían el encarcelamiento vitalicio cuando no la aniquilación física. Todavía en la actualidad, una decisión tachada de disidente de acuerdo a los cánones de la religiosidad cristiana -en cualquiera de sus variantes- y luego del comportamiento moral que se intenta inculcar a través de tales principios, es tratada de alejar de los medios de divulgación, con el pretexto de que puede llegar a ser conocida por los grupos considerados vulnerables, como niños o personas sensibles, generándoles daño. Más aún: muchos seguidores de Jesús alientan la posibilidad de que se advierta a los más adolescentes de, por citar un ejemplo, las letras que contiene una determinada canción de un conjunto de pop, una película e incluso una novela de éxito económico. En la práctica, esto ha derivado en situaciones como lo que ocurre en Estados Unidos con el llamado "aviso parental: contenido explícito" -o "líricas explícitas"-, esa etiqueta que se le adhiere a las portadas de los álbumes musicales y que en la actualidad, más que provocar la indignación de los productores y los integrantes de las bandas, los llena de regocijo, pues les suele implicar un aumento en las ventas de discos.

Si la sincera preocupación de esos creyentes son esa clase de colectivos, no debieran haber problemas. Pero igualmente deben admitir que en las Escrituras también existen fragmentos con contenido explícito que resultan inapropiados para los menores de edad, y que deben ser enseñados ya cumplidos algunos años y después de una sólida formación. Saltan a la vista, y de seguro hay varios en la asamblea que los discurrieron como eventuales ejemplos, cuestiones como el incesto de las hijas de Lot o las ocasiones en que Abraham decidió, con el propósito de obtener las congratulaciones de algún reyezuelo, presentarle a su esposa Sara como su hermana, sabiendo las intenciones de su interlocutor, pero consciente de que un ofrecimiento de ese tipo le iba a ser provechoso en atención a los favores que él quería. A modo de confesión personal, quien les escribe leyó por primera vez esos pasajes en su época universitaria, como parte de unos estudios de teología, y en realidad me fueron bastante chocantes. No quiero imaginarme la reacción que podría tener un neófito o un mozalbete recién ingresado a la pubertad. Y aún cuando tales narraciones así como varias otras que presentan esos grados de dificultad están insertas de preferencia en el Antiguo Testamento -menos recurrido al momento de ejercer la formación espiritual infantil- en el Nuevo también se hallan casos delicados, como la muerte de Ananías y Safira o los relatos simbólicos del Apocalipsis, que despiertan un sinnúmero de interrogantes, a veces con un tono angustioso, en niños pequeños que los han conocido mediante filmes superficiales u oyendo a un predicador poco responsable.

A despecho de su potencial de alcance universal, cada texto, opinión u obra de arte está empero circunscrito a la época en la cual fue emitido o elaborado. Y si dichas circunstancias son dejadas de lado o incluso no comprendidas en forma cabal, las posibilidades de desviarse hacia una interpretación errónea son altamente probables. Lo cual, si se trata de la Biblia, es un asunto de gran gravedad. No por las consecuencias que signifique el envío al infierno de un hereje, sino porque a partir de muchas de estas conclusiones se han elaborado movimientos sectarios nocivos, no sólo en materia teológica. Es una cuestión, a la larga, más complicada que la letra de una canción, a la que además los cristianos no le han tomado el peso suficiente. ¿Dejaremos que las personas de orientación secular se encarguen de ese trabajo, con todos los perjuicios que ello puede acarrear para la difusión del mensaje de salvación? Al menos, no sería adecuado que, debido a un descuido o una negligencia, la palabra bíblica termine siendo calificada de nociva y no apropiada para seres con criterio en formación.

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