domingo, 7 de abril de 2013

Zamudio O La Tolerancia Hacia Los Arrepentidos

Dentro de los próximos días se conocerá la sentencia para los responsables del crimen de Daniel Zamudio, el joven que fue brutalmente asesinado hace poco más de un año por su tendencia homosexual. Se rumorea que las penas serán ejemplares, no menos de diez años para los cómplices, mientras que al líder del grupo le caería un presidio perpetuo que se traduciría en un piso de dos décadas en prisión. Con ello se estaría pretendiendo entregar un claro mensaje a la opinión pública, en el sentido de que este tipo de homicidios, que en Chile son bastante más frecuentes de lo que las personas suelen creer y admitir, y que en su gran mayoría han quedado impunes, ya no serán aceptados. Algo con lo que, en cualquier caso, todo ciudadano que busca y exige la justicia debe estar de acuerdo.

De modo adicional, varios analistas han recalcado que tras este horrible asesinato cambiará la percepción que en el país se tiene acerca de la homosexualidad, que no será repudiada cuando menos a nivel de la agresión verbal y física permanente contra sus practicantes. La realidad indica que se hallan en lo cierto hasta determinado punto, pues si bien la conmoción general que provocó este crimen entre los ciudadanos ha significado un importante aporte, por otro lado estos indicios de un nuevo trato se deben al bombardeo informativo de los medios masivos de comunicación, que cada día anuncian que un determinado gobierno o parlamento aprobó o se ha dispuesto a debatir acerca de cuestiones que interesan a los colectivos gay, como el llamado matrimonio igualitario. De hecho, sin ese antecedente internacional -que cuenta además con el añadido de que se divulga en una época donde proliferan instancias como internet, que aumentan la capacidad de enterarse de los acaecimientos que suceden en el mismo instante- quizá el homicidio de Zamudio habría conocido un impacto bastante inferior. No obstante, y a propósito de que hablamos de tolerancia, cabría formularse unas preguntas. Por ejemplo, ¿qué sucederá con la opinión pública si en un futuro tal vez no muy lejano los autores de este delito, al menos algunos de ellos, expresan un arrepentimiento sincero y con idéntica honestidad piden perdón? ¿Qué se dirá de sus humanidades si finalmente deciden afiliarse a una iglesia y participar en forma activa de ella? Es preciso señalar que las diferentes congregaciones, evangélicas primeramente, pero otrosí muchas católicas, efectúan labores pastorales al interior de las cárceles y que los frutos de ese denodado trabajo en varias ocasiones han saltado a la vista, en sujetos que tras ingresar como los cacos más abyectos imaginables, han salido como hermanos redimidos de quienes se puede asegurar cualquier cosa excepto de que están fingiendo.

Y la conversión no es algo acerca de lo cual un individuo equis le comente al resto del mundo que ha nacido de nuevo de un momento para otro, aún cuando sea ésa la visión romántica del asunto. Por el contrario, y ya que estamos hablando de los pastores evangélicos, ellos saben que la genuflexión sincera del impío no se produce antes de un proceso de reconocimiento de las faltas que puede demorar meses o incluso años; y que después de tal acto de contrición, por ningún motivo se debe dejar solo al penitente: por el contrario éste precisa de una guía idónea que lo aparte de las tentaciones o le evite una desilusión que lo impulse a retornar a la senda que trató de abandonar, así como para impedir que se mantenga dentro de los escogidos pero cometiendo una tras otra desviación teológica, algo que puede resultar más nocivo para él y su entorno que un eventual regreso a la mundanalidad. Esto tratándose de personas que siempre han vivido bajo condiciones que se pueden considerar normales. Pues mucho más complicado es transformar a un delincuente que se halla encarcelado, cuyo carácter se ha endurecido debido a su reñida relación con la sociedad, más todavía si se trata de un criminal ideológico, quien añade el factor de la convicción. En tal sentido, nada indica que luego de un tiempo en prisión los asesinos de Zamudio reconozcan sus culpas, soliciten perdón y se orienten hacia Dios, gracias a un trabajo efectuado por un determinado ministro católico o también evangélico, credo cuyos representantes han sido cuestionados en los últimos meses por mostrar una férrea -y es preciso agregar, en muchos aspectos equivocada- oposición a ciertas políticas contingentes que buscan legislar en favor de los homosexuales, a veces con una agresividad incomprensible y demostrando una profunda ignorancia y una malsana testarudez al abordar el tema. ¿De qué modo tratará el grueso de la sociedad a esos reverendos o sacerdotes, y por ende al rebaño en general? ¿Serán tan tolerantes como se ufanan ahora de ejercer con los gay?

A estas interrogantes cabe añadir un hecho no menor. Si estas personas reaparecen en las pantallas y los debates como convertidos, de seguro sus eventuales hermanos recalcarán al unísono que irán al cielo, mientras el muchacho Zamudio se estará condenando en el infierno debido a su pecado. Puede resultar muy cruel para alguien sensible crítico de las religiones o no acostumbrado a ciertos dogmas y doctrinas del cristianismo. Sin embargo se trata de una realidad al menos desde el punto de vista teológico. Y quienes la aceptan están en su pleno derecho de divulgarla. Es imprescindible volver a preguntarlo. ¿Serán estos criminales admitidos y peor aún, aceptado su arrepentimiento honesto? Cabe recordar que Chile siempre se ha caracterizado por ser un hervidero que fermenta intolerantes, fenómeno que ha afectado a los homosexuales, pero además a otros grupos como los pobres, los pueblos originarios, los discapacitados, los seguidores de un determinado tipo de música o los defensores de ciertos pensamientos políticos, por citar algunas víctimas. También los evangélicos, por constituir una minoría y no pertenecer a la tradición folclórica más rancia, suelen ser segregados. Ahora último, otrosí, se ha agregado un nuevo de elemento de rechazo en contra de quienes optan por preservar los valores de la fe, quizá por los desatinos cometidos por los curas católicos. Y es preciso afirmarlo: hoy la homosexualidad está de moda, como los derechos de los animales o el trato a las mujeres. Y la segregación negativa siempre le cae a quienes no se pliegan a la decisión mayoritaria.

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