domingo, 14 de abril de 2013

Evangélicos Contra la Esclavitud

Durante la semana, varias congregaciones evangélicas norteamericanas anunciaron la emisión de una masiva campaña publicitaria conjunta para despertar la conciencia general de la población a propósito de las diversas situaciones de esclavitud moderna que están padeciendo personas, muchos de ellos niños, en distintas partes del mundo. De acuerdo a investigaciones efectuadas por organismos internacionales, unos veintisiete millones de habitantes en el planeta se encuentran bajo estas condiciones, que van desde quienes trabajan en sistemas más que inaceptables en el Sudeste Asiático, hasta las jóvenes extranjeras que son engañadas y enseguida obligadas a ejercer la prostitución en los países de la Unión Europea.

Ignoro en qué nivel existirá este flagelo en Estados Unidos. Supongo que los inmigrantes indocumentados tendrán algún testimonio para compartir al respecto. Sin embargo, cabría preguntarse lo que han hecho los gobernantes y los ciudadanos más pudientes e influyentes de la sociedad norteamericana, bastantes de ellos cristianos, para evitar que estas ignominiosas prácticas se estén produciendo en la total impunidad y de manera abierta y descarada en otros lugares del orbe. Al respecto cabe citar una costumbre que se ha arraigado entre los empresarios de aquella nación, cuyas consecuencias se tornan cada vez más delicadas. Ocurre que un buen puñado de ellos, en especial los representantes de las firmas más acaudaladas, han optado, mediante el recurso de la sub contratación, por fabricar o mandar a comprar sus bienes a industrias ubicadas en sitios como China, Pakistán o Filipinas, las cuales precisamente han sido el blanco de las mayores y más graves denuncias por esclavitud, debido a las condiciones en las que mantienen a sus obreros, en varios casos niños menores de diez años. Lo peor es que los propietarios estadounidenses no sólo están al tanto de esas atrocidades, sino que ellas son la causa de que acudan a los sujetos inescrupulosos que las ejecutan, ya que les significa una disminución considerable del gasto que deben efectuar por concepto de remuneraciones. El asunto es que entre estos prominentes personajes, se cuenta un número importante que asiste a alguna comunidad evangélica con denodada periodicidad, además de ser férreos defensores de los llamados valores cristianos tradicionales. Como los dueños de Wallmart, que encargan la casi totalidad de los artículos que ofrecen en sus supermercados a zonas del Sudeste Asiático, anomalía descrita de modo asertivo en el documental "El Alto Costo de los Precios Bajos".

Frente a esta clase de fenómenos, uno tiene el más absoluto derecho de formularse unas cuantas preguntas. ¿Serán capaces estos cristianos, que por supuesto exhiben las más nobles intenciones, finalmente de enfrentarse a sus propios hermanos de fe? Al margen de que estamos hablando de Estados Unidos, donde el éxito económico es visto en términos tan positivos que su sola obtención es la puerta de entrada a la hegemonía social. Y mientras mayor es el caudal, más amplio es el grado de influencia, tanto desde el punto de vista de la extensión geográfica como de la cantidad de población. Así, un próspero empresario que no deja de asistir al culto los domingos cuenta con una tribuna segura en los más diversos medios de comunicación, donde se puede presentar con la más completa soltura como un ejemplo a seguir. ¿Qué llegaría a acontecer si alguien, no necesariamente denuncia, sino que sólo le señala a uno de estos propietarios el hecho de que ha encargado la elaboración de sus productos a una industria comandada por esclavistas, incluso presumiendo que era desconocida la situación de los obreros? Los impulsores de la campaña, ¿acogerán esas indicaciones? ¿O las pasarán por alto, contestarán con evasivas; o más aún, las despreciarán valiéndose de interpretaciones antojadizas de la Biblia, arguyendo que no se debe juzgar al prójimo, aunque sólo sea por esta ocasión? Son muchos los desafíos que se pueden plantear. En especial, si uno se interroga acerca de quiénes financian esta cruzada publicitaria, donde perfectamente pueden caber ciertos paladines de la onerosa sub contratación, quienes además, en cuanto cristianos conservadores, se sentirían impulsados a colaborar pues pues en los lugares auscultados abundan los fieles de religiones ajenas al camino, como el hinduismo, el budismo o el islam.

Es imprescindible reiterarlo. Estos hermanos tienen las mejores intenciones. Y en cualquier caso ya venía siendo tiempo que alguna iglesia empezara a abandonar la majadería con los temas de moralina sexual y se metiera de lleno a advertir de otras anormalidad que en la actualidad afectan a la humanidad. Pero referirse a una coyuntura en términos generales no basta. Tampoco sirve limitar la información a un grupúsculo de Estados tercermundistas que por lejanos o por manifestar otras costumbres suenan como primitivos. La esclavitud contemporánea exhibe responsables que puede indicarse con sus respectivos nombres y apellidos. Que tampoco se reducen a los anónimos flageladores que operan en regiones idólatras como el Sudeste Asiático. Al igual que con el tráfico de drogas, donde no hay que quedarse -como por desgracia lo hacen tanto la sociedad como el gobierno norteamericanos- en el proveedor indígena o en el mafioso mestizo que descubrió en ese negocio un método rápido y eficaz para salir de la pobreza. Aquí hay individuos que lucran con el sufrimiento de otros, tanto en términos económicos como de respetabilidad comunitaria, ya que son bien evaluados por frecuentar una comunidad evangélica. Un ejemplo que el mismo Cristo ordenó no imitar.

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