lunes, 22 de abril de 2013

Los Evangélicos y el Censo

Cuando hace algunas semanas se dieron a conocer algunos de los resultados del censo que se efectuó en Chile durante el 2012, en concreto el apartado referente a la identificación con alguna religión o credo, muchos pastores y líderes evangélicos lanzaron expresiones de júbilo por el porcentaje de cristianos reformados que reveló el empadronamiento, el cual fue de 16,6%, en contraste con el 15,1% mostrado hace exactamente diez años. Por supuesto que este aumento es el principal y virtualmente el exclusivo motivo de la alegría desatada, que lleva a imaginar que la sociedad al fin está aceptando la palabra de Dios, después de siglos de ostracismo generado por la omnímoda influencia de la iglesia católica.

Como en toda situación en la que hay un dato estadístico de por medio, los números continúan siendo fríos y neutrales y por lo tanto requieren una acaba y asertiva interpretación. Lo cual implica hacer una auscultación que vaya bastante más allá del mero sentimiento inicial que consigan provocar. Y en el caso específico que los convoca, me temo que las demostraciones de dicha expresadas por algunos ministros y hermanos rasos explosionan a partir de la frondosidad de unos cuantos árboles que claramente impiden ver el bosque (o que en realidad los propios involucrados no quieren observar). Porque sí: uno puede sacar conclusiones positivas si unas cuantas cifras atestiguan un determinado aumento cuantitativo. Pero detrás de ese crecimiento, se suelen esconder detalles que sólo después de la celebración -la que ha sido evidentemente anticipada- empiezan a ser descubiertos o reconocidos. En primer lugar, la realidad palpable de que incluso esta expansión, mirada en sus términos más simples, no es tan amplia si se la compara con el mismo censo de 2002 que se emplea como referencia a la hora de festejar. En aquella oportunidad sí se produjo un salto importante, pues el ahora vilipendiado 15,1% se traducía entonces en casi tres puntos más respecto de la medición inmediatamente anterior, de 1992, que hablaba de un 12,4%. En consecuencia, entonces presenciábamos un estirón prácticamente el doble de expresivo que el actual. Con el dato ilustrativo adicional de que en esas encuestas el apartado a llenar decía "evangélico" y no "evangélico o protestante" como en la más reciente consulta. En contraste, la disminución de la feligresía católica fue inferior a la que sus prelados esperaban, pues descendió de un 69,9% a un 67, 3%, lejos de los cuatro enteros que temían, aunque uno más que la subida del cristianismo reformado. El grupo que sí conoció un impulso de trampolín fue el de quienes no se identifican con ninguna religión o fe, que se elevaron del 8,3% al 11,6%, muy similar a lo que les acaeció a los evangélicos en el periodo 1992-2002 precisamente, por lo que se puede aseverar que aquellos que se distancian del catolicismo no actúan así por aceptar el auténtico camino de Cristo.

Algunos hermanos, pese a considerar legítima la moderación frente a los números, empero se defienden arguyendo que el apego a los principios y valores cristianos por parte de los evangélicos es mayor al que pueden expresar los católicos, que no por nada se dividen en practicantes, observantes y no observantes. Lo que voy a narrar está basado en la experiencia personal antes que en un trabajo estadístico, pero si se toma en cuenta que las encuestas suelen partir de análisis de grupos acotados como método para interpretar las inquietudes de un universo amplio y difícil de abarcar en su totalidad, vayan estas apreciaciones al menos como una inferencia. Me correspondió ser empadronador en el reciente censo chileno, y me tocó registrar varios -no muchos en todo caso, pero sí una cantidad a considerar- hogares en los cuales sus integrantes se declaraban reformados, no obstante no asistían al culto con regularidad, si es que en el último tiempo habían pisado un templo. La causa que los incitaba a identificarse con el evangelismo era que sus padres sí lo eran, o vivían en un entorno más relacionado con pentecostales, bautistas o cualquiera de las denominaciones creadas por los hijos del camino. En resumen, se hallaban en una situación similar o equivalente a la quienes se proclamaban católicos pero que en su vida habían asistido a una misa, que no fuese el casamiento o bautizo de un amigo o familiar, y más que nada porque se trataba del mal necesario que además condicionaba la entrada a la regada fiesta consecuente. Y créanme que los casos, aunque constituían evidentemente una minoría, sin embargo eran a la vez lo suficientemente abundantes, cuando menos para colocarlos en una mesa y comenzar a considerarlo no con el ceño fruncido, pero sí con un nivel contundente de seriedad.

Las conclusiones que en realidad se deben extraer de los datos entregados por el censo, es que los evangélicos nos encontramos en una de estas dos situaciones: o estamos estancados o hemos tocado techo en el asunto del crecimiento. Ambas tesis son en cualquier caso negativas. Y exponen una situación preocupante, pues revelarían, en ese marco, que los cristianos estarían abandonando la labor de predicar el mensaje y buscar la conversión de las personas, y al igual que el catolicismo, se contentarían con el hecho de ser representados por una cifra cuantitativa que les fuese suficiente para establecer una influencia social. En el caso de los romanistas, tal conformismo deriva de su condición de amplia mayoría, que trasciende los simples números. Y en lo particular de los reformados, en el orgullo -más bien la vanagloria- de pertenecer a la segunda fuerza, que desde ese sitio es capaz de presentarse como la minoría más potente, aprovechando precisamente el contraste que implica una cifra que es reducida pero que a la vez llama la atención. Ahora no se trata de que la meta sea volcar por completo la tortilla y de que todo Chile sea evangélico (lo cual además sería imposible en un país con un alto grado de raigambre papista), pero algo aquí hay de dejación y enfriamiento del primer amor. La pregunta que cabe formularse es, ¿qué sucedería si los no religiosos nos desplazan como segunda opción (lo que de mantenerse el ritmo de crecimiento de las propuestas, podría acontecer de ahora a dos censos más)?; o lo que es peor y que a la luz de estos análisis también podría suceder: ¿qué ocurriría si el porcentaje de hermanos disminuye en las próximas mediciones. Muchos dirán que el Señor ha dejado de prestarle atención a una nación que en algún instante se desvió hacia la falta de fe y la apostasía. Pues bien: es probable que esos elementos ya se estén suscitando en la actualidad.

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