domingo, 3 de marzo de 2013

Los Jázaros de Sion

Un estudio recién publicado por un grupo de investigadores judíos ha revelado lo que todos sabían o al menos imaginaban: que el grueso de la consanguinidad de ese pueblo no proviene de la Palestina del Antiguo Testamento, sino de los jázaros, una civilización emparentada con los búlgaros que entre los siglos VIII y XIII organizó un importante reino entre el mar Caspio y el mar Negro, hasta donde arribaron diversas colonias hebreas que huían de las persecuciones, alentadas por un remanente que se encontraba establecido en esas tierras tanto de la época del Destierro como de la diáspora romana. Una vez asentados, su influencia dentro de la población fue creciendo gracias a las conversiones masivas y las relaciones comerciales, al punto de que las autoridades de aquella nación acabaron proclamado al judaísmo como religión oficial y única del Estado, de manera equivalente a lo obrado por el emperador Teodosio en Roma. Cuando este país terminó finalmente siendo destruido por los mongoles, los ahora jázaros-judíos escaparon hacia el norte y el centro de Europa dando origen a los azkenazíes, quienes sufrieron de manera más explícita los horrores del Holocausto y que en la actualidad constituyen la base de los habitantes del moderno Israel.

Por cierto que existen algunos colectivos que rechazan estas conclusiones, que no obstante, debemos insistir, sólo vienen a confirmar un hecho hacia el cual apuntaban todas las inferencias. Los más enardecidos son, desde luego, los representantes del sionismo más conservador, así como las diversas iglesias evangélicas que los apoyan. Entre las causas que los alientan a tomar dicha posición, hay algunas de carácter práctico que hasta determinado punto expresan inquietudes que son comprensibles aunque no justificables. Para comenzar, el temor a que estos datos sean utilizados y manipulados por los partidarios extremistas de las reivindicaciones del pueblo palestino -que son igualmente legítimas-, quienes lo único que desean es la disolución del actual Israel y la erradicación de los judíos de Canaán. Con estos antecedentes -provenientes además de un estudio efectuado por académicos universitarios de origen hebreo- contarían con un nuevo subterfugio en su campaña por intentar demostrar que los judíos son unos mentirosos que inventan mitos con el afán de ganarse la conmiseración de la gente común y así contar con una suerte de venia social que les permita entrometerse en zonas que no les pertenecen no escatimando esfuerzos para aniquilar a una determinada población nativa, que sería de acuerdo a este planteamiento lo que hoy está sucediendo en Palestina. Incluso, tales teóricos acostumbran ir más allá buscando negar el Holocausto nazi, o al menos minimizarlo, aseverando que la cantidad de víctimas es muy inferior a la que se suele señalar. En síntesis, los resultados del estudio que hemos estado discutiendo durante todo este artículo se podrían transformar en un sustento favorable al antisemitismo, algo que atemorizados israelíes repiten con una irracionalidad similar a quienes practican ese horrendo prejuicio racial.

Sin embargo, lejos de la preocupación, los judíos de todo lugar y forma de pensamiento deberían sentirse halagados con esta noticia. Ya que, desde sus inicios, la religión de las sinagogas planteó la opción de propagar sus preceptos al resto de los ciudadanos, con el propósito de que éstos conociesen al único Dios verdadero, en una conducta que además constituye un antecedente inmediato y determinante del proselitismo cristiano. Si bien es cierto que los antiguos hebreos se veían a sí mismos como los exclusivos merecedores de la salvación, tal actitud empezó a variar tras el exilio babilónico. Pero incluso antes de ese acontecimiento, existió una institución, los levitas, que era considerada una tribu más, a pesar de que sus integrantes no estaban unidos por lazos de consanguinidad, puesto que se les escogía de los diferentes lugares del país para transformarlos en sacerdotes. Es decir, que ya en el Viejo Testamento, donde se le da una suma importancia a la cuestión de la heredad, y la manera casi exclusiva de propagar el sistema de creencias -y la supervivencia del Señor de los señores en las mentalidades humanas, lo que no es poco- es mediante la procreación: con todo ya se abre una ventana hacia otros modos de conformar un colectivo. Una alternativa que se tornó más apremiante con la meteórica expansión de la fe de Jesús, cuyos primeros practicantes, en masa por lo demás, fueron los propios judíos, quienes veían la propuesta del crucificado como una reforma necesaria, con lo cual amenazaban al credo tradicional con la completa desaparición.

Precisamente, lo que define a los judíos es que no se trata de un pueblo étnico. No es el único caso existente en el mundo, y como ejemplos podemos colocar a los cosacos o a los musulmanes bosnios. Lo llevado a cabo por los académicos universitarios, lejos de ser visto como una amenaza, debiera reforzar una condición de la cual los mismos hebreos siempre se han sentido orgullosos. Por otro lado, estos investigadores no han dejado de recalcar que de todas formas en el material genético se puede apreciar un remoto origen en la zona de Palestina, e incluso de la Mesopotamia en la época del huerto del Edén. Dios creó al hombre para que hiciera buenas cosas sobre la faz de la Tierra. Y entre tal clase de obras, se encuentra la difusión de Su mensaje.

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