domingo, 9 de diciembre de 2012

Turquía en el Sofá

Una división gubernamental de Turquía acaba de multar a un canal de televisión de ese país por exhibir un capítulo de "The Simpsons" que según el ente regulador ofendía a Dios. La decisión ha ocasionado sentimientos encontrados entre los cristianos. Algunos han llamado la atención respecto de que uno de los Estados de mayoría islámica que más se la ha jugado por el laicismo y por entregar una imagen de modernidad en términos de la relación entre religión y sociedad, haya optado por una actitud de censura, acto más cercano a la moralina y por su intermedio al oscurantismo, que además atenta contra la libertad de expresión. Pero por otro lado, un número muy significativo de creyentes del camino ha aplaudido la medida, recalcando el hecho de que un territorio musulmán se aparta del integrismo que caracteriza a esas naciones dándole una lección a los seguidores de Jesús, que no se atreven a frenar las intenciones de burla contra su fe que surgen en sus propias zonas de origen.

Lo he sostenido antes y lo continuaré recalcando. Aunque al grueso de la población le parezca lo contrario, The Simpsons es una visión derechista y conservadora de la sociedad norteamericana. Moderadamente, medianamente, con la capacidad de ofrecer innovaciones y entregar elementos nuevos -lo que es bastante decir en estos sectores del pensamiento humano-; pero conservadora y hasta reaccionaria al fin. En tal contexto, la serie no constituye una fuente de ataques contra la religión. Puede que exista una intención de provocar a simple vista a quienes no son capaces de observar más allá o se contentan con la primera impresión -entre quienes se cuentan, por cierto, muchos fanáticos religiosos-, pero nada más. Incluso, los personajes más devotos de algún credo, como el evangélico Ned Flanders o el hinduista Apu, son retratados como excelentes personas, honestos y muy bondadosos, aunque incomprendidos por quienes los rodean. Más aún: en la mayoría de los capítulos en los cuales alguna clase de fe ha sido puesta en entredicho, son los detractores de ella quienes resultan mal parados. Por ejemplo, y ya que nos referimos a un país islámico, aquel episodio donde Homer espía a una familia de musulmanes recién llegados a su barrio, ya que tiene sospechas de que cometerán un atentado terrorista, cuando en realidad el jefe de hogar ha sido contratado por un estamento público para demoler un puente. Quienes sí son puestos en ridículo son quienes arriban con movimientos de carácter espectacular que ofrecen un evangelio liviano o que se presentan como una propuesta innovadora cuando en realidad es una simple oquedad armada para beneficio del líder, como sucede con los Movimentarios o en aquella ocasión en que Barth crea su propia iglesia. O bien, se advierte del anquilosamiento de determinadas instituciones que no responden a las necesidades de los mismos fieles, como acaece con el reverendo Lovejoy, que por cierto es  una muestra muy demostrativa de lo que le está aconteciendo a algunas congregaciones tradicionales.

Es por eso que la actitud de aquellos cristianos que dan vítores a lo obrado por las autoridades turcas -y que es preciso recalcar: lamentablemente no son pocos- debe ser motivo de preocupación. Primero porque se trata de un acto de censura y ya sabemos, por la historia y la misma Biblia, que el mensaje no ingresa en las conciencias a base de prohibiciones. Pero lo que es peor: es que uno de los argumentos empleados para apoyar esta decisión radica en el intento de Ankara por acercarse a Europa y al primer mundo dando muestras de laicismo. Ya que Turquía se encontraría lejos del comportamiento más que confesional de otros Estados musulmanes, entonces las determinaciones de su gobierno, incluyendo los intentos de censura artística y de inhibición a la libertad de expresión, no estarían motivadas por el fanatismo extremista sino por una búsqueda de mayor civilidad, en este caso, para evitar un probable aumento de la influencia de sectores supuestamente más libertinos, blasfemos y que aborrecen la religión. Es decir, la defensa de estas proscripciones estaría motivada en el hecho de que se inspirarían en una conducta cercana a la modernidad occidental. Sin embargo, resulta que ese pretendido progreso social hace saltar a algunos en un pie porque en realidad es semejante a una nación cristiana que se regiría por los "valores tradicionales" que por cierto fueron la directriz de las legislaciones del primer mundo hasta la década de 1950, y que hoy son un anhelo de varios que tratan de reimplantarlos aprovechando el aparente impulso conservador -en términos morales- que suelen generar las crisis económicas. Bajo tal predicamento no hay que ser ingenuo, porque los mahometanos alaban al mismo Dios de los cristianos, aunque de una manera tan diferente que arrastra a pensar que nos hallamos frente a divinidades distintas. Y a partir de esa conclusión, tenemos que las tierras de Ataturk dan la impresión de estar acercándose a los preceptos de los seguidores de Jesús, y enmendando el rumbo acerca del camino desviado que representa el islam. Siendo la expresión más demostrativa de ese proceso de redención una decisión característica del cristianismo más rancio.

The Simpsons no es South Park. Aquella serie plagada de chistes que van del ombligo hacia abajo la cual sí ataca a las religiones en su misma esencia. Y que por eso, a sus creadores en efecto se les puede achacar el que se les haya hecho el ano -por usar una expresión que pertenecería sin más preámbulo a un guion de los dibujos de papel lustre- y  optasen por no emitir un episodio donde su burlaban del islam por las amenazas que estaban recibiendo. Eso claro que constituyó una gran decepción y un acto de cobardía inaceptable. Pero la situación es diferente en la familia amarilla, que más bien condena la religiosidad malsana que cubre con prejuicios la falta de una doctrina contundente -defecto muy común en las iglesias evangélicas norteamericanas y latinoamericanas, por lo demás-. En ese sentido es comprensible que Homer y su prole acaben quedando como unos tontos al momento de abordar estos temas, pues se contentan con asistir al culto los domingos pero no se atreven a elaborar una investigación exhaustiva de su fe, lo cual los arrastra a cometer evidentes errores cuando tratan de opinar sobre algo que no comprenden, incluso el propio cristianismo que siguen. La verdad es que hay más irreverencia en aquel segmento de Animaniacs donde Slappy Squirrel le hace la vida imposible a la serpiente del paraíso, que en todas estas bombitas juntas pensadas para un "público adulto" -término empleado, de todas formas, en el exclusivo sentido de la edad. Por eso aquella serie es la mejor desde 1990  en adelante.

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