lunes, 6 de agosto de 2012

Pollo Frito o la Moda Gay

Un morboso revuelo de opiniones encontradas han provocado en Estados Unidos las declaraciones del empresario Dan Cathy, dueño de la cadena de comida rápida especializada en pollos Chick-Fil-A, y evangélico conservador, quien hace unos días señaló en una radio su postura de rechazo al matrimonio homosexual, aduciendo que apoyaba "firmemente la definición bíblica de unidad familiar" y añadiendo que "somos un negocio familiar, seguimos casados con nuestras primeras esposas y damos gracias a Dios por ello". Bastó esta confesión efectuada a título personal -que si uno analiza sin las apasionadas posturas de siempre, se dará cuenta en el acto que no contiene ánimo alguno de intolerancia, pudiendo ser la opinión ingenua pero finalmente honesta de cualquier cristiano medio- y su posterior difusión a lo largo del país, para que en torno suyo figurara un intenso debate en el cual no estuvieron ausentes las manifestaciones físicas tanto a su favor como en su contra, amplificadas en el contexto actual de la campaña electoral norteamericana con miras a los comicios presidenciales de noviembre próximo. Por una parte los colectivos homosexuales han protestado enfrente de los locales de la empresa, haciendo sendos llamados a no consumir los alimentos que produce, llegando a contar con el concurso de tres alcaldes de tres ciudades estadounidenses que han amenazado con no abrirles más filiales. Mientras que los partidarios de Cathy no se han quedado a la zaga e incluso han aseverado que quien compre ahí en definitiva está ayudando a mantener un negocio iluminado por la divinidad, lo cual se traducirá en bendiciones para la nación entera.

En el último tiempo, la tendencia gay se ha tornado eso que los jóvenes gringos y algunos de otros países califican como "lo cool". A tal punto que se ha venido transformando en una suerte de punto de inflexión entre el oscurantismo y la democracia (o dependiendo de la opinión personal, entre la pureza y la decadencia). Mucho de esto se debe al poder mediático y adquisitivo que las agrupaciones homosexuales han conseguido en las décadas recientes, unido al igualmente sostenido declive de la moralidad religiosa, en especial en las regiones occidentales cristianas. Sin embargo, la gran causa de la actual coyuntura hay que buscarla en el marco de la situación social que está marcando el quinquenio. Para ser más explícitos, en la crisis financiera que el mundo entero lleva enfrentando ya cinco años, y la conducta de los consorcios empresariales y los gobiernos afines que finalmente la provocaron. En una realidad donde los culpables eluden responsabilidades, traspasándolas a figuras como el Estado de bienestar -y desmantelándolas supuestamente como aplicación de un castigo-, con lo cual sólo contribuyen a generar más pobreza y descontento, la muletilla de la tolerancia a la homosexualidad ha aparecido como elemento incitador de un debate superficial pero por lo mismo evasivo, que permite desviar la atención de temas que a la postre son más urgentes de tratar. De manera anexa, la pretendida lucha por acabar con la discriminación por opción sexual se emplea como un recurso propagandístico, en la intención de buscar que la opinión pública señale a quien se atribuye tal estandarte como un adalid en la causa por superar las pocas exclusiones que de acuerdo a su propio discurso son las únicas que van quedando, en circunstancias que el aparato económico del que se beneficia y del cual además en muchas ocasiones es cómplice cuando no directo ejecutor, va creando en el más absoluto silencio, ya que se ha abandonado el interés masivo, nuevas exclusiones.

En el caso de Estados Unidos, dichas intenciones adquieren ribetes particulares. La polémica surgida en torno a las declaraciones de Cathy así lo demuestra. Pero el camino ya ha sido allanado por el propio presidente del país, quien en su afán de captar más votos con vistas a su reelección, decide trazar una línea entre su personalidad y la de sus adversarios políticos aseverando que de ser confirmado en el cargo, se la jugará porque en todo el territorio norteamericano finalmente sea aprobado el matrimonio homosexual. Lo cual en la más relajada Europa no sería una estrategia recomendable (hasta gobernantes conservadores como el británico Cameron se han mostrado dispuestos a aceptar tal moción) Sin embargo, en una nación poblada por, hay que decirlo, devotos religiosos de mentalidad un tanto decepcionante, y movimientos contrapuestos que debido a las circunstancias luchan con muchos mecanismos utilizados también por sus rivales ideológicos, esta clase de afirmaciones hace que el grueso de la ciudadanía se reúna en torno a ella, ya sea en sentido positivo o negativo. Y la verdad es que los asesores de Obama se han anotado un punto muy significativo, ya que las palabras emitidas por su pupilo han relegado a un remoto plano asuntos más importantes, como la protección social de los norteamericanos, el cierre de la cárcel de Guantánamo -promesas no cumplidas de la anterior campaña, faltaba más-, la interminable crisis económica y sus problemas subsecuentes, o el violento trato a los inmigrantes. Un ejemplo que ha sido seguido en otras latitudes, como la mencionada entre paréntesis legislatura del Reino Unido, donde un primer ministro derechista, tratando de apaciguar el descontento general por la recesión -en especial entre la población juvenil- y ante las sucesivas derrotas en comicios parlamentarios y municipales, ha ofrecido a su vez presentar un proyecto de ley en favor del connubio gay.

En tal sentido los grupos cristianos, no sólo conservadores, han pisado el palito y han actuado como los partidarios del matrimonio de congéneres buscaban, poniéndose en la vereda de enfrente y quedando a merced del escarnio público. La verdad es que algunas de las réplicas de quienes respaldaron a Cathy dan vergüenza. Presentar a una mera cadena de comida rápida -que por su cantidad de grasas saturadas además puede resultar nociva- prácticamente como una sucursal del reino divino en la tierra es algo que aparte de caer en el mayor de los ridículos, constituye una aberrante falta a las enseñanzas teológicas y bíblicas que ellos mismos aseveran defender. Estamos de acuerdo en que un cristiano no debe debe desear el mal tanto a un hermano como a un prójimo, y que es preciso orar para que a los demás conversos les vaya bien. Pero si continuamos así, en un futuro no muy lejano alguien acusado de un delito comprobable podría excusarse diciendo que es un perseguido por su fe ya que es un protector a ultranza de los valores familiares tradicionales. Para el propietario de esta cadena, que prospere y si quiere reiterar sus dichos -que hay que insistir, no expresan intolerancia-, hágalo siempre en un marco de respeto. Y para los evangélicos que salieron en apoyo, que un puñado de maricas adinerados que no representan a toda la comunidad no los haga irse por el desfiladero de la agresión hacia algo que de acuerdo, es pecado, pero que finalmente constituye sólo una opción sexual más. Lo importante es colocarse del lado del pueblo, único sitio donde se hallan tanto los homosexuales como los convertidos auténticos.

         

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