domingo, 15 de julio de 2012

Iglesia Para La Risa

Cuando uno repasa los estrambóticos sucesos que llevaron a Lafayette Ron Hubbard a fundar su Iglesia de la Cienciología, piensa con toda honestidad si se encuentra frente a un auténtico movimiento religioso o sólo se trata de una tomadura de pelo. Sospechas que aumentan cuando lee un par de líneas de la delirante doctrina que profesa ese grupo (que en cualquier caso no son muchas, porque el grueso de sus dogmas son secretos y asequibles sólo a sus miembros más destacados, aunque quienes han investigado el asunto aseguran que incluso en esta instancia es menos que escaso el material susceptible de comentar). Y no obstante, sus conclusiones están planteadas de una manera completamente alejada a lo que se pueda considerar como una broma; y lo más sorprendente del asunto es que existen personas muy adineradas, conocidas o distinguidas que siguen a pies juntillas esta amalgama de esperpentos, siendo una contribución fundamental para que hasta hoy se mantengan vigentes.

En el mundo se ha inventado toda clase de credos extravagantes. Sin embargo, muy pocos alcanzan ese estatus en donde los analistas, independiente de su nivel de instrucción o su sesgo de origen, concluyen de manera unánime de que se trata de una mera ridiculez. Uno puede desacreditar a los testigos de Jehová por su negativa a las transfusiones de sangre o su insistencia en que sólo ciento cuarenta y cuatro mil ciudadanos serán salvos, o a los mormones por su cosmogonía o las insufribles tesis de Joseph Smith respecto de su "Jesús americano" -comparables en su delirio a las de Hubbard, por cierto-. Pero en ambos casos, si el interlocutor se lo propone -y no se requiere un gran esfuerzo para hacerlo- puede llegar a discutir siquiera por unos cuantos minutos con un defensor de tales extravagancias. Con la religión que ahora nos atañe, en cambio, ni eso: hasta el más abierto, ya sea de mente o estómago, con que le intenten describir las chorradas de Xenu y sus secuaces ya encuentra una motivación para dibujar una sonrisa de vergüenza ajena y dar la media vuelta para continuar su camino. Y ambas acciones a la vez: ni siquiera una detrás de otra siguiendo un supuesto orden lógico (¿cómo, si lo que le están comunicando no lo tiene?). Lo curioso es que, al contrario de Russel o el mencionado Smith, Lafayette Ron era un tipo de quien se puede decir que al menos tenía minúsculos antecedentes intelectuales, ya que era un escritor de ciencia ficción (mediocre, de acuerdo; pero ya estaba relacionado con la literatura, que es una actividad considerada cerebral). O sea, que en la peor de las situaciones se le debe obsequiar un premio al esfuerzo por superarse a sí mismo.


Tras conocer la biografía de Hubbard, se tienen dos opciones: o se trataba de un imbécil mental o era un tipo astuto ávido de abandonar la marginalidad y pobreza quien a su manera reclamó su tajada del gran sueño americano. O ambas cosas a la vez. Porque no se puede negar que su iglesia -o secta, como la tachan en algunos países-, pese a mantenerse minoritaria, ha tejido una importante red de influencias que incluye una captación exitosa de adeptos en las capas más altas de la sociedad, varios de quienes cuentan con una alta dosis de instrucción y cultura. En una estructura diseñada para ser ocupada por esta clase de personas, quienes deben pagar hasta medio millón de dólares por recibir las insostenibles enseñanzas sobre Xenu, desembolso pecuniario que además asegura el ascenso a los peldaños más altos de la organización. Quizá si esa misma actitud de sostenerse con un puñado exclusivo de fieles sea lo que provoca sentimientos encontrados entre la gente común, por lo que finalmente cabría considerarla como una estrategia publicitaria y al mismo tiempo de supervivencia. Claro que entonces las demostraciones de estupidez se trasladan a los seguidores de este credo, quienes sencillamente han perdido la capacidad de discernir. En un país que se caracteriza porque los movimientos de esta calaña son liderados por sujetos que buscan salir del anonimato y las estrecheces económicas apelando a la ruta liberal del enriquecimiento, aspecto esencial de la idiosincrasia norteamericana. Pero que carecen de las herramientas o las habilidades para alcanzar lo que a otros los ha transformado en legendarios magnates, por lo que echan mano a otro rasgo que identifica a los estadounidenses: la religión, que aquí siempre ha sido promovida con mensajes que más parecen eslóganes comerciales, vendiendo la salvación como un producto.

Esta clase de incautos es la que le ha permitido a la Cienciología mantenerse a flote y no sufrir un destino similar a cosas como el Templo del Pueblo de Jim Jones o los Davidianos. Ni de ser blanco de un mayor número de comentarios perniciosos -que se los merece de sobra- al contrario de los mencionados mormones o testigos de Jehová. Hubbard era un sujeto con carisma y considerables dotes de astucia, que optó por ejercer el proselitismo en los sectores más acomodados de la sociedad norteamericana, probando que allí también existen individuos desorientados dispuestos a tragarse los sapos más inverosímiles. Y aunque entre sus caras visibles se repitan de forma copiosa las celebridades de Hollywood -fenómeno que produce la tentación de hacer un parangón entre esta secta y el llamado cine zeta de los años 1950, donde por cierto un gran número de películas se sostenía sobre pobres guiones que trataban los temas más espectaculares o llamativos de la ciencia ficción- es un punto de partida nada despreciable si se conviene que la denominada Meca del cine es un símbolo de la cultura de masa yanqui. En Estados Unidos, quien planta su bandera en los estratos más adinerados, y en paralelo se torna un millonario, finalmente es una representación del triunfador . Aunque sean ricos que están vinculados a la industria del entretenimiento, y que la propia religión que los aglutina parezca un mal chiste creado con el único afán de divertir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario