lunes, 2 de julio de 2012

Entre Extremistas Religiosos

Durante el ya pasado fin de semana, una agrupación terrorista islámica atacó una iglesia evangélica en Kenya, matando a por lo menos unas quince personas. Así este país empieza a experimentar lo vivido en las últimas semanas en Nigeria, también en África, donde otra organización de musulmanes extremistas ha efectuado varios atentados contra iglesias cristianas. En ambos lugares, la población que profesa la fe de Mahoma es considerable pero se da la curiosidad de que está en proporciones similares a la de los seguidores de Jesús, un factor que, más allá de convocar al respeto por la diversidad y al intercambio cultural, como supone cierta lógica intelectual desarrollada por innumerables pensadores del primer mundo, empero está arrastrando la situación a un resultado que se muestra como totalmente opuesto a las buenas intenciones.

Cuando se escucha que tales sucesos ocurren en el llamado continente negro, no falta quien recurre a la manida monserga de encontrar la causa primordial en el descalabro colonial occidental. Argumento que en este caso constituye una absurda falacia, pues el islam también fue introducido en África por invasores externos, los árabes y los turcos, que en materia de atrocidades no sólo llegaron a superar a los europeos, sino que en ciertos casos hasta se ayudaron mutuamente (recordar que representantes de estos pueblos se encargaban de capturar habitantes nativos para que sirviesen como esclavos en el primer mundo). Ahora, si algún fanático musulmán esgrime una supuesta opresión extranjera como subterfugio para justificar sus atentados, sólo se coloca al nivel de los nazis que defendieron las ocupaciones y los campos de concentración como represalia contra las "agresiones foráneas" que según ellos estaba recibiendo Alemania. En realidad, las explicaciones que permiten entender de mejor modo la coyuntura que hoy afecta a Nigeria y Kenya tienen orígenes muy distintos. Ya que se pueden retrotraer a ese fiasco que un sector de la prensa bautizó con el pomposo nombre de "primavera árabe" que por cierto hace rato que se ha transformado en un invierno islámico. Al final, aquella masa amorfa que algunos quisieron ver como un movimiento democrático y emancipador, sólo acabó instalando regímenes violenta y profundamente religiosos en zonas que de acuerdo, contaban con mandatos cargados con altas dosis de autoritarismo, pero donde al menos se respetaban algunos valores universales aceptados por quienes dicen resguardar los derechos humanos, entre los que se incluía la aceptación de los distintos credos. De hecho, la única novedad que han producido los cambios administrativos en Libia, Túnez o Egipto, es que ahora las mujeres y los cristianos temen por sus vidas. Y los resultados de aquellas "revoluciones" -más bien reacciones- han alentado a las pandillas de extremistas en diversas partes del globo, intentando repetir la experiencia -alentada en su momento por las potencias más desarrolladas- en nichos donde es innecesaria bajo cualquier punto de vista.

Pero luego son esas mismas potencias occidentales, de tradición cristiana casi todas, las que guardan silencio respecto de estas nuevas atrocidades. Tal vez porque estos países, a diferencia de un Irán, una Siria o los lugares mencionados en el párrafo anterior, son sus aliados y les permiten hacer negocios que favorecen sus intereses y los de sus ciudadanos más ricos, que en su mayoría también se declaran seguidores de Jesús. La democracia, el respeto mutuo y la lucha contra el terrorismo son eslóganes que ahora no encuentran eco, quizá porque quienes, en atención a esos principios han invadido otras naciones, sienten que cuando éstas firman acuerdos económicos totalmente asimétricos entonces significa que han aprendido a comportarse dentro de los cánones de un mundo desarrollado y civilizado. Tampoco se vislumbra la amenaza del terrorismo musulmán, aunque algunos representantes hayan masacrado a sus propios hermanos de fe. Más aún: en determinadas ocasiones no se han molestado en recurrir a las cabezas más reconocibles de las variantes más peligrosas del islam, como acaece en el citado asunto sirio, donde Europa y Estados Unidos se ponen a favor de elementos guerrilleros que son financiados por jeques y hasta gobernantes de zonas como Arabia Saudita o Qatar, en su mayoría monarquías absolutas que en su existencia han convocado a una elección, donde la administración tanto política como económica se reparte entre la nobleza y los cercanos, sin licitación mediante, y se aplican todas las aberraciones que los más temerosos le atribuyen al credo fundado por Mahoma (segregación negativa de la mujer, prohibiciones de todo orden, uso de la violencia como mecanismo de control de la población). Y no es algo de la última década: cabe acotar que, por ejemplo, los norteamericanos hicieron la vista gorda de los crímenes de los talibanes hasta lo de las Torres Gemelas, porque precisaban de un régimen estable que les asegurara la ausencia de sobresaltos en la construcción de un oleoducto que les transportara las reservas de petróleo explotadas en el Mar Caspio hasta el océano Índico.

Muchos aseveran que lo peor de una potencial expansión del islam, no es el hecho en sí sino las estratagemas que feligreses de otras religiones idearán para contrarrestarlo. Entre los que se cuenta un buen puñado de cristianos, que podrían caer en la tentación -además de responder con la misma moneda a los atentados terroristas, algo que incluso podría verse justificado desde la tesis de la legítima defensa- de buscar afirmar su fe frente a los ataques recurriendo a su propio integrismo. Que por lo demás es muy parecido al islámico, ya que varios aprueban la agresión doméstica cuando se da en términos del patriarcado, gustan de repletar la vida de los demás con proscripciones y obligaciones ineludibles y rechazan  la cohabitación con quienes defienden otras formas de pensamiento, incluso en el mismo ámbito de los seguidores de Jesús, cuando acusan a sus hermanos de apostasía. Entonces, al final de la jornada, y viendo cómo sus subalternos se han desangrado producto del odio que ellos mismos incitaron, acabarán notando que sus divergencias en realidad no son tan profundas y concluirán con un apretón de manos que hasta puede derivar en un movimiento sincrético donde los perjudicados nuevamente serán los más débiles. Algo parecido ya ocurrió en diciembre pasado precisamente en Nigeria, donde los parlamentarios musulmanes y cristianos sostuvieron una tregua informal de unas cuantas semanas para aprobar una ley que condenaba la homosexualidad con penas de cárcel. O con George Bush, quien enviaba a sus soldados a asesinar a modestos pobladores afganos mientras sostenía convenios pecuniarios con los parientes de Bin Laden, una poderosa familia saudí. ¿Qué les va a perjudicar si el día de mañana son forzados a convertirse al islam? Sólo tendrían que orar cinco veces diarias -algunos cristianos de hecho obran así- y aceptar un nuevo profeta -otro más para la colección-; pero a cambio ya no tendrían que celar a sus esposas ni sentirían que su autoridad paterna -y por extensión cualquier otra forma de autoridad- pueda ser objetada. Entre extremistas religiosos se entienden...
                                                                                                                               

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