domingo, 8 de julio de 2012

El Retorno del Velo

Después de dictar una polémica prohibición, al parecer los dirigentes de la FIFA se están allanando a la posibilidad de que las mujeres musulmanas jueguen partidos de fútbol portando el hiyab, aquel pañuelo que les cubre toda la cabeza excepto la cara, y que en occidente suele ser llamado "velo islámico". De hecho, una comisión encargada acaba de comunicar que el seis de junio aprobó una enmienda que permite el uso de esta prenda "en forma experimental", que en el lenguaje del ente regulador del balompié mundial, significa que estará autorizada por un periodo determinado con el propósito de evaluar su aplicación, para una vez terminada esta etapa de análisis, tomar la determinación definitiva. Tal cambio de parecer, al menos momentáneo, ha provocado sorpresa en la comunidad internacional, en especial dentro de los círculos cristianos, quienes vieron esta proscripción como una compensación justa, ante la norma que a su vez les impedía a los atletas de confesión evangélica efectuar gestos distintivos como levantar las manos al cielo al celebrar un gol, o portar remeras que contengan la palabra Jesús o indiquen alguna cita bíblica, a fin de respetar aquel principio que sostiene que el deporte debe sobreponerse a cualquier consideración política, religiosa o social. Aunque, como de todos es sabido porque basta observar las camisetas de cada seleccionado o club, una notable excepción la constituyan los esponsales comerciales, que no sólo cuentan con el permiso para aparecer en las camisetas de los competidores, sino además a los bordes de la cancha y en las transmisiones televisivas.

Veamos. En occidente y en la cultura cristiana en general el hiyab genera rechazo porque es visto como un símbolo de la opresión de las mujeres que viven bajo gobiernos musulmanes. Por otro lado, esta religión, producto de diversos factores -inmigración, conversiones, mayor prestigio económico alcanzado en sus lugares de origen- se ha ido expandiendo con preocupante fuerza durante los últimos quince años, a través de una amalgama que va desde el proselitismo más elemental, pasando por grupos integristas social y moralmente cerrados, hasta llegar a los casos de terrorismo que han estremecido a la población mundial y que han servido de pretexto para que ciertos interesados metan en un mismo saco a todos los practicantes de este credo. Sin embargo, entre quienes han facilitado dicho crecimiento también se hallan acaudalados empresarios, muy apreciados en otras partes del globo -también aquellas donde el islam es rechazado o repudiado, por diversos motivos- los cuales con su enorme poder económico han creado influencia. Esto se puede apreciar en el ámbito del fútbol, donde importantes jeques han adquirido clubes europeos y hasta la misma FIFA le asignó el Mundial del 2022 a un país islámico: Qatar. A muchos, por supuesto que colectivos feministas y asociaciones cristianas entre ellos, este avance les despierta el miedo de  que los simpatizantes de Mahoma finalmente acaben dirigiendo los destinos del primer mundo, ventaja que podrían emplear para imponer los elementos más oscuros de su pensamiento, ya considerado retrógrado y primitivo en términos comunes -y hay argumentos sólidos como para considerarlo así, aunque otra cosa es la fidelidad que pueden mantener a la realidad-, con el consiguiente retroceso en los valores de la democracia y la libertad individual que bastante costó lograr y que debieron superar costumbres muy parecidas a algunas que hoy son pan de cada día en Medio Oriente (sin ir más lejos, las féminas católicas y evangélicas estuvieron forzadas a usar velo hasta mediados del siglo XX). La conclusión entonces se torna muy simple: hay que detener a cualquier precio esta suerte de marabunta espiritual.

Sin embargo, no deja de caber una especie de contradicción entre los detractores en general del islam y en particular de aquellos que mantienen esta conducta alentados por su práctica de un determinado cristianismo. Hace pocas semanas atrás, un puñado de pastores protestó de manera enérgica respecto del trato considerado por ellos vejatorio que se le estaba dando a Lolo Jones, una atleta norteamericana evangélica y de raza negra, considerada por los expertos como una de las potenciales sorpresas de los ya bastante próximos Juegos Olímpicos de Londres 2012. La joven, que competirá en carreras de pista, ha declarado en reiteradas ocasiones que en el campo de la moral su meta más significativa es llegar virgen al matrimonio, añadiendo que no le gusta el libertinaje sexual ni la actitud de algunos periódicos que se regocijan hablando de los supuestos amoríos de ciertas deportistas, además de fustigar a esas mismas compañeras de oficio por darles alimento a dichos tabloides. La prensa, sintiéndose ofendida por tal atrevimiento y en una actitud de defensa corporativa -que hunde sus raíces en hechos reales, como que tanto los medios auto proclamados "serios" y los que muestran un perfil más frívolo- ha buscado saturar a la opinión pública estadounidense con artículos y reportajes de corte parafernálico en los cuales se duda de la sinceridad de la chica, cuando no la colocan como una fanática religiosa enfermiza y por supuesto se burlan de ella. El lamento de los ministros, en este caso, es absolutamente legítimo y aquellos diarios y revistas que están efectuando una auténtica campaña de difamación debieran recibir una respuesta contundente, ya que su conducta está motivada por el matonaje y la segregación. Pero, ¿no queda espacio después para aplicar el idéntico criterio? Por último el velo islámico también expresa el decoro de mujeres que no desean ser parte de la vorágine erotómana que suele salpicar a la sociedad, las cuales igualmente han sido objeto de mofa producto de su negativa. Es cierto: lo de la mencionada Jones no es físico, no obstante sí es visible, y eso la pone a la altura del reclamo de las féminas islámicas en favor del polémico hiyab.

Quizá si una muestra representativa de que el islam está ganando terreno en los más variados campos del quehacer, incluyendo el fútbol, sea esta revocación por parte de la FIFA de una medida que era ya tildada de inamovible (y más tratándose de una entidad como la que rige el balompié), más allá de las implicaciones prácticas que contiene -de haber continuado a pie firme, hubiese estimulado a muchos países de mayoría musulmana a no presentar equipos a los torneos internacionales, con la consiguiente pérdida de competitividad y la reducción de los aportes económicos, de magnates islámicos principalmente, pero luego de practicantes de otras religiones ante la baja de representatividad-. Tal vez influyó la presión de jeques que manejaban negocios que fungían como auspicios de prestigiosos clubes e importantes campeonatos. Sin embargo, por encima de todo eso sólo queda afirmar que el uso del velo es perfectamente compatible con el juego, pues no interfiere en su desarrollo ni conlleva un mecanismo escondido de sacar ventaja, como el dopaje por ejemplo. Fuera de que ya se ha permitido e incluso forzado a efectuar partidos en condiciones consideradas adversas, como la altura o el calor extremo. Así como tampoco es de alarmarse que algunos impriman el nombre de Jesús o alcen las manos al cielo como símbolo de alegría. ¿No que se habla de "la fiesta del fútbol"?

                                                                                                       

                                                                                                                             

                                                                                           

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