lunes, 23 de julio de 2012

Colorado Intenso

De nuevo una masacre masiva estremece a Estados Unidos y de rebote a todo el mundo. En esta ocasión, se trató de un tiroteo ocurrido al interior de una sala de cine en Aurora, un suburbio de Denver, la capital de Colorado, el mismo estado que en 1999 había sido escenario de la matanza en la secundaria de Columbine. Lo que más ha llamado la atención -y que ha permitido que los diversos informativos internacionales pueden rellenar la noticia con algo más que las repetitivas especulaciones siquiáticas de rigor- es el lugar y las circunstancias en las cuales se desarrolló el ataque: el presunto agresor, identificado como James Holmes, ingresó al estreno de una película sobre Batman, disfrazado de uno de los villanos del filme -aprovechando que la mayoría de los espectadores, debido a la ocasión, también vestían trajes usados por los personajes-, desde una puerta de servicio que le permitió acceder directamente a la pantalla, quedando enfrente de sus víctimas, por lo que en un principio éstas imaginaron que se trataba de un espectáculo de efectos especiales. Cuestión que le agrega un morbo especial a los acontecimientos, al coincidir dos aspectos muy característicos de la sociedad norteamericana que cuando suceden estas cosas, son puestos por sus respectivos defensores y detractores en veredas antagónicas: el derecho a portar armas y la cultura pop.

Cada vez que se desata esta clase de tragedias, aparecen las voces del conservadurismo norteamericano más rancio e insípido, las que son abundantes e incluyen varios ministros, pastores y evangelistas. Su motivación es siempre la misma: culpar al unísono a conocidas figuras de la televisión, el cine o la música popular, de ser los causantes indirectos de estas ignominias, pues aprovechando su arrastre en la población, y por ende su potencial capacidad de transformarse en ídolos -un término que despierta especial sensibilidad entre quienes critican estos fenómenos desde el punto de vista de la moralidad occidental cristiana-: acaban promoviendo, ya sea de manera inconsciente, abierta o como un pretexto para ganar más dinero, conductas que se alejan de los llamados "valores tradicionales", que en realidad son una amalgama de sentencias y convencionalismos de orden religioso, social, patriarcal, moral o patriótico. El asunto es que tales desorientaciones suelen ser imitadas por una buena parte de su audiencia, y algunos individuos llegan al extremo de adaptarlas a sus quehaceres diarios, lo cual les provoca -siempre de acuerdo al razonamiento- una distorsión de la realidad. Así, en el caso de la mencionada masacre de Columbine, muchos apuntaron en contra del músico de rock duro Marilyn Manson, sacerdote de una iglesia satanista norteamericana, que en la mayoría de sus canciones describe situaciones de violencia, entre ellas varios casos reales de asesinatos masivos. Agréguese a eso que los muchachos que desencadenaron aquella matanza solían escuchar a este cantautor, y entonces tenemos un peligroso cóctel que debe ser censurado por toda persona que tenga un mínimo volumen de cordura, pues se hacen conocidas las consecuencias de aceptar que un enemigo del mensaje divino se oponga: el tipo forma parte de una conspiración destinada a destruir todo atisbo de bondad. Mientras que en el desastre que ahora nos atañe, se impone un antecedente más que evidente: el criminal se inspiró en una película de acción, cuya trama está saturada de homicidios y atentados terroristas al por mayor, para más inri basada en la saga de un héroe del cómic, un arte siempre despreciado por los más reaccionarios debido a que quienes lo practican muestran una tendencia a elaborar relatos sórdidos, con protagonistas y ambientes oscuros, y un entorno alejado del modelo ideal de comunidad.

Sin embargo, desde la acera opuesta, existen quienes les contestan a estos evangelistas bienintencionados con pruebas aún más contundentes. Acá se sostiene a pie firme la tesis de que estos incidentes se podrían evitar, o al menos reducir considerablemente, si se restringiera la excesiva liviandad conque se le permite a un ciudadano norteamericano portar armas de fuego, incluso de asalto, las cuales hasta se pueden conseguir en un almacén de barrio. Aquí cabe otro razonamiento igualmente lógico: si una persona adquiere un arsenal, una de las opciones posibles es que en algún momento decida utilizarlo, del mismo modo que se siente impulsado a comprar una lavadora o un ordenador. Y al respecto cabe señalar que el atacante de Aurora disponía de una auténtica armería en su departamento, el cual además estaba repleto de trampas mortales conectadas a explosivos. Es cuando se empieza a examinar esta devoción que los estadounidenses le prodigan a los rifles, que encontramos los principales focos de disenso entre los dos grupos de debate. Porque bastantes de los cristianos mencionados en el párrafo anterior, se colocan en primera fila a la hora de defender el derecho a portar armas, valiéndose de interpretaciones de pasajes bíblicos con el propósito de sustentar su inclinación. Así, recurren a la alegoría de los "soldados de Jesús" o les recuerdan a la asamblea que los oye el clima de beligerancia que se describe en el Antiguo Testamento, donde Dios no sólo le habría permitido, sino además recomendado el pueblo hebreo que hiciera la guerra contra sus rivales incluso con métodos que en la actualidad han sido tachados de inaceptables y de atentatorios en el plano de los derechos humanos. Además, el grueso de ellos tiene por costumbre considerar a su país como el "Israel espiritual" descrito por los apóstoles, y eso se traduce en la potencial amenaza hacia el cristianismo -mejor dicho hacia el tipo de cristianismo que profesan- y de todo lo bueno que conlleva. Son fuerzas malignas y sobrenaturales las que bien merecen que les den un tiro en la cabeza, con lo que los valores nacionales comienzan a distorsionar a los religiosos. Una característica que está presente en el militarismo gringo y que atraviesa los discursos que se elaboran para justificar intervenciones en otras naciones; pero que también impregna el trato coloquial y la manera de vivir la espiritualidad y la fe -siempre alerta ante un anti cristiano que se le ocurra organizar una fuerza persecutoria, o peor, que le robe o arrebate sus logros económicos-. De hecho, lo interesante de Colorado es que se trata de un territorio que se ha constituido en una encrucijada de ese conservadurismo descrito en el segundo bloque de este artículo: un estado sito en el Medio Oeste yanqui, arrebatado a los mexicanos tras una cruenta e injusto conflicto, y después escenario de masacres contra indígenas. Una zona poblada e integrada a punta de disparos y sobre un suelo abonado por cadáveres.

El cine, en cuanto arte, tan sólo refleja la realidad. Un artista, más que dictar patrones de conducta, recoge lo que ve en su entorno y a partir de ahí elabora sus puntos de vista, que pueden ser complacientes o críticos, o alguna solución intermedia. Las películas norteamericanas, en especial las de consumo masivo, además están diseñadas al gusto del espectador medio y básico. Si en la calle hay balaceras, y a los norteamericanos les gusta que las cosas sean así, entonces en los filmes también se desarrollarán tiroteos. Además los gringos siempre se han enorgullecido de su visión beligerante y mesiánica a la vez de las cosas, y han procurado mostrarla en sus realizaciones a conciencia de que constituye un vehículo muy eficaz de generar influencia. Y no se diga que el problema es que Hollywood está repleto de mormones, cienciólogos y judíos a quienes sólo les importan los negocios -como si a los devotos cristianos no-. Pues por algo esos credos son aceptados y en ciertos círculos hasta admirados en Estados Unidos. Son una manera de propagar el bien; de otra forma estarían proscritos o serían coartados. Deben ser protegidos igual que el derecho a portar armas.

                                                                                       

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