martes, 29 de mayo de 2012

Los Niños de la Crisis

Recientes estadísticas aplicadas en el primer mundo tienden a indicar que, en paralelo con las cada día más desastrosas consecuencias de la crisis financiera, han aumentado los abusos contra los niños, ya sea en términos de agresión al interior de las familias, así como situaciones de abandono y de explotación sexual y laboral. En una suerte de proceso lógico, tales aberraciones se están suscitando con la más alta fuerza y frecuencia en Europa, donde al parecer ni siquiera el grado de civilización o de educación ha impedido que las personas pierdan la brújula frente a una desesperada situación económica. Aunque, al recordar los casos de Marc Dutraux o de Joseph Fritz, no descubiertos en épocas de estrecheces precisamente, uno se pregunta si la refinación no constituye más que un pretexto para actuar como la peor de las bestias sabiendo que en los momentos más urgentes se puede culpar con total facilidad a quienes provienen de sociedades calificadas como subdesarrolladas.

En fin. Al analizar las cifras, uno obtiene una curiosa conclusión. Que aquella premisa que reza que en tiempos de apuros económicos, cuando menos dentro de los parámetros de un régimen capitalista, sobreviven los más fuertes y los más débiles o menos avezados -que en el sentido amplio de la definición también pueden ser considerados débiles- terminan por sucumbir: se cumple de manera casi calcada en un aspecto como éste, de orden más social. Para el caso, los más desposeídos, los niños, se acaban convirtiendo en la tabla de salvación de adultos que frente a la adversidad no sólo se resignan al ver con impotencia cómo el edificio que han construido se derrumba, sino que ellos se encargan de vender sus cimientos por comida al primero que pase por la calle y sin medir las consecuencias. Así, ciertos desempleados ven en la prostitución o cualquier otra forma de trabajo infantil una buena opción de obtener dinero a bajo costo, mientras que determinados padres, si no consiguen deshacerse de una joroba a la cual no pueden aplicarle las nociones de familia en las que creyeron durante mucho tiempo, al menos logran adaptarla como una pera de boxeo para descargar sus propias frustraciones.

Lo último merece una reflexión aparte. Se dice que en épocas de crisis, de cualquier índole, pero ante todo económica, la gente se torna más conservadora y eso la hace regresar a la religión y a las normas de conducta más tradicionales. Y entre éstas, una de las más emblemáticas es la inclinación hacia el matrimonio y la familia. Puede que sea una conclusión cierta, al menos en parte. Sin embargo, la simple conjetura basta para que grupos reaccionarios e interesados de toda clase insten con mayor ímpetu a las personas a casarse y tener hijos. Todo esto, desde luego, en el marco de los principios morales más severos, que es innecesario decirlo incluyen la aplicación de castigos físicos contra quienes van naciendo. En síntesis, lo que se pretende es conseguir la legitimación de una sociedad donde los más pequeños y más débiles se vean obligados a cargar con las frustraciones de sus padres o de los adultos en general, en una versión muy curiosa del concepto del pecado hereditario defendido en el Antiguo Testamento -abundante en textos donde se prescribe el uso de la vara como única solución-. Que además, tiene la peculiaridad de concordar en su lógica con lo que está pasando hoy en Europa, donde los gobiernos anuncian planes cada vez más estrictos de ajuste para corregir los malos negocios que contrajeron con los bancos privados, medidas que sólo afectan a la población popular, que no estuvo involucrada en los nocivos acuerdos.

Sólo cabe preguntarse, como inquietud final, lo que sucederá con esos niños maltratados por partida doble por quienes en un principio se comprometieron a protegerlos: tanto sus padres como las autoridades que por cierto, y en aras de la austeridad, han venido recortando de manera sistemática los programas en favor de la infancia. Bueno: acallarlos parece un mecanismo de control fácil y al menos por el momento eficaz. ¿Pero qué ocurrirá con ellos cuando sientan el derecho a expresar toda esa violencia y frustración que llevan acumuladas? Sin la domesticación a base de golpes dio resultados, lo más probable es que las agresiones se den entre ellos en lugar de hacia la autoridad, y aumenten los niveles de criminalidad a niveles incluso catastróficos. Pero en fin: entonces dispondremos de otras medidas coercitivas, como la cárcel y la pena de muerte. Vamos por el correcto camino, ¿no?.

                                                           

                                             

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