lunes, 14 de mayo de 2012

Primero Los Bancos

Hace unos días atrás, el gobierno español anunció que comprará partes de la propiedad de varios bancos privados nacionales, como una medida desesperada para salvarlos de la quiebra. De hecho, las autoridades no esperaron para cumplir sus amenazas y en paralelo a la comunicación de dicha advertencia, ya estaban adquiriendo el cuarenta y cinco por ciento de una entidad. La medida reactivó las protestas de los denominados indignados, entre quienes se encuentra un buen número de desempleados y personas que, pese a que durante todo este tiempo han visto mantenidos sus puestos de trabajo, de igual modo han sufrido con los recortes en los diversos programas sociales y el aumento de los impuestos a los salarios.

Y era que no. Desde que asumió tras ganar unas elecciones adelantadas efectuadas en noviembre pasado, a la actual administración de la península, de corte derechista, no le ha temblado la mano al momento de imponer severas restricciones con el propósito de asegurar liquidez al Estado y de esa manera pagar la abultada deuda pública que a su vez mantiene con diversos bancos privados alemanes y franceses. En tal afán, no sólo se ha reducido el gasto social a prácticamente cero, eliminando hasta parte de  las prestaciones más elementales en educación y salud (al extremo de que algunas escuelas sólo pueden funcionar algunas horas durante el día, porque no cuentan con electricidad), sino que además, como ya fue señalado en el párrafo anterior, a los pocos ciudadanos que aún conservan su empleo -por cierto muy depauperado-, se les quita una importante tajada de sus remuneraciones con la excusa de promover la austeridad y el ahorro, y de paso darles una prolija lección de lo que sucede cuando se privilegia el derroche (bueno: en términos de erario público nacional, porque las personas individuales jamás firmaron esos créditos que hoy los ahogan). Poniendo, como guinda de la torta, de ejemplo de lo que no se debe hacer a la anterior legislatura, de orientación socialdemócrata, reflotando de paso ese mito que asevera que los izquierdistas siempre son sinónimo de dilapidación desmedida y de inmoralidad, características que en este caso irían o deberían ir unidas.

Sin embargo, con la reciente noticia, los españoles vienen cayendo en la cuenta de que su dinero no iba destinado a salvar a su país. O al menos, se han enterado de que existía una cantidad aceptable de recursos para sostener al menos buena parte de los beneficios sociales. Al margen de la sensación de haber sido engañados -que de por sí es un argumento muy fuerte para exigir la renuncia de las autoridades-, esta decisión abre un sinnúmero de interrogantes. ¿Tienen, en realidad, las arcas públicas suficiente cantidad de dinero como para pagarle a los bancos germanos -que no han dejado de pedir la devolución de sus préstamos- y a su vez mantener los que ahora serán propios? Si esto no es así -lo cual es más probable dado la propaganda y las justificaciones con que el gobierno ha asumido la política de ajustes-, ¿cuánto tiempo más deberán esperar los ciudadanos peninsulares para que la coyuntura muestre siquiera leves signos de mejoría? A lo que se debe añadir el que de seguro estas entidades se encuentran plagadas de los llamados "activos tóxicos", donde precisamente se encuentran las explicaciones de las correspondientes quiebras. Asumir esos papeles implica precisamente inyectar importantes sumas pecuniarias, que fue lo que en su momento hizo el gobierno alemán con las jorobas que habían surgido en su territorio, lo cual terminó vaciando el erario fiscal, causa que lo ha arrastrado a ser tan severo e injusto con algunos países que ahora le deben a él, y de quienes espera recuperar lo invertido. Y cabe agregar que el razonamiento de estas compras no es otro que adquirir la parte enferma, o al menos, deducir los débito como el porcentaje de la propiedad.

Muchos han concluido que la jugada del gobierno español está destinada a ejercer el mismo predicamento de siempre: salvar a los ricos de una crisis a costa del sufrimiento de los pobres. Adinerados que por cierto suelen aportar fondos para las campañas políticas, que a veces, mientras se atraviesa por la peor de las recesiones, cuentan con una sorprendente disponibilidad de dinero. Es una interpretación más política pero que muchas veces refleja la realidad. En la península ibérica han acuñado un término para tal actitud: el caradurismo. Cuya impunidad lo lleva a atravesar los límites del descaro. Al menos a los alemanes se les puede conceder el beneficio de la duda, ya que efectuaron sus compras antes de que acaeciera la época más dura de la recesión y cuando todavía no se tenía una clara certeza de lo que iba a ocurrir. Pero los hispanos actúan tarde y en medio de la peor de las coyunturas, sabiendo que carecen de respaldo económico. Pero en fin: si la deuda se la siguen traspasando al pueblo, la fiesta, aunque se reduzca a los tragos de la resaca de la madrugada, aún puede continuar.

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