domingo, 20 de mayo de 2012

Que Pase Otro Apocalipsis

Escribo esto una hora después que ha expirado el veinte de mayo. Y como mis lectores ya han corroborado, nuevamente estamos en presencia del fracaso de un vaticinio que anticipaba para un determinado día, si no el fin del mundo, al menos una gran catástrofe natural. En efecto, sucedió un terremoto en el norte de Italia, pero fue sólo de seis grados en la escala Richter, por lo que no reúne las características suficientes para ser considerado una hecatombe. Es cierto que dejó siete muertos y una estela de destrucción; sin embargo, es imprescindible considerar que se produjo en subsuelo poco profundo y además bajo construcciones de adobe. Fuera de que la península de la bota es bastante sísmica, y que un evento de esa clase ocurre cuando menos una vez por semana.

Es curioso observar el perfil de estas personas que, basadas en un mecanismo de iluminación que ni ellos mismos pueden explicar, consiguen llamar la atención de los medios de comunicación pasando como científicos argumentos que en ciertos casos provienen de ancestrales supersticiones y relatos míticos. Muchos de ellos son personas que rechazan las iglesias constituidas, afirmándose para su aversión justamente en el hecho de que sus dogmas estarían fundados en la ignorancia propia de épocas en las cuales había más ignorancia y menos conocimiento acerca de los aspectos científicos. Algunos incluso van más allá y aseveran que el proceso para desacreditarlos es comparable a la conducta de los inquisidores religiosos, en el sentido de que los descalifican sin debate de por medio y de que ciertos grupos de poder quieren impedir que sus revelaciones -derivadas de una extraña mezcla de difuso misticismo e igualmente poco nítidas conclusiones presentadas como empíricas- porque las verdades que esconden les afectaría, tal como sucedía en los siglos pasados con los clérigos de todas las creencias prácticamente sin excepción, quienes en muchos casos sabían de tales realidades y las mantenían en reserva motivados por el problema de la conveniencia.

Quizá si la única conclusión ajustada a la realidad que se puede extraer de todo esto, es que tales sujetos han reemplazado las despreciables viejas supercherías por otras de corte más novedoso, que precisamente por esa característica se han transformado en un fenómeno que satura las redes sociales y engorda las arcas de los canales de televisión. En resumen, que no logran resistir ese tan humano vicio que impulsa a las personas a creer en algo, aunque sea desmentido por los descubrimientos científicos más elementales. La diferencia es que ellos han crecido -mejor dicho aseguran haber crecido- en un mundo donde los descubrimientos han echado por tierra en forma definitiva a las doctrinas ancestrales, por lo que seguirlas constituye un anacronismo. Entonces, al igual que Nietzche y su intento por resucitar la moral agonal griega, recurren a teorías surgidas en el seno de credos o de mitologías exóticas, ora porque provienen de lugares recónditos -al menos desde la perspectiva del receptor- o porque hace bastante tiempo que desaparecieron. Al respecto, es interesante que estas vanas esperanzas han proliferado en una época de fuerte crisis económica, donde el fin de la humanidad se vislumbra como una solución para acabar con una situación insufrible que ya algunos están empezando a considerar como interminable, transportándose hacia otro mundo, que por supuesto debe ser mejor y con menos sufrimientos.

En siglos pasados, los sacerdotes se apoyaban en sus conocimientos acerca de la astronomía y el clima, de los que sólo ellos sabían, para sostener su poder. Así, cuando corrían los rumores de una rebelión, anunciaban que ocurriría una eclipse o que los ríos iban a aumentar su caudal; y una vez consumado el hecho, conseguían que el perraje ignorante volvieran a ser obedientes y temerosos de los dioses -o mejor dicho de ellos mismos, que eran sus representantes-. El problema es que estos agoreros del tercer milenio y sus mentes cauterizadas de conspiraciones internacionales y universales ni siquiera dominan la noción más mínima de aquellas disciplinas en las cuales aseveran están basados sus esperpentos. Y a pesar de tales antecedentes consiguen mantener a una audiencia cautiva gracias a que se colocan al frente de los ministros religiosos a quienes la gente común ve como defensores a ultranza de los grupos de poder que tantos padecimientos han provocado. De paso llevándose por delante a la ciencia, que oculta su respectivo tejado de vidrio en esto respaldar a los conglomerados conformados por élites adineradas.

                                                                                                                                 

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