domingo, 4 de diciembre de 2011

Pacifistas de la Cerca Para Afuera

Un tribunal de Estados Unidos ha decidido llevar a juicio a siete dirigentes de una comunidad amish por diversos abusos en contra de sus subordinados, entre los cuales se incluyen golpizas reiteradas hacia niños y jóvenes, y vejámenes sexuales en contra de mujeres. La situación, al parecer, es bastante delicada, al punto que algunos vaticinan que los acusados podrían ser condenados a presidio perpetuo. Toda vez que ha despertado una opinión más crítica de los norteamericanos respecto de este hermético grupo religioso, que se originó a partir de una reyerta en el seno de algunas iglesias menonitas ocurrida allá por el siglo dieciséis, cuando un grupo de hermanos consideró que su corporación matriz estaba comenzando a relajar sus posturas y aceptando conductas que se apartaban de los preceptos divinos.

Los amish han llamado la atención producto de un cúmulo de peculiaridades. La más notoria es su obsesión por recrear una sociedad anterior al año 1700, que es más o menos la época en que fueron fundados. Por ello, viven en comunidades rurales de mediano tamaño, en las cuales se prescinde de ciertos avances tecnológicos como la electricidad, la televisión, el teléfono, el automóvil o incluso la bicicleta. El único contacto con el exterior lo efectúan cuando salen a vender sus productos agrícolas, los cuales transportan en unas carretas que son similares a las que se empleaban en los tiempos de los "pioneers". En consecuencia, los miembros de estas poblaciones visten a la usanza de los campesinos de los siglos de las Trece Colonias, aunque adicionalmente los varones se dejan crecer la barba y las mujeres se atavían con un velo, porque así eran las cosas en el Israel bíblico. Tal repulsión hacia el resto del mundo, junto con el anhelo de mantener un ambiente tanto bucólico como integrista cristiano -ambos elementos en clave protestante-, los ha impulsado a desarrollar sus propias escuelas, en las cuales sólo se imparte enseñanza elemental. Ni hablar de educación secundaria ni superior, que esas elucubraciones son superfluas tratándose del trabajo en el campo. Todo este aparato, desde luego, ha sido construido con el afán de alejarse del pecado.

Esta lista de características, si bien al grueso de las personas les provoca sospechas, no obstante constituyen un factor de admiración entre buena parte de los evangélicos, que ven en los amish un ejemplo de pureza que ellos, por comodidad o simple cobardía, no se atreven a imitar. No reparan en el hecho de que muchas de estas conductas son sectarias, y que algunas se contradicen con el mensaje misionero y la obligación de predicar la palabra entre los no convertidos. Fuera de que en ningún pasaje del Nuevo Testamento se prescribe el uso de la barba o el transporte en carruajes -que además no corresponden a los de la época de la Palestina bíblica- como condición esencial para acceder al reino de los cielos. Sin embargo, los defensores de este estilo de vida -que jamás lo han experimentado y tampoco intentarían hacerlo-, insisten en sus alabanzas y de paso descalifican a la corte que sentó en el banquillo a los siete dirigentes antes mencionados, asegurando que se trata de un asunto de persecución religiosa que anuncia el arribo del Anticristo. A fin de darle más consistencia a sus tesis, añaden que estas personas son unos pacifistas a toda prueba, que incluso prohíben (bueno: sólo es una restricción más) el porte de armas de fuego entre sus integrantes en un país donde pistolas y rifles se venden en los supermercados; aparte de demostrar su fe cristiana en hechos puntuales: como cuando perdonaron, al punto de solicitar que no encarcelaran a un sujeto que hace un lustro más o menos, entró disparando a uno de sus territorios y asesinó a tres niños.

He observado las fotos de los acusados a través de internet, y la verdad es que ver a unos tipos empleando sendas barbas en un estilo que cruza a Charles Manson con Osama Bin Laden, genera sentimientos encontrados. Unas personas con esa clase de rostros no pueden ser consideradas pacifistas, incluso si ampliamos el sentido de las palabras dichas por Jesús en el sermón del monte, que en realidad le dio bienaventuranzas a los pacificadores: y aunque ambos términos tengan significados similares, empero no son sinónimos. De poco sirve hablar en contra de la guerra y rechazar el uso de revólveres si los que se encuentran a cargo de uno reciben de manera constante castigos, reprimendas y palizas. Y dejemos a un lado el pretexto de la corrección disciplinaria, ya que no hay cabida aquí para él (sólo recordar que ciertas guerras, especialmente algunas intervenciones de Estados Unidos desde la década de 1990, fueron promocionadas con un fin ejemplarizador). Es más: en ese contexto perdonar al asesino de los propios hijos a la larga se torna en una falta de protección para los vástagos. Si se analiza el modo de vida de los amish, a poco andar se caerá en la cuenta de que casi nada tiene que envidiarle a experimentos que por cierto trataron de seguir sus pasos, como el Templo del Pueblo, los Davidianos o la Iglesia Universal y Triunfante. Claro: el problema radica en que tales iniciativas no se quedaron en el eslogan "respeten mis creencias que yo no molesto a nadie"; muy por el contrario, se plantearon con una propuesta bastante crítica de los valores de la sociedad norteamericana. Al final, estas comunidades herméticas, justamente por eso, siempre esconden algo, que rompe el secreto en cualquier momento, expandiéndose como lava de volcán.

                                                                                                                                                         

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