domingo, 11 de diciembre de 2011

Rolandito La Machorra

En la comunidad de los auto proclamados "miembros del tercer sexo" circula un dicho que asevera que "para matar a un gay, sólo hace falta tener un MOVILH". De ese modo es como sus propios pares le faltan el respeto al Movimiento de Liberación Homosexual, la organización gremial encabezada por su inamovible presidente Rolando Jiménez, que para muchos de ellos, debería borrar de ese pomposo nombre la palabra que explica la penúltima inicial de su sigla.

Existen diversos argumentos detrás de este rechazo, empezando por la propia imagen personal que Jiménez proyecta cada vez que se enfrenta a los micrófonos y las cámaras de televisión. Es un hombre de mediana estatura, con una mollera tendiente a la calvicie y voz grave y levemente acelerada, como preparándose para huir de un enemigo quimérico que porta las armas de la homofobia y la discriminación. Quien además siempre se muestra vestido de manera formal, con la prestancia característica del macho ganador, aunque de todas maneras no pueda disimular algunos quilos de sobrepeso. No se trata de juzgar a una persona por su aspecto, desde luego. Sin embargo, a bastantes integrantes de la comunidad gay este talante sólo les provoca sospechas. Puesto que se trata de un personaje que responde a ciertos estándares tradicionales que suelen ser admitidos en las páginas sociales y en los espacios convencionales de los medios de comunicación. Y que en determinado modo, excluye por completo aquellas figuras homosexuales que normalmente se prestan para la caricatura y el estereotipo. En conclusión: puedo ser como ustedes y caminar dentro del rebaño como uno más; y lo que haga de la puerta de mi casa hacia adentro pertenece a mi vida privada y en una masa que ha abrazado los códigos liberales ese ámbito no puede ni debe ser tocado cuando no le hace daño a nadie. No hay gestos amanerados que molesten, sino un tipo serio que es capaz de sorprender gratamente a las altas esferas demostrando que puede ser igual que ellos. Cuya facha es semejante a la de un ejecutivo o un religioso.

Tal presentación personal es acorde con el modo de actuar   que caracteriza al MOVILH. Es una organización que supone que los homosexuales se vestirán de terno y serán capaces de disolverse en una sociedad cuyos componentes son, más que iguales, uniformes. Donde todos se darán la mano con una sonrisa porque nadie se puede abogar el derecho de preguntar por lo que el otro hace dentro de su hogar, aunque en esas cuatro paredes golpee a su mujer y a sus hijos o debajo del piso forrado con la última alfombra importada, esconda cadáveres de jovencitas a las cuales recién violó y asesinó. De ahí que la gran prioridad para esta gremial se reduzca a pedir la aprobación de cuerpos legales como la unión civil -que de todas maneras, es un avance positivo- que se hallan más cercanos al concepto liberal del pacto social. No cabe un lugar para el gay afeminado, o el que es pobre y no está en condiciones de adquirir una vivienda. Es más: ni siquiera las lesbianas tienen voz. Cierto es que Jiménez y los suyos han formulado declaraciones donde aseguran que buscan la representación de todas estas variantes. Pero al observar la imagen que proyectan al exterior, no se puede menos que sospechar que sólo se trata de palabras de buena crianza. Ya que entre esos bien ataviados pingüinos, no se ve ni vislumbra alguien que pueda alterar el tono.

Rolando Jiménez se ha hecho la víctima reiterando, cada vez que se le presenta la ocasión, que hacia 1990 fue expulsado del Partido Comunista porque dicho conglomerado no tolera a los homosexuales, que en los socialismos reales eran considerados una desviación burguesa. Hoy está afiliado al Partido Por la Democracia, de centro izquierda y componente de la Concertación, al cual le ha solicitado en innumerables oportunidades la oportunidad de inscribirlo como postulante a un cargo de elección popular. Sin embargo, todos sus intentos en ese sentido han resultado infructuosos. Cuestión que a la machorra del MOVILH no lo ha impulsado a reclamar públicamente por semejantes decisiones, quizá temiendo ser apartado de la colectividad, perdiendo un apoyo significativo para su gremial. O quizá porque el inefable PPD no es crítico del sistema, como sí lo son los socialistas científicos. Al menos este contubernio le permite aparecer como la única entidad existente o legitimada en Chile a la hora de consultar acerca del asunto de los gay, habiendo tantas otras en el país, ninguna de las cuales es excluyente de entrada.

                                                                   

                                                                     

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